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07 de mayo de 2024

Ilustración: Pablo Iglesias

Ilustración: Pablo IglesiasEl Debate

El perfil

Iglesias, de la tele a las barricadas... o al Gobierno

El exvicepresidente ahora recomienda series de televisión, polemiza con Figo, lanza estocadas a Yolanda Díaz, practica la hispanofobia y esparce odio y malas formas contra la derecha

Pablo Manuel Iglesias Turrión es un prejubilado de casi 45 años que a la vez que cambió la política española (a peor) dio un copernicano giro a su propia vida (a mejor). Ha experimentado una de las mutaciones más meteóricas que se recuerdan en política: de los escraches a todos los que no piensan como él a sentarse en un lustroso escaño de cuero, azul para más escarnio, y ocupar la vicepresidencia de la cuarta economía de Europa; de vivir en un pisito de clase media en Vallecas a habitar un cortijo en la montaña madrileña donde cría los tres hijos –Leo, Manuel y Aitana– que tuvo con Irene Montero; allí donde un día, mientras era vicepresidente, exigió que la comandancia de Tres Cantos, capitaneada por Pérez de los Cobos, le protegiera como si fuera su particular Kremlin, y la negativa del coronel cavó su tumba, cuyas últimas paladas se las echó Grande-Marlaska.
Después de obtener, al calor del 15-M, cinco escaños en Estrasburgo y olfatear el sueldo público que triplicaba lo que cobraba como profesor interino en la Complutense, donde se licenció en Derecho y en Políticas y convirtió sus aulas en la lanzadera barriobajera con la que granjearse coche oficial, el hijo de María Luisa y Francisco Javier soñó asaltar los cielos, empezando por el velazqueño de la sierra de Madrid. En mayo de 2018 cuando le pillaron con chalé, piscina e hipoteca burguesa concedida por una Caja independentista, convocó una consulta «para los inscritos» donde sometió sus contradicciones a la opinión de los que confiaron un día en él. Un tercio de sus bases le dijo que se fuera a mentir a otros y abandonara la secretaría general, pero Iglesias ya barruntaba la moción de censura que solo una semana después un socialista al que despreciaba iba a ganarle a Mariano Rajoy, y se quedó a esperar el maná público. Los populares salieron del poder un caluroso junio de 2018, en base a un párrafo torticero en una sentencia de la caja B de Génova, incluido por el juez De Prada, esforzado obrero de la causa progresista, al que la Audiencia Nacional terminó censurando. Pero el daño estaba hecho: por primera vez, un Consejo de Ministros democrático había caído en una moción de censura, que aglutinó los votos del populismo pablista, del independentismo supremacista catalán, de los herederos de ETA y así hasta conformar el Frankenstein, en feliz definición de Rubalcaba.
Para entonces, Iglesias ya había diseñado con Zapatero y Versgtrynge, sus dos valedores, su integración en un Gobierno de coalición con la otrora socialdemocracia española que, en manos de un resentido Pedro Sánchez por su defenestración por los barones, acabaría con el legado de la transición española y demolería la arquitectura constitucional a la medida de los independentistas que un año antes habían dado un golpe de Estado en Cataluña. Verstrynge, su profesor en la Complu, siempre recuerda cuando se encontró a un chico con coleta en un escrache «del carajo» que le hicieron a Alfredo Urdaci en Prado del Rey y le gustó el personaje. Entonces pasó de la movida radical a asesorar a Alberto Garzón en las tertulias: de ese tiempo data su especial interés por usar los medios de comunicación para la causa. A Garzón le enseñó las técnicas marrulleras en las tertulias, modelo que luego él ha explotado hasta la extenuación tanto en los debates televisivos como en los políticos. Sánchez le ofrecería la oportunidad que, como escribe Maquiavelo, a todo príncipe le llega siempre. En 2019, tras la repetición de elecciones ante la negativa de Iglesias a sustentar un pacto donde él no fuera vicepresidente y su novia, Irene Montero, nueva dueña de las competencias de igualdad de Carmen Calvo, en noviembre de ese año se cierra el acuerdo con la cesión sanchista, se produce el abrazo del oso entre Pedro y Pablo, y tras el turrón, los amantes de la hoz y el martillo entran por primera vez en un Gobierno de la UE.
Desde Moncloa, reivindicó el título de la nueva política, y fue tan vieja, tan milimétricamente estalinista la que practicó, que echó de su lado a todos los cofundadores del partido que osaron discutirle –Errejón, Alegría, Bescansa, Espinar…–, oficializó el medro conyugal con Irene, como antes con Tania Sánchez, se rodeó de la parafernalia del poder, metió la nariz en el CNI, colocó y censuró tertulianos de las televisiones públicas, se arrogó la solución de los efectos terribles de la pandemia en las residencias de ancianos, donde no movió un dedo (demasiado cansado de colocar mujeres en el poder, la última Yolanda Díaz), se peleó con medio Gobierno y finalmente, aprovechando un adelanto electoral en mayo de 2021 en la Comunidad de Madrid, abandonó el Gobierno –siguió cobrando 5.316,42 euros mensuales como exvicepresidente hasta que fue dado de alta como profesor en la Universidad Oberta de Cataluña– y encabezó la lista autonómica de su partido para disputarle la hegemonía a Isabel Díaz Ayuso. Una campaña turbia, bañada en sangre de tomate y en navajitas plateás, terminó con sus huesos en el sofá de Galapagar y su salida (oficial) de la política, burgués sillón desde donde tuitea contra periodistas (Ferreras y Ana Rosa son su especialidad), recomienda series de televisión, polemiza con Figo, lanza estocadas a Yolanda Díaz, practica la hispanofobia y esparce odio y malas formas contra la derecha, un espacio en el que incluye a todos los que no son Maduro, Daniel Ortega, Putin, Irene, Ione, Juanma del Olmo, Rufián, Otegui y su mismidad.
Tiene un pódcast cainita pagado por un independentista multimillonario, Jaume Roures, ahora convertido en canal de televisión que se ha quedado con la frecuencia de 7NN, expropiedad de Marcos de Quinto, para cuyo lanzamiento ha pedido (secundado por la ministra Belarra) a los proletarios que no pueden llenar la nevera la friolera de 100.000 euros, mientras su saca conyugal sigue creciendo.
Como hijo de un activista del FRAV, tal y como le recordó Cayetana Álvarez de Toledo en una sesión parlamentaria histórica, defiende a terroristas, okupas, violentos agitadores, malhechores beneficiados con la ley de su mujer y todo aquel que conspira contra el bien. Sus horas bajas actuales son directamente proporcionales a los exabruptos perdularios que dedica a diestro y siniestro, a la Iglesia, a la Monarquía y a la prensa libre. Los que le conocen muy bien, porque cofundaron Podemos con él, adelantan que tiene dos planes para el futuro: si gana Feijóo, reconvertirse en activista jefe y sembrar el caos en las calles; pero si Sánchez tiene posibilidades de reeditar el poder, conseguir ese escuálido 6-7 % de apoyo electoral que le dan las encuestas y convertir a sus 2-3 diputados en decisivos para Pedro, que debería repetir el castigo de incluir en su Consejo de Ministros a Irene y quién sabe si al propio Pablo, para seguir durmiendo en el colchón de Moncloa.
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