Panteón real, en el monasterio de Poblet
Historias de Cataluña
La tumba de Tarragona en la que está enterrado un rey con dos cabezas
El sepulcro donde reposan los restos del rey Jaime I tiene dentro dos cráneos con heridas de flecha
En el monasterio de Poblet, en Tarragona, se encuentra la tumba del rey Jaime I de Aragón, apodado «el conquistador». No obstante, cuando se produjo la desamortización de Mendizábal y las revueltas anticlericales, entre los años 1836 y 1837, el monasterio quedó profanado y abandonado.
Se saquearon las tumbas de los reyes y sus huesos se dispersaron y mezclaron por el suelo. En 1844, la Comisión de Monumentos de la provincia de Tarragona recuperó los huesos y les volvió a dar un entierro digno. El arqueólogo Buenaventura Hernández Sanahuja atribuyó una de las momias, vestida con el hábito cistercense, a Jaime I.
El problema es que dicha momia no tenía cabeza. Cuando se le quiso asignar una, el arqueólogo dudó entre dos posibles cráneos. Al no estar seguro de cuál era el de Jaime I, porque ambos presentaban una herida de flecha, se decidió colocarlos dentro del sepulcro. Actualmente ambos cráneos continúan allí, dando pie a la leyenda del rey de las dos cabezas.
El origen de «caray»
Otra leyenda relacionada con Jaime I es la palabra «caray». Se cuenta que, durante el sitio de Valencia, al rey se le antojó una cabeza de ajos, en catalán «alls». Varios fueron los sirvientes que salieron para satisfacer al rey. Al poco, no obstante, fueron atacados, sobreviviendo sólo uno.
Este regresó como una cabeza. Al verlo el rey exclamó: «Car all!» («¡caro ajo!»), que con el tiempo derivó en caray, como expresión de sorpresa o asombro. Sin embargo, se trata de una leyenda sin demasiado fundamento, ya que la realidad es que esta palabra es un eufemismo que se utiliza para evitar la palabra «carajo», que resulta malsonante. Con lo cual, desgraciadamente, Jaime I no inventó la palabra caray.
Detalle de 'Entrada triunfal del rey Jaime I a la ciudad de Valencia', pintado por Richart Montesinos en 1884
No son las únicas anécdotas ligadas a reyes de la Corona de Aragón. En la Edad Media se contaba que el Papa coronaba a los reyes por los pies, para simbolizar la supremacía del poder espiritual sobre el temporal. Cuando la coronación no era papal se imponía la corona en las manos. Esto también forma más parte de la leyenda que de una realidad.
Sea como fuera, se cuenta que a Pedro II lo coronó el papa Inocencio III en Roma, en el 1204. Para evitar esta humillación, hizo fabricar una corona de pan, para que no se pudiera profanar la corona real. El Papa, al ver que el material era tan frágil, no tuvo más remedio que imponérsela en las manos, forzando un gesto de mayor respeto hacia el rey.
Parricidio real
Otro caso es el de Ramón Berenguer I, que se casó por primera vez con Isabel de Nimes. Más tarde, se enamoró perdidamente de Almodis de la Marca, que ya estaba casada. El conde decidió ignorar las normas eclesiásticas. Repudió a su esposa legítima, enviándola a un convento. Luego, según algunas crónicas raptó a Almodis, aunque según otras se fugó con ella, casándose en 1052.
La Iglesia Católica, escandalizada por este adulterio, secuestro y bigamia de facto, excomulgó a Ramón Berenguer I y a Almodis. A pesar de la excomunión, el conde se negó a deshacer su matrimonio, del que tuvieron hijos gemelos. El conde demostró que su autoridad política estaba por encima de las prohibiciones eclesiásticas en sus propios dominios.
La historia acabó de una manera trágica. Pedro Ramón, el hijo del primer matrimonio de Ramón Berenguer I, celoso y enfadado, asesinó a su madrastra, Almodis, en 1071. El parricida fue desheredado y excomulgado.