
La desinformación se ha instalado en las redes sociales en detrimento del periodismo
Defensa La batalla actual de la comunicación
A estas alturas de siglo, con una revolución tecnológica sin precedente alguno, sobre todo en lo relativo al mundo de las comunicaciones, y su efecto sobre la población mundial, no descubrimos nada si afirmamos que la propaganda y el relato han cobrado un valor incalculable en los conflictos y guerras. Tenemos referencias históricas sobre ello y la Guerra de Vietnam es un ejemplo paradigmático. Estados Unidos perdió esa guerra en su propio territorio, en la pantalla de sus televisores y en sus periódicos y radios, incluso se acuñó la frase «Vietnam se perdió en la televisión».
Los periodistas, televisivos, radiofónicos o de la prensa, se encargaron de trasladar a los ciudadanos las imágenes y opiniones más reales sobre el conflicto, se colaron en sus salones para, a través de aquella pequeña pantalla, mostrarles la crueldad y barbarie de aquella guerra. Las imágenes se daban de bruces con la propaganda oficial que intentaba convencer a los ciudadanos de que aquella era una guerra «justa y necesaria», como se afirma en todas las guerras.
Poco a poco, el pueblo, la sociedad civil estadounidense, fue hartándose de la muerte de sus chicos, de las imágenes constantes de ataúdes regresando a su país con los cuerpos de aquellos jóvenes enviados a la guerra y comenzaron a revelarse contra ello. El resultado final todos lo conocemos, la posición se volvió cada vez más crítica, su oposición a la guerra se mostró cada vez más beligerante, las calles de Washington y de otras muchas ciudades estadounidenses se llenaron de manifestantes y protestas y el poder político, temeroso de la imagen internacional negativa, y de otras cuestiones, decidió ordenar la retirada de sus tropas del conflicto.
En aquella ocasión, el periodismo, tanto en su forma escrita como en su forma televisada o radiofónica, cumplió con una de sus labores fundamentales, la búsqueda de información para su público, el ejercicio de un contrapoder, la realización de una labor fundamental, la búsqueda de la verdad aún en contra del poder. Los profesionales del periodismo fueron capaces de movilizar al ciudadano y se erigieron como los vencedores de la batalla mediática, aportaron su granito de arena para que la sociedad se plantase y exigiera un cambio a sus gobernantes. El periodismo cumplió la labor de «elemento corrector», porque la importancia no está solamente en tomar decisiones correctas sino en corregirlas, en disponer de herramientas para forzar al poder a corregirlas si no son las adecuadas.Desde aquel momento hasta la actualidad el panorama ha cambiado mucho, sobre todo en algo esencial, la pérdida de influencia de los profesionales del periodismo para transferirla a los profesionales de las redes sociales, a internet. Las redes sociales han irrumpido en la escena y unos individuos denominados «influencers», sin preparación alguna en muchos casos, disponen de la capacidad de impactar con su mensaje sobre millones de ciudadanos y convencerlos de cualquier mensaje. Este poder de llegada se lo han sustraído a los profesionales del periodismo.
Todo este escenario ha provocado una disminución de lectores en los medios para pasar a convertirse en lectores de plataformas como Twitter (ahora X). Su definición inicial de «140 caracteres» ya era una clara declaración de intenciones, «no hace falta mucho texto, es mejor dar al lector la idea hecha, que no piense mucho». Después, otras plataformas como Instagram o TikTok, «mucha imagen y poca letra» consolidaron este objetivo. Todo ello nos ha llevado a un mundo en el que unos señores han decidido que no debemos pensar mucho y ellos ya harán ese trabajo por nosotros y, en este sentido, el periodismo es un enemigo por batir. Nada de reflexión, es mejor la ceguera generalizada y lo mejor es saturar al ciudadano de información procedente de fuentes sin conocimiento o credibilidad alguna, dispuestas a poner sobre la mesa aquello que sea necesario para conseguir un fin determinado, en la mayoría de los casos solamente ganar dinero, sin importar nada en absoluto transmitir la verdad. Estaríamos ante una suerte de «Profetas del Interés», encargados de aumentar el número de seguidores para así aumentar el número de ingresos en sus cuentas corrientes al precio que sea.
¿Prefiere que le opere un influencer?
