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24 de abril de 2024

Rafael Nadal y Daniil Medvedev con sus trofeos en la final del Open de Australia

Rafael Nadal y Daniil Medvedev con sus trofeos en la final del Open de AustraliaGTRES

El secreto de la victoria de Rafael Nadal en Australia

Al término de la final del US Open de 2019, Nadal confesó que cuando Medvedev le devolvió los dos sets para empatar la final y comenzaba el quinto con el ruso dispuesto a culminar la remontada, a pesar de las bolas de rotura que se procuró el de Moscú en el segundo juego para enfilar la victoria, siempre pensó que aún le quedaba algo dentro para ganar aquel partido. Las apariencias decían lo contrario, pero el hábito no hace a Rafael Nadal, cuyas formas, llegado ese punto, parecen esa ventolera que amenaza tormenta, la pausa torera. Ese caminar de pasos cortos, pero no rápidos como los de Agassi, sino ralentizadores.
Declaraciones de Nadal tras ganar el Open de Australia 2022

Tras la muerte súbita del segundo parcial, que bien pudo ganar, Nadal dejó de sufrir. Desapareció de su rostro el dolor y la contracción. Se relajó su mandíbula y su ceño y con ellos sus piernas y sus brazos. Nadal se hizo largo y empezó a buscar lento. Comenzó a sentir la aceleración desde el silencio, que era la horma del zapato de Medvedev, todo ruido. El ruso lo notó en los primeros compases de ese nuevo tiempo a pesar de su holgada ventaja, como si hubiera sentido el tacto de esas pelotas impregnadas de una sustancia desconocida.
Nadal durante un momento de la final

Nadal durante un momento de la finalGTRES

El miedo irracional

Esa sustancia, la ventolera que aparecía con otro aspecto, asustó al intimidante campeón del US Open igual que si apareciera un fantasma. Y en realidad lo era. Con el miedo irracional asomó el cansancio de dos sets a pleno rendimiento físico y mental. Daniil empezó a pensar que a lo mejor iba justo para llegar a la meta. Un escenario nuevo e imprevisto. El rival que tenía enfrente, el mismo al que había derrotado en los dos sets precedentes, parecía el mismo, pero no lo era. Era el penúltimo de los trucos de Nadal: trascender de sí mismo para convertirse en otro. Las piernas empezaron a moverse con soltura, gráciles, en contraste con el siempre destartalado (y sin embargo compacto) ruso.

Nadal salió a jugar otro partido nuevo a partir del tercer set y lo logró

La derecha, la izquierda, empezó a volar y el revés liftado a golpear como un bate. El revés cortado flotaba como el mismo Nadal, como el mismo liso rostro del español, que sólo se contraía discretamente para celebrar los puntos. Nadal era el Marlon Brando al que Truman Capote vio durmiendo sobre una mesa en el teatro y lo confundió con un tramoyista. Eso lo contó en un reportaje titulado El Duque en sus Dominios. Y así también pudo haberse titulado la sobrevenida escena australiana.
Nadal celebra un punto

Nadal celebra un puntoGTRES

Es como si Nadal hubiera sometido a un toro con la muleta. Con el temple. Nadal salió a jugar otro partido nuevo a partir del tercer set y lo logró. La reacción de las gradas así lo mostró de modo natural. Nadie iba contra el ruso, sino que las emanaciones del español, su aroma inconfundible, les hacían levantarse sin solución de sus asientos. Fue una transmisión de sentimientos. Nadal desencadenado tras el intermedio, lo cual no significó que Medvedev claudicara, aunque sí pareciese que la suya era una porfía perdida, como si Nadal hubiera mentalmente ocupado su sitio.

Un allanamiento espiritual del juego del que ya no se marchó para ocupar la morada del duro Daniil Medvedev

Un allanamiento espiritual del juego del que ya no se marchó para ocupar la morada del duro Daniil Medvedev, que después reconoció el valor de la grandiosa victoria de su rival y también su terrible decepción, por la que incluso se refirió a una posible fecha de retirada. A un desencanto. El moscovita admitió sentirse sorprendido cuando Nadal le confesó que apenas había podido entrenar antes del torneo, como si casi la definitiva arma secreta del mallorquín fuera simplemente una cabeza privilegiada separándose de un cuerpo gastado, pero en pie, igual que si mágicamente (¡y con qué emoción!) lo rejuveneciera.
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