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03 de mayo de 2024

LOS RIDÍCULOS DE LA EDUCACIÓNJosé Víctor orón semper

¿Todas las metodologías ayudan en educación?

El buen docente las usará para pensar qué experiencia quiere ofrecer a los alumnos para que estos saquen su forma de pensar, de sentir, de querer, de imaginar, de recordar...

Actualizada 04:30

Quien pueda seguir esta serie de artículos sobre «Ridículos de la Educación», aunque sea tímidamente, descubrirá con claridad que en la apuesta educativa de AeC (Acompañando el Crecimiento) tenemos bien asumido que la calidad de la educación la marca la calidad del educador, y que ésta última se juega en su capacidad para saberse, vivir y relacionarse como persona promoviendo que los otros vivan la misma experiencia. La única forma de ayudar a crecer es creciendo con el otro.
Uno podría preguntarse: «En ese plan, ¿dónde quedan las metodologías?». Ciertamente tienen un papel secundario, bastante secundario. El buen profesor hace maravillas con una simple pizarra o sencillamente dialogando con los alumnos. Al mal profesor, aunque le dotes de tantos recursos como a un hombre orquesta, hará una gran patata.
¿Eso quiere decir que todas las metodologías dan igual? Tampoco se puede decir eso, pues algunas metodologías, según contextos, dan más flexibilidad que otras para generar un espacio que le permita al alumno expresarse y trabajar lo que expresa. Aunque, insisto, el buen docente sabe abrir o flexibilizar cualquier metodología y el pobre docente presenta como cerrado hasta lo que es abierto.
Una buena metodología es aquella que promueva la actividad interior del alumno. Una metodología es una experiencia que se ofrece al alumno, un escenario que le permite sacar lo que lleva en su interior y trabajarlo. Así, al trabajar la asignatura con esa metodología, lo que ocurre es que el alumno se trabaja a sí mismo y crece. Así pues, la bondad y oportunidad de una metodología está en su capacidad para generar espacios en los que el alumno pueda sacar su interioridad y trabajar sus expresiones.
Toda metodología tiene que poder resolver el tema de en qué ámbitos se le da flexibilidad para la expresión y en qué espacios se le pide al alumno que confíe en el diseño que le ofrece el docente. El docente tiene que tener muy claro el espacio de confianza que pide y el espacio de autoría que da al alumno. Por ejemplo, si se apuesta por la metodología de aprendizaje-servicio, el docente pide confianza a los alumnos cuando les dice que hacer una experiencia de servicio a otros será una oportunidad de aprendizaje y crecimiento para ellos. Pero a su vez, el docente deja espacio de autoría a los alumnos para que puedan sacar su interior y definir elementos del proceso. El docente debe ayudar a que lo que el alumno exprese sea desde su interioridad, poniendo en juego quién es y todos los recursos que tiene para luego así poder examinarlos.
Aprendizaje basado en proyectos, Aprendizaje cooperativo, Cultura de pensamiento, Aprendizaje servicio, Aprendizaje invertido, etcétera, pueden ser recursos que use el docente. El mal docente usará las metodologías para entretener al alumno, adoctrinar pensamiento, inculcar valores como el utilitarismo, ahogar la diversidad con pensamientos estándar, deformar la responsabilidad en realización de roles, controlar la actividad del alumno y un largo etcétera. El buen docente usará las metodologías para pensar qué experiencia quiere ofrecer a los alumnos para que estos saquen su forma de pensar, de sentir, de querer, de imaginar, de recordar y, sobre todo, de ser para que ellos puedan trabajarla.
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Esas metodologías ofrecen la posibilidad de poner lo que interesa aprender en contexto de realidad, en el contexto de la vida misma. Cada una de esas metodologías, cuanto más abran al alumno a la experiencia de encuentro y transformación del mundo para el encuentro, más potenciadoras serán; cuanto más cierren al alumno sobre sí y busquen un empoderamiento individual, más pervertidas serán.
Hay una metodología que hoy no tiene buena fama cuando no es más que una metodología más posible. Como toda metodología necesita usarse adecuadamente para que pueda ser de ayuda. Estoy hablando de la clase magistral. La clase magistral se caracteriza por la vía unidireccional en la que se expone un contenido con muchos elementos. Uno podría preguntarse ¿tiene sentido hablar hablar a niños de 2 años durante 30 minutos sin parar de tal forma que los niños solo escuchan y siguen al docente? Igual es fácil decir que eso no procede, pero ¿Qué es un buen cuentacuentos sino una clase magistral? Se puede ser un buen y un mal cuentacuentos. Y lo mismo puede ocurrir con otras edades. Un buen discurso que enganche con la realidad vital del oyente que introduzca en un mundo apasionante y que desvele un montón de posibilidades puede ser una opción entre otras muy valioso. El problema no está tanto en la clase magistral, sino en llamar clase magistral a cosas que no lo son. Esta referencia a la clase magistral sirve para acabar como se empezó: la clave está en el profesor, que con algo simple sabe hacer maravillas porque da cauce a que la interioridad de la persona se active.
No te cases con una metodología, pues cada una ofrece espacios distintos, hay que conocerlas bien para saber qué puede dar de si cada metodología. Así, la riqueza de la oferta educativa favorecerá la riqueza de la expresión del alumno y el trabajo de lo expresado.

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