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25 de abril de 2024

Imagen de recurso de un plato de croquetas

Imagen de recurso de un plato de croquetaspxhere.com (libre uso)

Una sindicalista, sospechosa de envenenar con una jugosa croqueta a su marido para robarle

El hombre denunció en comisaría que tras ingerir la croqueta tuvo una laguna mental de varias horas, curiosamente las mismas en las que sacaron de sus cuentas 27.000 euros

Fue a finales de julio cuando Marta L. G., una destacadísima dirigente de CC.OO. en Zaragoza, le anunció a su marido, un prestigioso abogado aragonés, que se quería divorciar: ella era la mujer, así que quien tenía que abandonar el chalé era él. Juan Carlos, todo bondad, recogió sus cosas y se instaló en casa de sus padres.
Un mes después, el 24 de agosto, Marta le llamó para negociar algunos aspectos de la separación. Le citó en el bar Los Juncos, de la capital zaragozana. En principio se sentaron en la terraza, pero comenzó a llover y tuvieron que trasladarse al interior. Estaban los dos solos.
La esposa, según la denuncia a la que ha tenido acceso El Debate, se acercó a la barra y, solicita, le trajo una tapa de croqueta de bacalao, solo una, para él, su futuro ex. Se sentó a la mesa y, cuando el hombre iba a hincarle el diente, Marta le pidió: «¿Me puedes traer un vaso?». Juan Carlos obedeció. Fue a la barra y regresó con el encargo cumplido.
Se sentó e iba a disponerse a comer la croqueta cuando la sindicalista le volvió a requerir: «¿Te importa cambiarme esta bebida por otra?». El abogado, de nuevo, dispuesto, educado y elegante, caminó hacia la barra donde volvió a cumplir los deseos de futura exmujer. Se volvió a sentar y, por fin, se acabaron los encargos: pudo meterle el diente a la croqueta.

Perdió la memoria

«Sabía muy amarga», reconoció Juan Carlos a los agentes de la Policía Nacional de Zaragoza, pero eran las diez de la noche y el hombre aguantó el sabor porque no había cenado. Minutos después «comencé a sentirme mal», les explicó a los investigadores. «Salí del local y a partir de ese momento pierdo la memoria. No sé qué hice hasta el día siguiente».
Cuando se despertó al día siguiente en casa de su padre, su progenitor le informó: «Llegaste a casa y te metiste vestido directamente en la cama, sin ponerte el pijama ni lavarte los dientes». Ahí hubiese quedado el episodio si al mirar su móvil no se hubiese encontrado varios mensajes del banco. Le informaban de que la noche anterior, de forma compulsiva, a través del teléfono había realizado hasta cuatro trasferencias seguidas, desde su cuenta a la de su mujer, tres, y a la de su hija una cuarta, siempre según la denuncia.
En total unos 27.000 euros. «No recuerdo haberlas hecho yo ni autorizar a nadie a realizarlas, pero por las horas fue justo cuando salí del bar Los Juncos. La última transferencia, la hicieron desde mi cuenta a la de mi hija: 15.000 euros. La llamé y le expliqué la situación e inmediatamente me devolvió el dinero».

Las cámaras de seguridad

El hombre estaba tan mosqueado con lo ocurrido que acudió al Hospital Miguel Servet de Zaragoza a hacerse un análisis. Los especialistas localizaron en su sangre 399 miligramos de benzodiacepinas (quizá Orfidal) por mililitro de sangre, cuando el máximo permitido es de 200. ¡Duplicaba la tasa! A Juan Carlos no le quedó ninguna duda, lo habían envenenado.
Cuenta el entorno de Juan Carlos que, cuando Marta se enteró que le había denunciado, ella le llamó para advertirle que si no retiraba la denuncia se iba a enterar. El letrado no la quitó y se encontró con una denuncia por amenazas y coacciones. El juez analizó su contenido y directamente la archivó, sin siquiera informar al hombre.
Marta L. G. no esperó mucho y, el pasado 18 de octubre, volvió a denunciarle, al parecer, por los mismos hechos. Esta vez la Policía acudió a buscarle, le pusieron las esposas y tuvo que dormir en el calabozo. De nada sirvieron las explicaciones en las que su abogado les informaba de que Marta estaba siendo investigada por intento de homicidio. «Es el protocolo, no podemos hacer otra cosa», respondieron encogiéndose de hombros.
Al día siguiente pasó a disposición judicial. Su Señoría volvió a archivar el caso, pero a Juan Carlos le tocó esperar la decisión en los calabozos del edificio. Una hora más entre barrotes. Finalmente quedó libre. Tiene miedo a que le denuncien falsamente, porque sabe que, al menos, se come… no una croqueta… sino una noche en el calabozo. Ella ahora está siendo investigada por intento de homicidio.

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