Eurofighter preparado para la guerra electrónica

Eurofighter preparado para la guerra electrónicaRafael/Hensoldt

Si quieres la paz... gana la guerra (II)

La defensa de nuestros cielos

Si no queremos resignarnos a defender individualmente unos pocos objetivos, es preciso salir de la atmósfera terrestre para interceptar a los misiles cuando van de camino a sus blancos

Hace una semana, en el primer artículo de esta serie para El Debate, traté de trasladar a los lectores una inquietud que es mucho más que personal: si la guerra recupera el carácter de palanca para unir a la sociedad que predicó Maquiavelo en el siglo XVI, la disuasión clásica, basada en la negación de la victoria o en la imposición de costes prohibitivos, deja de funcionar. La India y Pakistán, Camboya y Tailandia, Irán e Israel… son solo ejemplos —ya son tres en lo que va de año— en los que ni siquiera se ha necesitado la esperanza de ganar la guerra para que las naciones llegasen a las manos.

Supongamos, pues, que solos o de la mano de nuestros aliados, los españoles nos vemos en la obligación de combatir. ¿Cómo sería esa guerra? No podemos saberlo con certeza, pero lo más probable es que, si llegara a ocurrir, se materializaría como una brusca escalada de la guerra híbrida que, con diferente intensidad, ya estamos librando en tres escenarios diferentes: Rusia, Oriente Medio y Norte de África. Una escalada en la que, no nos engañemos, serían nuestros enemigos quienes tomarían la iniciativa. Ellos escogerían el arma para un duelo que, si excluimos al obstinado presidente Putin, a todos nos conviene —del mal el menos— que sea a primera sangre. ¿Cuál es la más probable de esas armas? ¿Cuál la más peligrosa?

Parábola del gran banquete

Para responder correctamente a las preguntas anteriores debiéramos llamar al estrado de los testigos a los militares que sirven hoy en los Estados Mayores de carácter conjunto. Pero, como ellos no van a venir a contestarnos —y hacen muy bien— seguiremos el ejemplo de la parábola del gran banquete y saldremos a buscar por los caminos virtuales a los pobres, ciegos, cojos y lisiados —o, en nuestro caso, a los militares retirados, geoestrategas de salón, becarios y difusores de bulos en general— que sí pueden aceptar nuestra invitación. No diga luego el lector que no le advertí de que todo lo que sigue a continuación hay que cogerlo con pinzas.

Mezclando en una coctelera lo que nos cuentan del mundo personajes como los citados en el párrafo anterior, todo apunta a que la primera fase de una guerra así —y, si lo hacemos bien, quizá la última— tendría lugar en el aire y estaría protagonizada por las armas del momento: el misil balístico y el dron.

¿Nos estamos preparando para derrotar a nuestros enemigos o, por lo menos, contenerlos en esa fase temprana de las hostilidades? Europa parece que sí empieza a tomarse esto en serio. De las siete áreas de capacidad que prioriza el Libro Blanco de la Defensa Europea, la primera es la defensa de nuestros cielos. Más allá de Bruselas, ya son 24 las naciones de nuestro continente —incluidas algunas, como Austria y Suiza, que ni siquiera pertenecen a la OTAN— que participan del programa ESSI (European Sky Shield Initiative) destinado a proteger a sus ciudadanos de los misiles balísticos y los drones de Rusia, Irán o quién sabe qué otros lugares. Yo, si fuera ellos, estaría pensando en el Sahel o la ribera sur del Mediterráneo.

La decisión española

España, sin embargo, ha preferido quedarse fuera del ESSI; quizá porque, por el momento, el programa europeo parece contar con el misil Arrow 3 israelí como su carta más valiosa. Es verdad que hay una segunda opción en el mercado, la norteamericana, que está mucho más desarrollada… pero tampoco hemos querido dotar a nuestras fragatas de los carísimos misiles Standard SM-3 que llevan los destructores de la US Navy basados en Rota y que permiten la interceptación de misiles balísticos de alcance corto y medio —como los que tiene y exporta Irán— donde de verdad conviene hacerlo: fuera de la atmósfera terrestre.

¿Qué es, entonces, lo que va a hacer España para defender sus cielos? En las listas de programas militares ya aprobados que el ministerio de Defensa ha publicado hasta la fecha se incluyen bienvenidas inversiones en el avión de combate del futuro y, en un plazo mucho más cercano, en la modernización de los misiles antiaéreos Patriot y NASAM. Más allá de estas cuantiosas partidas, España participa en un estudio europeo, conocido por las siglas HYDEF, destinado a desarrollar, todavía a medio camino entre la realidad y la ciencia ficción, futuros interceptadores para misiles hipersónicos. ¿Qué son exactamente esos misiles? Para mayor confusión del público en general, no se da ese nombre a los misiles más rápidos —hay misiles balísticos que superan los 20 Mach— sino a los que pueden maniobrar agresivamente a velocidades varias veces superiores a las del sonido, una capacidad de la que presume Rusia pero que sus Kinzhal no han demostrado poseer.