Los periodistas son profesionales que buscan la verdad y prueba de ello es que muchos han perdido la vida en ese afán por mostrarnos los hechos y no la verdad dibujada por el poder. Es verdad que muchos han caído en la trampa y son también «propagadores de desinformación» pero mayoritariamente son profesionales que se han preparado para comunicar. Y algunos se preguntarán: ¿qué importancia tiene eso? Pues hombre, la misma que tiene que nos opere un médico, nos defienda un abogado o nos proteja un policía, ¿o usted prefiere que estas labores las realice un influencer?
El grave problema es que se ha producido un cambio tremendamente peligroso, la confusión entre la cantidad y la calidad, la confusión entre la libertad de opinión y que la opinión sea respetable, la confusión entre poder opinar de todo, aunque el contenido de nuestras opiniones sea una sandez. Este nuevo panorama ha llevado, intencionadamente, a intentar convencer al ciudadano de que puede participar en cualquier debate, de que solamente con leer lo que recibe en su Twitter es ya un profesional con la capacidad de opinar de cualquier materia.
Se ha propagado la idea, contraria a la realidad, de que, sin esfuerzo, sin preparación, podemos ser expertos en cualquier materia, porque lo que marca esa posibilidad no es nuestra preparación sino nuestra suprema libertad individual, nuestra suprema libertad de expresión. En realidad, lo que se está provocando es el alejamiento de los postulados científicos, académicos, profesionales, para situarnos en los postulados de una población anclada en la superficialidad, la banalidad y la falta de conocimientos, además de un deseo total y absoluto de no realizar esfuerzo alguno para conseguir lo contrario.
Históricamente, la adquisición de conocimientos ha estado relacionada con el esfuerzo por parte del candidato a obtenerlos y por la guía de «maestros» que han aportado a estos su sabiduría y conocimientos. Toda la vida los conocimientos se han adquirido bajo la guía de personas que nos han aportado su «sabiduría» y que nos han permitido, en un proceso de acumulación de conocimientos, poder perfeccionar y, en muchos casos, superar a nuestros maestros. Toda la vida menos ahora, donde lo importante es opinar sin tener en cuenta si estamos a la altura de poder hacerlo.
Esta transformación produce cuestiones que son realmente alarmantes. Si vamos por la calle y nos topamos con una pelea, observaremos como la mayoría de los testigos están preocupados no de la labor esencial, intentar que ese acto no continúe, sino de grabar el evento para subirlo a las redes, no reparando en la transmisión de las más crueles imágenes. Todos, con el móvil en el bolsillo, nos hemos convertido en una suerte de periodistas de fortuna en busca de la noticia con la que alimentar nuestra red, nuestra popularidad, aunque realmente estemos trabajando gratis para aquellos que nos han convertido en esclavos de sus redes de manipulación humana.
Esto significa que no solamente nos hemos alejado de la «verdad», informativamente hablando, sino que nos hemos alejado de la humanidad, de los valores, de las virtudes. El problema, en mi humilde opinión, es que hemos sustituido los maestros por internet, por los contenidos de unos individuos que nunca podrían llegar a la categoría de esos «profesores» que nos han guiado en el proceso de aprender y adquirir conocimientos.
No señores, con leer en Twitter, ver vídeos de Tik-Tok o seguir a nuestros influencers no llega. Para tener una opinión de valor sobre cualquier cuestión es necesario el esfuerzo y la preparación y todas esas plataformas no buscan ese objetivo, buscan la simpleza, la falta de reflexión, buscan, en definitiva, convertirnos en esclavos de nuestra propia falta de preparación y cultura. Cuanto más inculto sea un pueblo más fácil es manipularle.
Con el sometimiento a estas normas, con la ausencia de profesionales del periodismo, para sustituirlos por estos nuevos personajes, en la mayoría de los casos sin preparación alguna, y sin nada positivo que aportar, estamos forjando los barrotes de nuestra propia celda. Llegará un momento en el que nos veamos encerrados en los límites de nuestra propia incapacidad y con barrotes que nosotros mismos hemos construido con nuestra complicidad e incultura.
Como final de esta reflexión, me viene a la cabeza esa cita atribuida a Dostoievsky, aunque parece que erróneamente, pero que es descriptiva de la situación que vivimos en la actualidad: «La tolerancia llegará a tal nivel que a las personas inteligentes se les prohibirá pensar para no ofender a los idiotas».