La inflación no termina de ceder mientras el poder adquisitivo disminuye
La economía real de los ciudadanos ve cómo cada vez puede afrontar sus gastos con menor amplitud, porque su poder de compra ha caído, porque se han empobrecido
La inflación en junio se sitúa en el 2,2 % interanual, según los datos del indicador adelantado, que supone una aceleración interanual, pese al efecto base. En intermensual crece un 0,6 %, que es un incremento intenso. La subyacente también sube un 2,2 % interanual, igual que el mes anterior, pero también crece con fuerza de manera intermensual, al hacerlo un 0,4 %. Está a la par de la inflación general, de manera que al ser la subyacente la inflación más estructural, al eliminar de ella los componentes más volátiles, muestra que todavía hay cierta resistencia a la baja en los precios.
Lo grave es que estos ritmos de crecimiento de inflación se producen sobre niveles de precios muy elevados alcanzados en los meses anteriores, con lo que sigue mermando el poder adquisitivo de los agentes económicos. La acumulación del deterioro de dicho poder adquisitivo es intenso y los agentes económicos han ido gastando sus ahorros y ajustando su cesta de la compra. Es cierto que la rebaja de tipos puede dejarles algo de renta disponible si tienen financiación a tipo variable y se la revisan, pero esa mayor laxitud en tipos puede traducirse en un repunte mayor de la inflación, que es preocupante.
Todo ello, hace que desde que gobierna Sánchez la inflación haya subido un 22,38 %, mientras que la subyacente, durante su mandato, lo haya hecho un 20,09 %.
Como escribía hace unos días en estas páginas, hemos vivido muchos meses de elevada inflación medida por el índice de precios, con un incremento de los mismos todavía superior en muchos alimentos y productos básicos, que ha ido estrangulando a las familias en los últimos tiempos, pues la inflación es un cáncer que se enrosca en la economía productiva y la carcome.
Por ello, cuánto mejor habría ido si los bancos centrales no hubiesen tardado tanto en reaccionar, generando con su amplio retardo interno lo que ha sido un larguísimo retardo externo de su política monetaria. Y cuánto mejor nos iría si los gobiernos dejasen de presionar al alza los precios, alimentando los cuellos de botella de manera artificial, que es lo que hacen con su política fiscal tremendamente expansiva por el lado del gasto público, que dificulta y retrasa la aplicación de la política monetaria.
Es el empobrecimiento de la población, cuya economía pende de un hilo que, si se rompe, en forma de pérdida del puesto de trabajo, no va a poder afrontar sus compromisos de pago, pues los ahorros los ha gastado ya para combatir la inflación, sin generar nueva capacidad excedentaria de recursos.
En este contexto, desde que gobierna Sánchez la inflación ha subido un 21,56 %, mientras que la subyacente, durante su mandato, lo ha hecho un 19,44 %.
Además, la preocupante evolución del crecimiento económico, basado en el gasto público (que ha expulsado a la inversión), ha tensado los precios al alza durante mucho tiempo, con riesgo de rebrote inflacionista, que sería más intenso si sufrimos una guerra comercial intensa de contestación a los aranceles de Estados Unidos, máxime si castiga a productos de la UE donde España sea fuerte en sus exportaciones a Estados Unidos por la negativa de Sánchez a cumplir el compromiso de toda la OTAN de destinar el 5 % del PIB al gasto en defensa. También habría presión al alza de los precios si la guerra en Oriente Próximo consolida el encarecimiento del petróleo y el estrangulamiento de suministros en caso de cierre del Estrecho de Ormuz.
Como decía la semana pasada, somos más pobres. Ese será el triste legado económico de Sánchez: las revisiones hacia arriba del PIB no pagan facturas; la economía real de los ciudadanos ve cómo cada vez puede afrontar sus gastos con menor amplitud, porque su poder de compra ha caído, porque se han empobrecido.
- José María Rotellar es profesor de Economía y director del Observatorio Económico de la Universidad Francisco de Vitoria