Pedro Sánchez rompe la justicia
Análisis Testigo Sánchez
A Sánchez mejor le iría decir la verdad. A ello le obliga la Constitución (artículo 76.2), el Reglamento del Senado (artículos 59 y 60), la Ley Orgánica 5/1984, de 24 de mayo y, sobre todo, el Código Penal que en el artículo 502.3. castiga con la pena de prisión de hasta un año al que convocado ante una comisión parlamentaria de investigación faltare a la verdad en su testimonio
Mañana, jueves 30 de octubre de 2025, a las 9:00 horas, con permiso de la autoridad competente y si el tiempo no lo impide, magnífica, popular y muy atractiva lidia en la Comisión de Investigación del Senado, denominada Delorme, con el presidente del Gobierno como único morlaco. Pedro Sánchez está convocado para prestar declaración sobre los contratos, licencias, ayudas y otras operaciones relacionadas con Koldo García Izaguirre, José Luis Ábalos y Santos Cerdán León, actualmente en prisión por decisión del magistrado del Tribunal Supremo don Leopoldo Puente.
Pedro Sánchez dice que está absolutamente tranquilo y que todo es una «inventada», o un circo, como ayer dijeron los suyos. O sea que todo es falso y que esa investigación sobra, empezando por los jueces y terminando por los periodistas o comentaristas. Lo que hay que hacer es dejar en paz al PSOE, que es un partido con más de 100 años de honradez. El presidente mantiene que no tiene nada que ocultar, que su vida está limpia como una patena, pero lo cierto es que altos cargos de su gobierno y partido están siendo carne de banquillo. La verdad de Sánchez sólo tiene de verdad todas las mentiras que nos suelta a la menor oportunidad que se le presenta. Para él, el valor de la verdad se lo dan sus mentiras previas y corregidas. Nadie, en la política española, parece dispuesto a semejante exhibición. La política en Sánchez es el arte y el malabarismo de las mentiras donde la verdad sólo aparece como un error irreparable.
Pedro Sánchez entre Koldo García Izaguirre, José Luis Ábalos y Santos Cerdán León
El señor presidente ha encargado a sus 407 asesores privados que hagan lo que tienen que hacer, que para eso cobran, y que le diseñen la estrategia de su comparecencia. A tal fin, según cuentan, en Moncloa se ha creado un «war room», gabinete de guerra en español, para preparar al presidente ante su intervención. Me encanta el rótulo que le han puesto a la fontanería del despacho de Pedro Sánchez. Puro eufemismo. Lo de gabinete de guerra queda muy auténtico para ocultar que se trata simplemente de fabricar mentiras monumentales y grandes embustes que luego Sánchez soltará ante los senadores y, a continuación, se esparcirán por los periódicos, radios y televisiones amigas hasta crear la sensación de que todo se reduce a una conjura. En lugar de declarar sobre los hechos concretos, esto es, los trinques, los favores, el tráfico de influencias mediante precio, recompensa o promesa y al seguimiento del estado judicial de la cuestión, los lampistas de Moncloa, los pontífices de la argumentación, incluidos sus fiscales de cámara, se lanzarán como kamikazes a fantasear una conspiración contra un hombre honesto y notable, de manera que Pedro Sánchez rendirá cuentas o dará explicaciones zurciendo con nuevas mentiras, las mentiras viejas que dijo la última vez. Pero lo de la conjura está bien inventado porque a los españoles nos gusta mucho esto de las conspiraciones y las tramas.
Vamos, que el presidente ya ha construido en Moncloa su propio búnker hitleriano en el que vive con sus generales dispuestos a dar la vida por él. Con lo cual, Pedro Sánchez volverá a utilizar la mentira como arma de defensa maquiavélica y así, por ejemplo, hace unos días encargó a una consultora que le fabricara la idea de que no es bueno mover el reloj. Para el presidente del gobierno, la mentira está justificada siempre que le ayude a mantenerse en el machito y, llegado el caso, a ganar las elecciones.
Goebbels y la farsa repetida mil veces
A pesar de todo, Pedro Sánchez no ha leído a Maquiavelo, pues el que se dispone a mentir no anuncia previamente que es un mentiroso. Goebbels había sido hasta ahora el gran artesano de la mentira con aquello de que una farsa repetida mil veces termina siendo verdad. Y tenía razón, pues la farsa se convertía en verdad psicológica, sembrando el miedo, el espanto o la euforia de la gente. Pero lo grandioso de Sánchez, muy por encima de Goebbels es que no trata sólo de repetir una mentira hasta transformarla en verdad, sino de crear una verdad de la nada y hacerla realidad mediante la velocidad del rayo y el vértigo de la taquígrafa o estenotipista parlamentaria de turno. Pedro Sánchez es un fenómeno. Ha inventado nada menos que una guerra de trolas de tal manera que si la bomba nuclear le funciona pasará a la historia como uno de los grandes presidentes del gobierno de nuestra España de camisa blanca, digno de ser enterrado en ese Valle de los Caídos que tanto le gusta y lo tiene a tiro de piedra de su mansión monclovita.
