Imagen difundida por el Ministerio de Defensa de un F-18 en ele ejercicio Atalante 25
Defensa
Cultura estratégica: de sabios es rectificar
Me parece necesario que todos entendamos lo que está en juego en cada uno de los escenarios donde convergen los intereses de las naciones; que sepamos identificar el precio que vamos a pagar por cada acción y por cada omisión
Se dice que rectificar es de sabios, aunque la recíproca no necesariamente sea correcta. El diario El País, después de defender durante meses la teoría de que quien no reconozca que Netanyahu es culpable de genocidio se convierte en cómplice del mismo delito, publica ayer que «La tesis de que Israel comete un genocidio en Gaza gana peso en el mundo académico». ¿Un hecho o una tesis? Supongo que quien lo publica espera que los lectores no entiendan la diferencia… y, por desgracia, seguramente tendrá razón.
La rectificación, y más si solo lo es a medias, no hace más sabios a quienes ven el mundo del color de sus prejuicios o a través de sus anteojeras ideológicas. Tampoco, y bien que lo siento, me hace más sabio a mí la necesidad de reconocer que lo que hoy casi todos llamamos «cultura de defensa» —soy desde luego uno de los culpables— se aleja mucho de lo que los españoles necesitan para ejercer la soberanía que les reconoce la Constitución.
Haciendo memoria, la primera vez que las directivas de defensa de la democracia tratan el asunto no utilizan la palabra cultura —una voz neutra donde las haya, que lo mismo puede defender la falta que el exceso—, sino conciencia. Este último término suena algo mejor porque invita a los españoles a reconocer la necesidad de defenderse y, perdóneseme la suspicacia, quizá sea esa la razón por la que ha sido reemplazado. Sin embargo, todavía me parece insuficiente, porque reduce el mundo artificialmente a un escenario simplista en el que unos se atribuyen el derecho de usar la fuerza y los otros tienen que limitarse a levantar los brazos para cubrirse la cabeza mientras se les golpea. Por ese camino, terminamos cediendo la iniciativa al enemigo… y aplaudiendo que la respuesta de Europa contra los drones de Putin se limite a la adquisición de medios que abaraten la factura de su derribo cuando entren en nuestro espacio aéreo.
Si vamos al terreno de la práctica, casi todos los ministros de defensa que hemos tenido en las dos últimas décadas han interpretado la «cultura de defensa» como el termómetro que medía, en el mejor de los casos, la valoración que los españoles hacían de las Fuerzas Armadas —afortunadamente creciente— y, en el peor, su propia gestión al frente del ministerio. Quizá sea esta percepción la que haya provocado que la herramienta que el Gobierno actual —y, para ser justos, también la mayoría de los anteriores— emplea preferentemente para promover esa cultura sean las jornadas de puertas abiertas en las unidades militares, en lugar de los debates públicos en el Congreso o en los medios.
Entienda el lector que no tengo nada contra las jornadas de puertas abiertas. Me encantan los desfiles con que las Fuerzas Armadas rinden homenaje al pueblo español y reciben su cariño. Agradezco como propios cada uno de los homenajes que se hacen a la bandera en beneficio de la conciencia nacional sin la que no habría gran cosa que defender. Pero, si entramos en el terreno de la cultura, lo que los españoles necesitan conocer para ser dueños de su futuro —no hay libertad en la ignorancia— no es el alcance del radar Aegis ni la velocidad del Eurofighter, sino cuál es el papel que juega el poder militar en la defensa de sus intereses. Y eso no es lo que se les explica en los acuartelamientos.
Afortunadamente, el BAM Furor está ya camino de Cartagena. Durante su despliegue, los españoles —yo entre ellos— hemos especulado con más o menos rigor sobre la naturaleza de su misión; la hemos analizado desde la perspectiva legal y hasta hemos sido informados con todo detalle sobre las armas del buque y sus características más importantes. Pero todo lo que hemos oído del Gobierno de España sobre el asunto ha sido ambiguo —aún no sabemos si la misión era asistir, proteger o rescatar— o, aun peor, falso: el BAM Furor no es un buque de salvamento, que esos en España se distinguen por su color naranja, sino un buque de guerra.
Ni siquiera ahora, cuando la misión ha terminado y ya no existen posibles conflictos con la seguridad operativa, se nos ofrece a los españoles la opinión del Gobierno de España sobre la legalidad de la zona de exclusión que, de facto, hemos respetado cuando se ordenó el repliegue del BAM Furor y se aconsejó a la flotilla que no entraran en sus aguas. ¿No tenemos derecho a entender lo ocurrido quienes tenemos el deber de avalarlo con nuestro voto?
No es que mi rectificación vaya a servir de mucho pero, como no me gusta lo que veo —y se está convirtiendo en costumbre— después de consultarlo con algunas de las personas que aportan más criterio a la tarea de explicar el mundo a los españoles —algunos de ellos colaboradores también de El Debate, como Florentino Portero y Mira Milosevich— he decidido que no volveré a quejarme de que a nuestra ciudadanía le falta «cultura de defensa». Lo que nos falta es algo mucho más grave: cultura estratégica.
Condicionados por nuestra ideología o nuestra experiencia, los españoles no tenemos por qué estar de acuerdo en todo. Sin embargo, me parece necesario que todos entendamos lo que está en juego en cada uno de los escenarios donde convergen los intereses de las naciones; que conozcamos mejor las herramientas de la diplomacia y de la guerra; que sepamos identificar el precio que vamos a pagar por cada acción y por cada omisión. Porque si nosotros no somos capaces de hacer valer nuestra opinión, siempre habrá alguien, dentro o fuera de nuestras fronteras, que se aproveche de ello.