Ernest Hemingway y Antonio Ordoñez
Hemingway y los toros: el duelo que llevó al americano a las plazas de Ciudad Real y Cuenca
El premio Nobel recorrió las plazas de toros de España y Francia en aquel 'verano peligroso' de 1959
Ernest Hemingway forma parte del saber colectivo gracias a su plural obra. El legado de su literatura, marcada muchas veces por sus innumerables viajes, presenta a España como uno de sus destinos preferidos. Cuenta de ello trae su delicioso relato en ‘Fiesta’, libro en que desglosa con detalle su amor por Pamplona y los encantos de las gentes que le hicieron volver en repetidas ocasiones.
Hemingway cursa un viaje emocional desde la tranquilidad de un café madrugador, en una terraza donde se sentaba a ver pasar las bandas y cuadrillas rumbo a las fiestas de San Fermín, hasta la primera visión de los encierros y posterior festejo taurino que le encandiló por siempre.
La novela causó un fuerte impacto para marcar el antes y después de una fiesta que se proyectó a nivel mundial. Totalmente integrado en la festividad pamplonica, el premio Nobel estaba cada vez más empapado de la cultura del toro y sus crónicas resultarían un éxito en el continente americano.
Los ecos de unas gentes que por adrenalina, pasión o tradición ponen el pellejo en juego sobre los adoquines vibrantes por el paso de la manada de toros sorprenden y gustan a su público. Ni que decir, del interés que surge desde el otro lado del charco por conocer los interesantes detalles de las corridas de toros. Todo ello, derivó en un encargo que traería al escritor americano hasta Castilla-La Mancha.
La rivalidad en el ruedo
Antonio Ordoñez y Luis Miguel Dominguín
Con motivo de la nueva temporada taurina en 1959, la revista ‘Life’ encargó a Hemingway una serie de crónicas que ahondaran en la rivalidad entre toreros, concretamente, la que protagonizaban por la época Antonio Ordoñez y Luis Miguel Dominguín, su cuñado.
De estos escritos surgiría más tarde la novela ‘El verano peligroso’, que tiene como protagonista al duelo entre matadores y que se publicó póstumamente en 1985. Con buenos conocimientos de tauromaquia adquiridos, como demostró en ‘Muerte en la tarde’ y ‘Fiesta’, Hemingway se embarcó en la apasionante aventura de acompañar por las plazas de España y Francia, a los cuñados enfrentados sobre el ruedo.
La revista Life calculó mal. Su encargo requería unas 10.000 palabras, pero el autor no pudo entregar menos de 120.000. La España en blanco y negro daba para mucho material. Ahondando en lo taurino y desde los ojos de un ajeno a la cultura española, se comprende que no pudiera limitarse a las palabras encargadas.
A la temporada 1959, Dominguín llegaba como la figura más puntera del toreo en España y como en toda historia, se precisaba de un aspirante al trono. Ese era su cuñado, Antonio Ordoñez. En dichas crónicas, se advierte un cierto tono a favor de Ordoñez y es comprensible. Hemingway conoció al matador en Sanfermines y desde ese momento surgió una profunda amistad entre ambos. El americano durante aquel verano peligroso de 1959 fue un miembro más de su cuadrilla. Ordoñez y Dominguín coincidieron en diez carteles aquella campaña y de todas esas tardes, tres de ellas se enfrentaron mano a mano.
Hemingway en Castilla-La Mancha
Hemingway, Dominguín, Hotchner y Ordoñez
Metido de lleno en la cuadrilla de confianza de Ordoñez, el autor americano le acompañó en una temporada en la que, además del duelo con su cuñado, el espada rondeño apareció en 52 carteles.
‘Los Dominguines’ eran apoderados de los toreros protagonistas del enfrentamiento taurino y además, por aquel entonces también hacían de empresarios en la plaza de toros de Cuenca. No hay mucho documento sobre aquella tarde de Hemingway en el callejón conquense, pero otro torero llamaría su atención. Chicuelo II contaba con tremenda presión ante la tarde en que se prestaba a su público.
El iniestense ya había toreado a ojos de Hemingway en Aranjuez y sobre él dijo: «Le considero más valiente que un tejón, cualquier otro animal y la mayoría de los hombres». La plaza de toros se encontró a rebosar aquel 5 de septiembre en Cuenca. Gigantes y cabezudos animaban la llegada del público y a las cinco en punto de la tarde Antonio Ordoñez, Chicuelo II y Pepe Cáceres iniciaban el paseíllo. La puerta grande fue para Manuel Jiménez Díaz ‘Chicuelo II’, con cuatro orejas y un rabo.
El otro de los periplos conocidos del americano por la actual Castilla-La Mancha, le sitúa en Ciudad Real. Esta vez, con el duelo torero con protagonismo en el ruedo y con una anécdota de las más curiosas de la temporada. En el resumen de aquellas 120.000 palabras, uno de sus ayudantes, Hotchner, le acompañó en aquella visita a Ciudad Real. El ayudante del autor había jugado anteriormente al béisbol y este deporte llamó la atención de Ordoñez.
Tras este rato ameno entre risas, el matador propuso que Hotchner hiciera el paseíllo vestido de torero como sobresaliente. ‘El Pecas’, así se refería el rondeño al acompañante del autor, accedió y se vistió. Titubeante una vez se vio rodeado de los verdaderos matadores, no fue capaz de pasar del callejón, lugar donde Juan de Palma le llegó a ofrecer un par de banderillas.
Anécdotas aparte, aquella tarde del 17 de agosto de 1959, Ordoñez salió victorioso del duelo. Con justicia, Hemingway recogió en la novela la clara desigualdad entre los lotes de toros de aquella tarde. Dominguín se prestó a la faena, pero los toros permitieron más lucimiento a Ordoñez lucirse hasta las cinco orejas, dos rabos y una pata.
‘El verano peligroso’ es un homenaje a la valentía y coraje de dos toreros que midieron sus fuerzas con capote, muleta y espada. Una lectura interesante y amena sobre los pormenores de la dualidad de los toreros y la vida más allá del ruedo. Todo ello desde los ojos de un americano, periodista y Premio Nobel de Literatura, que estuvo en Castilla-La Mancha y del que queda la espina de que no dedicara más páginas sobre la riqueza de la región.