Pedro Sánchez junto a José Luis Ábalos en la reunión del Comité Federal del PSOE de 2019
Dicen los suyos que el jefe Sánchez no podrá declarar mucho en la comisión de investigación porque anda ralo de memoria. Sin embargo, para mí que aparte de sobrarle hoyuelos en la cara y risas en el discurso, también le sobran mentiras en el paladar. Su política es la improvisación, el sainete. Pedro Sánchez es un líder de guardería infantil acostumbrado a decir una mentira y corregirla con la mentira siguiente. Él se siente seguro con su risa y esa seguridad, aunque ficticia, no la pierde aunque le inculpen de algo todos los días. Suelta una carcajada para decirle a Feijóo «animo Alberto» y la risa le dura hasta el día siguiente que se va a Egipto para verse con Trump que le insulta mientras él se ríe. A Sánchez le salvan sus mentiras y sus risas.
Tentaciones totalitarias
Porque si lo difícil de una mentira es que requiere ser continuamente renovada con otras mentiras, hay que reconocer que eso Pedro Sánchez lo borda. La mentira, efectivamente, mueve el mundo, pero no en el sentido que Revel escribe en sus Tentaciones totalitarias. La mentira es dialéctica y hay que contrastarla rápidamente con otra mentira. Sánchez es la versión corregida y aumentada de César, como el otro día le llamó el exministro Jordi Sevilla. Empezó ofreciéndonos una tesis que ni había leído, luego dijo que jamás pactaría con Bildu y no tardó en encamarse con ellos. Acto seguido descartó gobernar con Podemos y vamos que si gobernó. Anunció a bombo y platillo que capturaría al prófugo Puigdemont y no sólo le dejó que campara por sus respetos, sino que encima le amnistió, previo asalto al Tribunal Constitucional al estilo del feo y el malo de Cándido. Y para colmo se nos presentó como un adalid en la lucha contra la prostitución y al cabo de los años se descubre que durante una larga temporada vivió del negocio de saunas que regentaba el suegro, mientras su señora afanaba con la cuenta de la vieja.
Carles Puigdemont (izquierda), Cándido Conde-Pumpido (centro), Pedro Sánchez (derecha), en un diseño de El Debate
De ahí que mucho me temo que el testigo Sánchez sea el testigo de la mentira, la carcajada y el cinismo. A estas alturas los únicos ejercicios que practica son esas tres primorosas gimnasias que ya exhibió al contestar a Feijóo en la sesión de control de la semana pasada. Pedro Sánchez va de pulcro apolíneo, pero es un hortera que juega al cinismo con todo el mundo. Con sus ministros, con los diputados, con los compañeros de partidos y no digamos con sus adversarios y enemigos políticos. Por eso últimamente se dedica al cinismo, dando un espectáculo triste e indignante, con la ayuda de la sopa boba de la televisión pública, que es su Moncloa-2.
Obligado a decir la verdad
Ahora bien, por mucho que trate de disimular, cada vez que Pedro Sánchez comparece en público se le nota el desgarramiento interior de estarnos mintiendo y, sobre todo, de mentirse a sí mismo. He aquí lo destructivo de la mentira. Cuando Pedro Sánchez le espetó al líder de la oposición aquello que ya he dicho de «Alberto, ánimo», lo que demostró es que tenía prisa por desmentir sin argumentos y con rostro seco y colgante, todo lo que Alberto Núñez Feijóo le había recordado que se dice de él y de su particular cuerda de presos. Lo que el presidente consiguió con esa salida de pata de banco fue trasmitir un Pedro Sánchez tembloroso, inseguro, violento y extinguido.
En fin. No sé, ciertamente, lo que Pedro Sánchez hará finalmente en su comparecencia de mañana en el Senado, pero si aceptase un consejo desinteresado, creo que en lugar de presentarse muy puesto y corniveleto, mejor le iría decir la verdad. A ello le obliga la Constitución (artículo 76.2), el Reglamento del Senado (artículos 59 y 60), la Ley Orgánica 5/1984, de 24 de mayo y, sobre todo, el Código Penal que en el artículo 502.3. castiga con la pena de prisión de hasta un año al que convocado ante una comisión parlamentaria de investigación faltare a la verdad en su testimonio, supuesto que, como declara la jurisprudencia, se da cuando la desviación entre la narración y la realidad material resulta patente, manifiesta e incompatible.
Y una cosa más. Me refiero a que no se olvide el presidente que del asunto también están conociendo los jueces y, para más detalle, el mismísimo Tribunal Supremo. Estas son palabras mayores. A tal extremo han llegado las cosas que bien podemos decir que los jueces, tan austeros y prudentes como eficaces, son el último baluarte de nuestro sistema democrático y el hecho diferencial por el que sabemos que todavía se aspira a la igualdad en España. Hablo del juez que conoce no sólo la profundidad del poder que representa, sino también la gloria de ejercerlo constitucionalmente. Los jueces independientes, como los periodistas independientes, se convierten así en los auténticos protagonista de la vida nacional.
Señor presidente del Gobierno: Esto es lo hermoso de la democracia, que una vez puesta en marcha ya no hay quien la pare.