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23 de abril de 2024

Ilustración: José Manuel Albares

José Manuel Albares, alias «Napoleonchu»Paula Andrade

El perfil

Albares, un ministro siempre en 'off'

Los que le conocen, y a pesar de su innegable formación diplomática, destacan su ambición inocultable por saltar a la política, sobre todo desde que se afilió al PSOE en 1999

José Manuel Albares Bueno será recordado como el ministro que acabó con medio siglo de política exterior española para satisfacer a Marruecos. Hay dudas de que lo haya logrado y además ha enfadado a la oposición española, a las bases socialistas propolisario, a una parte importante del cuerpo diplomático, a los servicios secretos españoles por no defenderles en el «caso Pegasus» y definitivamente a Argelia, que todavía no ha devuelto a su embajador y ha sustituido a España por Italia como socio preferente.
Hace unos días el jefe de la diplomacia española hizo todo un papelón ante los medios: rodeado de alcachofas televisivas ávidas de saber si el Gobierno conocía previamente el desplante de Mohamed VI a Pedro Sánchez durante la cumbre hispano-marroquí, el ministro canceló las preguntas de forma atropellada, alertado por un asesor, para remitir a los periodistas a recibir explicaciones «en off», es decir, sin micrófonos delante, y evitar así molestar al Rey alauita ante el que España ha claudicado su tradicional equilibrio entre Rabat y Argel.
Albares nació el 22 de marzo de 1972 en el humilde distrito madrileño de Usera. Sus críticos en el Ministerio de Asuntos Exteriores dicen de él que lo único humilde que tiene es el barrio. El Napoleonchu del Gobierno, en acertado calificativo de mi compañero Ramón Pérez-Maura, es un exponente claro de la generación del baby boom que tomó el ascensor social para mejorar, gracias a su esfuerzo y a las becas públicas, las escaseces de un hogar obrero. Licenciado en Derecho por Deusto, es diplomático de carrera y ha estudiado en Boston, el Colegio americano de Tánger, la Sorbona de París, ha sido embajador en Francia, país de la madre de sus cuatro hijos, una juez enlace entre París y Madrid durante la lucha contra ETA.

Será recordado como el ministro que acabó con medio siglo de política exterior española para satisfacer a Marruecos

Sin embargo, los que le conocen, y a pesar de su innegable formación diplomática, destacan su ambición inocultable por saltar a la política, sobre todo desde que se afilió al PSOE en 1999 y muy especialmente desde que milita de forma entusiasta en el sanchismo, a cuyo líder admira por su capacidad de resistencia y para el que cultiva un álbum de fotos con líderes internacionales, a veces pagadas al alto precio de soportar humillaciones públicas. Obsesionado por la proyección internacional de su jefe, a él y a la falta de pudor del presidente se debe el bochornoso paseo que protagonizó Sánchez en una cumbre de la OTAN en Bruselas persiguiendo a Joe Biden, que le respondió con indiferencia convirtiendo la imagen en una escena ridícula, impropia de la presidencia del Gobierno de un país serio.
Tras la salida de José Borrell en noviembre de 2019 camino de Europa, Albares creyó llegado su momento para ocupar el Palacio de Santa Cruz. Sin embargo, Sánchez colocó a Arantxa González Laya ante el enfado supino del aspirante. Duró dos años escasos la ministra Laya, dado que subió la apuesta de una buena progresista trayendo a España en secreto al líder del Frente Polisario y enemigo número uno de Marruecos, Brahim Ghali, para ser tratado de la covid en un hospital de Logroño. Enterado Rabat, retiró a su embajadora y lanzó sobre la valla de Ceuta a miles de inmigrantes, entre ellos decenas de menores, lo que sirvió de triste epitafio para Arantxa y posibilitó el esperado ascenso de Albares, el sherpa del presidente, con el que comparte la inolvidable foto propagandística con gafas de Top Gun, a bordo del Falcon. El mismo avión en el que montó Albares a Irene Montero y las chicas de la tarta, entre las que se encontraba Isa Serra, sentenciada a cárcel por agredir a policías, y que pisó suelo norteamericano gracias a la intermediación del ministro de Exteriores que evitó que la asesora de Montero fuera expulsada en la aduana de Nueva York como consecuencia de sus antecedentes penales.

En almuerzos privados, el ministro ha verbalizado su intención de pasar a la historia como el hacedor de una nueva y fecunda etapa en las relaciones de España con su difícil vecino del sur

De Sánchez se le ha pegado todo menos la altura: la subordinación de cualquier principio ético al poder, su personalidad narcisista e iracunda y su concepción de los medios de comunicación como serviles correas del Gobierno. En almuerzos privados, el ministro ha verbalizado su intención de pasar a la historia –en reñida competencia con la vocación de Sánchez por hacerlo como pertinaz desenterrador– como el hacedor de una nueva y fecunda etapa en las relaciones de España con su difícil vecino del sur. La prensa oficial argelina no parece que vaya a contribuir a ese empeño: ha llamado a Albares pirómano, grotesco, guiñol y enano, en respuesta a su imprudente discurso vinculando a Argelia con la Rusia de Putin.
Detrás de sus gafas de empollón, Napoleonchu leyó esos insultos mandados desde la Casba sin dejarse distraer de la misión histórica que comparte con Pedro I: poner en bandeja a Marruecos la política exterior española a cambio de un papel mojado por Mohamed en las deliciosas playas de Gabón.
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