Beijing (China), 27/01/2025.- Chinese President Xi Jinping, also general secretary of the Communist Party of China (CPC) Central Committee and chairman of the Central Military Commission, delivers a speech at a high-level reception to ring in the Chinese New Year at the Great Hall of the People in Beijing, China, 27 January 2025. The CPC Central Committee and the State Council held the reception in Beijing on 27 January. EFE/EPA/XINHUA / LI XUEREN CHINA OUT / UK AND IRELAND OUT / MANDATORY CREDIT EDITORIAL USE ONLY

El presidente chino Xi Jinping, tambiién secretario general del Partido Comunista de ChinaEFE

Roma mira al cielo, Pekín lo hace a la tierra

Mientras los ojos del mundo se clavan en el Vaticano, Xi Jinping y su círculo de leales trazan los contornos de una transformación silenciosa que podría terminar siendo capital para el futuro global

Roma guarda la respiración. La muerte de Francisco ha transformado la ciudad en un escenario solemne, donde el incienso y el murmullo expectante dibujan una escena que solo el Vaticano sabe orquestar. Pronto, turistas y corresponsales se agolparán frente a la Capilla Sixtina, mirando al cielo, donde en cualquier momento podría brotar la famosa fumata blanca. En los cafés cercanos se venden expressos a precio de ibérico, y las tiendas de recuerdos han reservado espacio en sus escaparates para tarjetas en blanco, listas para ser estampadas con el nombre del nuevo Papa. Hay momentos en los que la historia parece suspenderse en un paréntesis, y Roma, sin duda, sabe cómo administrarlos.

Lejos de esa fascinante liturgia, en Pekín no hay humo, ni incienso, ni cánticos gregorianos. Solo decisiones discretas, pasos calculados y una notable falta de interés por la pompa. Mientras los ojos del mundo se clavan en el Vaticano, Xi Jinping y su círculo de leales trazan los contornos de una transformación silenciosa que, sin fuegos de artificio ni coros de ángeles, podría terminar siendo capital para el futuro global.

China ha dejado atrás su era de prodigios estadísticos, cuando los rascacielos brotaban como bambú en primavera y el crecimiento a doble dígito era considerado poco menos que un derecho natural. Hoy, las grúas siguen moviéndose, pero a un ritmo menos frenético, casi reflexivo. La población envejece, el dinamismo empresarial se resiente y los socios comerciales tradicionales ofrecen una cortesía cada vez más cargada de recelo. Pekín lo sabe y, lejos de llorar tiempos pasados, ha optado por reajustar su brújula estratégica.

Von der Leyen y Xi Jinping, en una reunión en abril

Von der Leyen y Xi Jinping, en una reunión en abrilAFP

El nuevo proyecto chino ya no persigue el crecimiento como fin en sí mismo. La palabra clave ahora es «seguridad»: energética, tecnológica, alimentaria y, sobre todo, política. China invierte como nunca en semiconductores, inteligencia artificial y baterías eléctricas. Pero también delimita cuidadosamente el terreno en el que las empresas privadas pueden moverse, no vaya a ser que la creatividad acabe derivando en independencia y esta, en disidencia. Si la innovación florece, será dentro de un invernadero perfectamente controlado, aunque los jardineros económicos occidentales insistan en que las mejores ideas tienden a germinar en terrenos menos reglamentados.

Mientras tanto, la estrategia exterior sigue su propio compás. A medida que Washington endurece las restricciones tecnológicas y Europa multiplica las señales de alarma –con alguna excepción-, Pekín teje su red en el Sur Global, donde la paciencia diplomática y los paquetes de infraestructuras aún valen más que los discursos sobre valores. El mundo se fragmenta en esferas de influencia, y China apuesta por construir la suya sin prisas, consciente de que, a largo plazo, las alianzas basadas en la necesidad suelen resistir mejor que las basadas en la afinidad.

Donald Trump junto a Xi Jinping en una imagen de archivo

Donald Trump junto a Xi Jinping en una imagen de archivoAFP

El verdadero riesgo para China no es el colapso, esa fantasía recurrente de tantos analistas occidentales, sino algo más sutil y más probable: una larga desaceleración, un estancamiento gradual, casi imperceptible, que corroa su vitalidad desde dentro. La historia ofrece precedentes incómodos. Japón, tras el estallido de su burbuja en los años noventa, tardó una generación en recuperar algo parecido al optimismo. China tiene ventajas estructurales que Japón no tuvo, y una voluntad política mucho menos permeable a la resignación. Pero ni siquiera el Partido Comunista puede alterar las leyes de la demografía ni la química de la innovación.

En Roma, los cardenales deliberarán bajo los frescos de Miguel Ángel. En Pekín, los comités permanentes lo harán bajo retratos mucho más teñidos de rojo. Allí, como aquí, el arte de gobernar consiste en administrar el tiempo y las expectativas. El humo blanco anunciará al mundo que un nuevo líder ha sido elegido; en China, no habrá humo ni ceremonias, pero los movimientos en curso serán, sin duda, igual de trascendentales.

En el fondo, tanto Roma como Pekín comprenden que el verdadero poder se cultiva con paciencia y se ejerce en silencio.

José Antonio Monago Terraza es portavoz Adjunto del Grupo Popular en el Senado y miembro de la Comisión Mixta de Seguridad Nacional y Defensa

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