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Ilustración de Óscar Puente

Ilustración de Óscar PuentePaula Andrade

El perfil

Puente, un pendenciero en la Corte de Sánchez

Nadie escapa: atiza a periodistas, a jueces, a presidentes del PP y a ciudadanos anónimos. Intenta tapar las vergüenzas de la humillación sanchista ante los indepes con sopapos al discrepante

El periodismo también puede hablar de Óscar Puente Santiago, un vallisoletano de 56 años cuya verdadera vocación es dar clases de ética periodística, una suerte de fact-checking de lengua muy larga y cintura muy corta cuando es él el acosado. Habla el ministro Puente de nosotros con la soltura de un verificador de noticias, titulado en deontología profesional por la Universidad de Bolaños —pública, por supuesto; nada que ver con los chiringuitos privados donde se doctoró Pedro Sánchez—. Puente es algo parecido a un sexador de pollos soplando a plumillas lo que han de decir, pero en versión tuitera. Este sí es, este no es un medio y este otro es un pseudomedio. O «peor que un pseudomedio», como calificó a este diario en su última comparecencia en la comisión del «caso Koldo», en el Senado, adonde —a su pesar— fue llamado no para hablar de las teorías deontológicas de Jeremy Bentham o de los manuales de Juan Beneyto sobre praxis periodística con los que estudiábamos en la Facultad, sino para responder sobre las miserias de su partido y Gobierno. Un hombre llamado a dar clases de ética profesional desde su torre de marfil progre tuvo que descender al cuándo y al porqué trabajó una prostituta amiga de su antecesor José Luis Ábalos en Ineco, una empresa pública adscrita al Ministerio.

No está pagado que alguien llamado a altos destinos docentes y a limpiar el periodismo de buleros termine siendo preguntado por catálogos de meretrices, enchufes con dinero público, negocios con mascarillas y sobre todo por cómo su «camarada Jose» acumulaba sobrinas que no lo eran realmente mientras defendía en el Congreso que se ilegalizara el negocio de las sobrinas. Y, ya es el colmo, tener que responder, en una sesión bronca donde el ministro se puso muy nervioso y amenazante, de la contratación de una aspirante a odontóloga que compartía intimidad con la mano derecha del presidente para un puesto de auxiliar administrativa en una empresa pagada por todos en la que, según el testimonio ante el Supremo de la brillante profesional, no dio ni chapa durante 24 meses. Y eso que, en la lógica sindical de Puente, su carguillo no era para tantos aspavientos: «La gente no se pega por estos puestos de 900 euros», sostuvo en la Cámara Alta.

Ese día pasó de represaliado del presidente a ser su brazo armado, el insultador oficial de jueces y periodistas, el campeón mundial de tuits

Ya le digo yo a este brillante «catedrático en teoría de la información» que se dé una vuelta por las facultades de Periodismo, donde su magisterio es tan admirado; allí más de uno mataría por un hueco en un periódico donde le pagaran esa «nimiedad» que se llevaba por el ala Jessica. Ah, y ya que se pasa por la universidad, que le enseñen a no difundir portadas manipuladas como hizo con una de ABC. O a no acosar a diarios y periodistas a los que señala con nombre y apellidos porque no se pliegan a su dirección académica. O a no pagar con recursos públicos –62.000 euritos– informes sobre los insultos que recibe en los periódicos y que él devuelve multiplicados por dos. O a no regodearse del aspecto físico de otro político como Santiago Abascal basándose en una imagen fake del líder de Vox. Lecciones de primero de maestro ciruelo: dejar de acosar a los medios por publicar informaciones críticas y no reírse del aspecto físico de otros —tampoco debe hacerse del suyo— sin ser uno precisamente el George Clooney de Valladolid.

Este corrosivo abogado, alcalde de su tierra durante ocho años, llegó a la política nacional por la puerta grande un día de septiembre de 2023, cuando Pedro Sánchez quiso humillar a Núñez Feijóo mandando al político pucelano a responderle en su fallida sesión de investidura. Ese día los españoles le pusieron cara, voz e improperio. Ese día pasó de represaliado del presidente, que le cesó por su escaso éxito como portavoz del partido, a ser su brazo armado, el insultador oficial de jueces y periodistas, el campeón mundial de tuits. Con él iban a temblar los fachas, pero lo único que temblequea es el tren de la bruja, que es lo que parecen los ferrocarriles españoles desde que él ocupa esa cartera.

