El arquitecto e investigador pontevedrés Manuel Bouzas, ganador del Premio Princesa de Girona 2025

El arquitecto e investigador pontevedrés Manuel Bouzas, ganador del Premio Princesa de Girona 2025Manuel Bouzas

Premios Princesa de Girona 2025

El joven gallego que lucha por devolver el sentido común a la arquitectura: «Tierra, madera y piedra»

Manuel Bouzas recogió ayer el Premio Princesa de Asturias Arte 2025 por su defensa del «poder transformador de la arquitectura»

«Tiene un punto de genio», advierte una de las responsables de prensa al hablar del pontevedrés Manuel Bouzas, de 32 años, ganador del Premio Princesa de Girona Arte 2025. Hablando con él, uno tiene la misma impresión: arquitecto y profesor en las universidades de Cornell y Harvard (EEUU), Bouzas se ha labrado una trayectoria abogando por la descarbonización de los procesos constructivos.

Ha desarrollado proyectos en ciudades como Valencia, Palma de Mallorca, Roma y Venecia, y fue el comisario –junto al también gallego Roi Salgueiro– del Pabellón de España en la Bienal de Venecia de 2025. Atendió a El Debate en Barcelona pocos días antes de la gala que se celebró este miércoles para hablar de sentido común, materiales de proximidad y el potencial español en arquitectura.

–En alguna entrevista ha dicho que «sostenibilidad» es una palabra que considera que ya ha caducado.

–Sí, es una palabra que intento no utilizar siempre que puedo porque me parece que está agotada, y que tenemos la responsabilidad de ser muy específicos con los términos. Creo que se ha generado una cacofonía sobre qué es verde y qué es sostenible hoy en día que tiene que ver con cumplir unas determinadas normativas o una determinada demanda del público… pero como arquitectos o diseñadores nuestro fin último no es descarbonizar.

–¿Cuál sería, entonces?

–Nuestro fin es generar algo con valor, algo con deseo, algo bello. Y en el proceso hemos de ser capaces de reformular aquellas cosas que no están funcionando para generar valor y deseo en el resultado final.

–Me da la impresión que en los debates sobre ecología se habla más de normativas e imposiciones gubernamentales o europeas que de términos como «belleza».

–Es cierto, creo que usamos poco la palabra «belleza»: nos da pudor, como si fuera naif. Sin embargo, en un restaurante sí decimos que algo está rico cuando está cocinado a fuego lento, con ingredientes saludables, de cercanía… Sin embargo, cuando ‘cocinamos’ la arquitectura con ingredientes saludables para el planeta y de cercanía –hablo de la tierra, la madera o la piedra, que no contaminan– no decimos «¡qué bello!».

Bouzas recibe el Premio Princesa de Girona de Artes 2025, en marzo

Bouzas recibe el Premio Princesa de Girona de Artes 2025, en marzoEuropa Press

Sin embargo, es tan importante lo que metemos en nuestros cuerpos –la comida– como aquello que nos protege por fuera. Yo creo que la arquitectura tiene una condición de austeridad, y que la belleza está cuando lo construido es la expresión máxima del sentido común. Cuando uno lo ve dice: «No podía ser de otra forma».

–Su propuesta no va ligada a un estilo o a un lenguaje formal concreto: usar madera, piedra o fibras vegetales, como plantea, ¿implica construir como en el siglo XVII o el XVIII?

–No, y creo que esto es peligroso, porque lleva a una visión nostálgica y bucólica. Pero sí es cierto que el acero, el hormigón o el plástico tienen unas propiedades únicas porque han divorciado la función de la forma. Por eso permiten hacer cosas muy largas, muy grandes o con muchas curvas… pero también nos han llevado a que la construcción genere el 40% de las emisiones globales.

Esto explica que los arquitectos estemos en un momento de desconexión: no sólo con la sociedad, sino también con la naturaleza. Y creo que hemos de trabajar para desescalar este agujero. Eso nos obliga a mirar lo que tenemos cerca, a lo que tenemos al lado.

–¿A lo que tenemos en España, por ejemplo?

–España es un país tremendamente rico en recursos naturales y minerales no contaminantes: piedra, tierra, madera, incluso residuos. Además, aquí hay un talento desbordante en arquitectura. Y eso nos obliga a preguntarle a la madera, a la piedra y a la tierra cómo tenemos que construir con ellas.

Y esto a veces nos lleva a lenguajes que pueden recordar a algunos con los que estamos familiarizados, pero que se revisitan con una industria muy innovadora y con unas grandes tecnologías que nos permiten poder construir más rápido, más barato y con muchas menos emisiones. Y esto no es una utopía, no es un escenario a 20 años vista: en España ya se está haciendo.

–Esto es lo que centraba el pabellón de España que comisarió ud. para la Bienal de Venecia junto a Roi Salgueiro.

–El tema de este año de la Bienal era buscar fórmulas para combatir el cambio climático a través de movilizar tres tipos de inteligencias: la natural, la colectiva y la artificial. El pabellón de España responde a eso con una palabra, internality («internalidad»), que hemos acuñado y estamos proponiendo para incluir en el diccionario. Lo que describe es una actitud profundamente española que está abordando con éxito la descarbonización de la construcción.

Pero mientras que muchos países del ámbito internacional especulaban con cómo podía ser ese futuro, el pabellón de España lo demostraba: mostrábamos hasta 16 proyectos, entre viviendas sociales, viviendas unifamiliares o equipamientos públicos, hechos con madera, con piedra y con tierra. Escogimos 16 pero ¡se presentaron hasta 200! No hay tantos países que tengan tantas, y tan variadas. Y lo mejor de todo: tan hermosas, tan bellas.

–Póngame algún ejemplo.

–Ya que estamos en Barcelona, te pongo los ejemplos catalanes. Ahí está el parque de bomberos de Moià diseñado por el despacho de Josep Ferrando, o el Bloque 6x6, un edificio de viviendas hecho con madera industrializada en Gerona, obra de Bosch Capdeferro. Cerca de aquí también hay edificios hechos enteramente con tierra, como Ca Na Pau, en Mallorca, firmada por Munarq Arquitectos.

Ca Na Pau, en Mallorca, construida enteramente con tierra

Ca Na Pau, en Mallorca, construida enteramente con tierraMunarq

–¿Hablamos de una moda o de una tendencia que ha llegado para quedarse?

–Pienso en la moda como una especie de capa superficial que uno se pone y se quita, como la ropa, pero esta arquitectura habla del sentido común, que es difícil de cuestionar. Es trabajar con lo que siempre has tenido ahí, movilizando recursos con los que no se había contado en los últimos 100 años. Y, al hacerlo, de repente estás movilizando economías locales, dando tu dinero a tu vecino, y no al otro lado del planeta.

Además, también estás reduciendo emisiones, porque ya no dependes de transportes ni de cadenas de suministro, altamente contaminantes. Y produces una arquitectura realmente atractiva, donde la gente quiere vivir, a precios más que competitivos. ¿Cómo podría ser de otra manera?

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