Sistema de misiles Patriot

Sistema de misiles PatriotEstado Mayor de la Defensa

Todo eso está muy bien —dirá el lector— pero ¿es suficiente para defender nuestros cielos durante los próximos años? Por desgracia, no. Pero vayamos por partes para no alarmar innecesariamente a los lectores. Dentro de nuestras posibilidades, España está razonablemente equipada para la defensa de nuestro espacio aéreo contra ataques de aviones de combate de características convencionales, como los que tiene o prevé adquirir tanto Rusia como el reino de Marruecos.

Sin embargo, como la mayoría de los países de nuestro entorno, necesitamos nuevos sistemas para hacer frente a una doble amenaza de naturaleza diferente. Por una parte está el dron de ataque de gran autonomía, como los centenares que casi cada noche lanza Rusia contra las ciudades ucranianas. Su velocidad, carga explosiva y letalidad son modestas; pero su precio, inferior al de un utilitario de gama media, amenaza con saturar las defensas y, a la vez, vaciar rápidamente los almacenes de nuestras costosas armas defensivas, diseñadas en su día para derribar sofisticados cazabombarderos de decenas de millones de euros.

En el otro extremo del espectro se encuentra el misil balístico, que vuela muy por encima de la cota máxima de nuestros interceptadores —el techo del Patriot que vamos a modernizar es de 30 kilómetros cuando los misiles balísticos, incluso los de menor alcance, superan los 100— y solo se pone a tiro de nuestras baterías cuando desciende sobre su blanco. Esta trayectoria, unida a una velocidad varias veces superior a la del sonido —casi siempre más alta que la de los misiles interceptadores— convierte a nuestros sistemas antiaéreos de gran alcance —hasta 150 kilómetros en el caso del Standard SM-2 de nuestras fragatas— en armas de defensa de punto capaces de proteger eficazmente un único y cercano objetivo.

En estas condiciones, imagine el lector cuantos posibles blancos hay en nuestro país —ciudades, bases militares, puertos, aeropuertos, centrales eléctricas, instalaciones de la industria de defensa, etc.— y multiplique su número por los mil millones de euros que cuesta una batería Patriot con sus misiles… y, además de entender mejor los problemas que sufre Ucrania, verá que tampoco frente a esta amenaza nos salen las cuentas.

El ejemplo israelí

¿Cuál es la estrategia apropiada para salir de este apuro? Nadie mejor para explicárnoslo que las IDF —las Fuerzas de Defensa de Israel— que para eso han ganado por goleada a un enemigo, Irán, que apostó casi todo su crédito al tipo de guerra de que hablamos aquí.

El primer paso, relativamente barato y útil para enfrentarse a las dos modalidades de la nueva amenaza aérea, cae en el terreno de la guerra electrónica. La capacidad para interferir los sistemas de navegación de misiles y drones y, en su caso, los sistemas de control de los segundos, es lo mínimo que España necesita para prevalecer en un enfrentamiento sobre nuestros cielos.

Obviamente, la guerra electrónica por sí sola no es suficiente. Las armas del enemigo disponen de sistemas inerciales, menos precisos que los de navegación por satélite —en la reciente guerra entre Irán e Israel hemos visto a los misiles iraníes caer bastante lejos de sus objetivos—, pero que siguen siendo suficientes para hacer daño a una nación como la nuestra en donde apenas existen ni medios ni conciencia de defensa civil.

Para hacer frente a los drones necesitamos, sobre todo, armas de bajo coste. En cambio, para interceptar misiles balísticos ninguna cifra parece suficiente. Si no queremos resignarnos a defender individualmente unos pocos objetivos, es preciso salir de la atmósfera terrestre para interceptar a los misiles cuando van de camino a sus blancos. Esta es una capacidad que hoy solo tienen los Estados Unidos e Israel —y únicamente para los misiles de alcance medio y corto, puesto que los intercontinentales llegan a volar a varios miles de kilómetros de altura— al precio de más de 10 millones de euros por cada interceptador. Incluso para los EE.UU. el desafío es mayúsculo: la prensa norteamericana ha publicado que solo en los 12 días de guerra contra Irán, sus baterías desplegadas en Israel para defender a su aliado consumieron el 25% de la existencia total de misiles THAAD. Tardarán años en reponerlos.

Un Harrier español ha participado en las maniobras de la OTAN Dynamic Guard de guerra electrónica

Un Harrier español ha participado en las maniobras de la OTAN Dynamic Guard de guerra electrónicaArmada Española

Ya se hará cargo el lector de que es mucho lo que a España le queda por hacer para vencer en el escenario quizá más probable del próximo conflicto armado. Sin embargo, a la vista de las dificultades que nos plantean los drones y los misiles balísticos —armas que por desgracia ya están al alcance de cualquiera— ¿no le parece al lector que, como en tantos otros órdenes de la vida, la mejor defensa podría ser un buen ataque? A mí —y en eso coincido con Netanyahu— sí. Pero de eso hablaremos otro día, que estamos en agosto y, como se decía cuando yo era más joven: «En tiempos de melones, cortos los sermones».

Juan Rodríguez Garat

Almirante retirado

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