España y su sistema de pensiones: un gigante con pies de barro
En 2025, por cada pensionista hay 2,2 trabajadores en activo, frente a los más de cinco trabajadores por pensionista que había en 1975
Un grupo de pensionistas dialogan en el parque
El sistema actual de pensiones español, tal como está diseñado, no tiene futuro. Pero eso no significa que debamos resignarnos al colapso. Significa que debemos tomar decisiones difíciles hoy para evitar consecuencias peores mañana.
Durante décadas hemos vivido como cigarras, confiando, con un sistema de pensiones de reparto que funcionaba por la abundancia de trabajadores jóvenes que cubrían las necesidades de los mayores. Pero el invierno demográfico ya está aquí, y seguimos cantando. Toca pensar como la hormiga: prever, ahorrar, ajustar y, sobre todo, actuar antes de que el frío apriete. En 2025, por cada pensionista hay 2,2 trabajadores en activo, frente a los más de cinco trabajadores por pensionista que había en 1975.
Y es que el problema de las pensiones no es una conspiración de los economistas, sino una realidad que late bajo nuestros pies. La combinación de una natalidad desplomada –apenas 1,12 hijos por mujer, muy por debajo del umbral de reemplazo generacional de 2,1– y una esperanza de vida en constante aumento –86 años para las mujeres y 81 para los hombres– provoca que, año tras año, haya menos trabajadores por cada jubilado. El futuro resulta inquietante: el sistema se está inclinando peligrosamente hacia el desequilibrio.
El error de penalizar el trabajo
El gasto en pensiones crece, año tras año. Porque hay más pensionistas y porque las pensiones son más generosas. El Mecanismo de Equidad Intergeneracional (MEI), del gobierno de Pedro Sánchez, se vendió como la solución mágica, pero en realidad es una carga más sobre trabajadores y empresas. Un mayor impuesto sobre el trabajo. Subir cotizaciones –que es lo que es el MEI– es como pedirle a un coche viejo que corra más echándole más gasolina, pero sin reparar el motor. Puede que avance un rato, pero no llegará mucho más lejos.
Reformas, siempre tarde
Esto no es un fenómeno exclusivo de España, pero aquí el impacto es más dramático por nuestra estructura demográfica y nuestro modelo de pensiones. El sistema es de reparto: lo que entra cada mes por cotizaciones sale directamente para pagar las pensiones de ese mismo mes. Pero si lo que entra por cotizaciones sociales es menor que los pagos de pensiones, la ecuación se rompe. Y cuando el Estado tiene que cubrir el déficit con deuda o impuestos, se arriesga a ahogar el crecimiento económico.
Los organismos internacionales llevan años advirtiéndonos de la necesidad de retrasar más la edad de jubilación, fomentar la natalidad y atraer inmigración joven y cualificada.
Además, en otros países, como Holanda, el ahorro para la jubilación es parte de la cultura y del sistema de pensiones. En España si queremos que el sistema aguante, habrá que introducir más incentivos para el ahorro privado, ajustar gradualmente la tasa de reemplazo y promover más planes de pensiones complementarios. No se trata de abandonar el modelo público, sino de diversificar las fuentes de ingresos para los jubilados.
Incluso las medidas que suenan bien, como aumentar la inmigración, tienen matices: gran parte de los inmigrantes que recibimos se incorporan a sectores de baja productividad, lo que no resuelve el problema de fondo. Necesitamos capital humano que impulse el crecimiento y, con él, las cotizaciones.
Productividad, la pieza que falta
No nos engañemos: sin aumentar la productividad, no habrá salarios altos ni cotizaciones suficientes. España no necesita solo más empleo, sino mejor empleo. Eso significa inversión en tecnología, formación de calidad, atraer capital extranjero y un entorno empresarial que premie la innovación. Hoy, la productividad sigue siendo más baja que la media de la UE. Y sin elevada productividad no hay salarios altos; sin salarios altos, las cotizaciones crecen poco; y sin cotizaciones suficientes, el sistema se tambalea.
Aquí entra la política económica a largo plazo, la que no da titulares, pero sí resultados sólidos: educación de calidad, mercado laboral flexible, impulso a la I+D, y un marco fiscal que incentive la inversión en lugar de penalizarla.
Retrasar la edad efectiva de jubilación, ajustar gradualmente las pensiones más altas, fomentar la natalidad con políticas reales, atraer talento joven de fuera y mejorar la productividad no son opciones excluyentes: son piezas de un puzle. Y cuanto antes las encajemos, más tiempo tendremos para estabilizar el sistema.
No hay una solución mágica, pero sí un camino. La pregunta es si tendremos la madurez política y social para recorrerlo. Porque, al final, el verdadero dilema no es si el sistema de pensiones aguanta, sino si nosotros estamos dispuestos a cambiar para que lo haga.
Rafael Pampillón Olmedo. Catedrático de Economía en IE Business School y en la Universidad CEU San Pablo.