No fue el mejor elogio para el hoy ministro de Transportes y Movilidad Sostenible que su líder lo colocara para insultar al jefe de la oposición y ganador de los comicios de julio de 2023. El presidente consideró que su barriobajera locuacidad sería la mejor manera de reducir a la nada al líder popular. El exalcalde de Valladolid se erigía así en el mejor exponente de la tonalidad color hormiga de la ética y estética del Gobierno. Aquella tarde, «el quebrantahuesos» —como le llaman sus correligionarios— dejó la quinta fila del grupo, adonde le había mandado el presidente por ser un mal portavoz de Ferraz, para labrarse un puesto de pendenciero en el Consejo de Ministros. Intuía el exalcalde que el que propaga odio contra la España que no vota a Sánchez gana plaza en el olimpo pedrista. Por eso no tardó en hacerlo.

Desde ese día, cuando el ministro habla descarrila un tren o se rompen relaciones con un país amigo: a Milei lo acusó de «ingerir sustancias» y emponzoñó nuestros lazos diplomáticos con Argentina. Aquella tarde de investidura en la que opositó a ministro llegó hasta 76.000 seguidores en la antigua Twitter: ganó ocho mil seguidores que, huérfanos del Sálvame, sustituyeron los insultos de la recua de Telecinco por los de Puente contra Feijóo. O contra Ayuso, de la que ha llegado a decir que presenta «un dudoso equilibrio mental». El Sálvame de Jorgeja por fin tenía un correlato pagado con dinero público, con un tuitero-ministro con ganas de agradar al jefe. Mientras, de los marrones de su Ministerio siempre echa balones fuera. El problema de los trenes es culpa, en el florido verbo de Puente, de una conspiración universal en la que participan Franco, Aznar, Rajoy, el medioambiente, las subcontratas, los actos vandálicos, los suicidas y la meteorología.

Su Ministerio se hunde entre koldos y aldamas, tras una auditoría encargada recientemente pero que no arroja luz sobre los trapicheos en la casa

Nadie escapa: atiza a periodistas, a jueces, a presidentes del PP y a ciudadanos anónimos. Intenta tapar las vergüenzas de la humillación sanchista ante los indepes con sopapos al discrepante. En ese ágora del pensamiento contemporáneo que es X ha dejado reflexiones que han rozado la cumbre de la lengua castellana: «gilipollas, idiota, imbécil, no tienes ni p... idea…» forman parte de su repertorio cuando alguien osa censurar su gestión (a veces no con las mejores formas), antes como regidor de Valladolid y ahora como titular de Transportes. Su Ministerio se hunde entre koldos y aldamas –ya va por dos altos cargos cesados e imputados–, tras una auditoría encargada recientemente pero que no arroja luz sobre los trapicheos en la casa. Hoy se niega a pedir otra.

Como era de esperar, también Puente venía a acabar con la corrupción y con el machismo en la España de la caverna, pero la realidad ha demostrado que solo existía en su propio espejo: hoy la corrupción tiene nombre de secretario de Organización del PSOE y el feminismo tiene sede en un ático pagado por un ministro socialista a una chica de catálogo en la plaza de España, a dos pasos de Ferraz. El ministro de la viga en el ojo propio se escuda en haber sido educado en una España machista para justificar que comparara la aprobación de la ley de amnistía con casarse con una mujer embarazada, o que calificara a la pareja de Ayuso como «testaferro con derecho a roce». También ha llamado «gentuza» a algunos votantes de ultraderecha y se ha negado, a preguntas del PP en el Parlamento, a llamar dictadura a la tiranía de Maduro en Venezuela. El suyo es un carrusel de cultura democrática.

Fue actor en los años 90, y suplicaba entrevistas por los periódicos (de derechas) madrileños. Las crónicas hablan de su aceptable papel como Valerio en El Avaro, de Molière, que estrenó en Madrid. Cuando dejó la interpretación, Puente fue nombrado vicesecretario provincial de su partido, en el que ingresó en 1990. Como su mentor, «cambia de opinión» con una facilidad admirable. Hace tiempo calificó a Puigdemont como el «Charles Mason» de la política española, jefe de una secta —los separatistas—, que le siguen al infierno con los ojos cerrados. En su actual reencarnación como el Demóstenes del sanchismo, se ha trasmutado en el mayor defensor del fugado.

El albardán de Pedro, al que llamó «el puto amo» por su conocimiento de idiomas y su prestancia en el exterior, no solo cosecha fans entre sus rivales políticos —de los que presume tener dosieres—, sino que tiene rendidos amigos en su tierra y en su partido. «Nunca pensé que iba a acabar en manos de Óscar Puente», dijo Ana Sánchez, vicepresidenta segunda de las Cortes de Castilla y León, ante un micrófono que creía cerrado, de charleta con otros tres procuradores socialistas, que pusieron pingando al lenguaraz ministro. Uno de ellos, Carlos Martínez, apuntó sotto voce un enigmático «es que Óscar Puente tiene una vida…»

Y ahora, señor Puente, a la espera de su próxima clase de deontología profesional, reciba un saludo.

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