Asalto 'woke' a la Universidad
Lo políticamente correcto, lo hueco, lo inclusivo… es una filosofía autoritaria, negadora del otro y de cualquier punto de vista diferente
Aunque el Instituto de la Mujer ya publicó en 1989 unas Propuestas para evitar el sexismo en el lenguaje, el asunto se ha extendido por muchas administraciones sobre todo a partir del siglo XXI, con la culminación del delirante Manual para el uso no sexista del lenguaje que la Consejería de Empleo de la Junta de Andalucía lanzó en 2010. Son simplemente dos intentos más de imponer el lenguaje inclusivo desde arriba.
Comentaba George Orwell que los autoritarismos lo primero que intentan es hacerse con el control del lenguaje, de las palabras. Y de ninguna otra manera se puede entender este intento de forzar el lenguaje para intentar imponer una manera, ciertamente excluyente, de concebir la realidad, incluso a costa del propio sentido común. El asunto, hijo de la versión más extrema de la segunda oleada feminista, de la teoría queer y la construcción del mito –todo totalitarismo necesita su enemigo imaginario– del heteropatriarcado opresor, surgió sobre todo en determinadas universidades francesas y norteamericanas allá en los años 60 y 70, y hoy en día es el pensamiento dominante –quizás único– en gran parte del mundo académico occidental.
Ahora la Conferencia de Rectores y Rectoras (sic) de las Universidades Españolas (CRUE) ha publicado una serie de pautas y recomendaciones para utilizar un lenguaje libre de sexismo en el ámbito universitario. Y lo han aprobado 55 centros españoles de educación superior. Se ve que, como desde la administración no conseguían imponerse, ahora los defensores de esta ideología negadora del otro lo intentan desde abajo, desde el lugar donde los jóvenes deberían recibir una formación basada en los ideales de la libertad y la igualdad de todos los seres humanos.
Lenin, nada más llegar al poder, adoctrinó a jóvenes para que se encargasen de difundir las nuevas ideas bolcheviques por la extensísima Rusia. Todos conocemos lo importante que fueron las Juventudes Hitlerianas. Y los Guardias Rojos, chavales, adolescentes, fueron los mejores ejecutores de la represión que conllevó la Revolución Cultural de Mao, solo 17 años después de haberse hecho con el poder absoluto en China.
Una buena amiga, española, que se define como progresista y feminista, trabaja en la universidad de Virginia, en Estados Unidos. Afirma que dar clase allí es agotador porque tiene que estar plenamente concentrada en usar correctamente los pronombres. Como se equivoque, corre el riesgo de que alguien se queje al decano y se le abra un expediente. Como si se tratase de una auténtica dictadura.
Harold Bloom, ilustre crítico, aglutinó todas estas tendencias, cuando se aplicaban a las relecturas de los clásicos del arte y la literatura, como teorías del resentimiento, que suelen desembocar en peticiones de cancelación de esto o aquello: por ejemplo, hay que acabar con Aristóteles porque, allá en el siglo IV a.C., defendió la esclavitud –por cierto, en el mundo anglosajón ya hay universidades donde los chavales pueden declararse objetores de conciencia y no estudiar, por repugnancia, a autores que choquen con sus creencias–.
Este wokismo, este resentimiento teórico llevado a la práctica, es tan solo una manera de imponer un pensamiento único. Lo políticamente correcto, lo hueco, lo inclusivo… es una filosofía autoritaria, negadora del otro y de cualquier punto de vista diferente.
Personalmente, tengo ex estudiantes, fervorosamente creyentes en este modo de mirar la realidad, con los que aún puedo dialogar, aunque me miran de una manera condescendiente porque, después de todo, soy cómplice pero también víctima del monstruo, del ahora llamado cisheteropatriarcado opresor –por cierto, mi procesador de texto ya reconoce el palabro–. Pero muchos otros optan por dejar de hablar con el que piensa diferente a ellos –en genérico, sin aludir a raza, religión ni nada semejante–.
El principio de igualdad pretende que todos seamos iguales con independencia de nuestras circunstancias personales. Como reza la Constitución en su artículo 14: «Los españoles son iguales ante la ley, sin que pueda prevalecer discriminación alguna por razón de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o cualquier otra condición o circunstancia personal o social». Esta gente, estos fanáticos, lo que pretenden, aunque no se den cuenta, es que se nos diferencie, para empezar, por el sexo y, más adelante, por cualquier otra circunstancia que les pete. Como los buenos totalitarismos, lo importante es diferenciar al otro, al posible rival, al potencial enemigo.
Jean-François Revel, citando a Yuri Orlov, afirmó que en un sistema totalitario confluyen tres condiciones: «monopolización global de la iniciativa económica, monopolización global de la iniciativa política y monopolización global de la iniciativa cultural; con la creación correlativa de un aparato de represión en cada uno de los tres ámbitos». Y aquí hablamos de una de las tres patas, ahora en la universidad, con presencia abrumadora en la pública.