Subidos en los hombros de gigantesBernd Dietz

Arranca 2023

«Frente a esa lógica del progresismo, las manos blancas de Benedicto son testimonio de bondad, de inteligencia, de esperanza.»

Actualizada 05:05

Las manos muertas de Benedicto. Tan bellas. Tan pulcras y enternecedoras. Las manos de un teólogo, que es un papa, que es un sabio, que es un hombre bueno. Cuando era el báculo providencial de Juan Pablo II, recuerdo la matraca habitual en los altavoces autobautizados «progresistas»: este Ratzinger es un feroz integrista, un retrógrado, un enemigo del libre pensamiento. ¿De verdad habían leído con objetividad uno solo de sus libros? Se asemejaban esas palabras malvadas y mentirosas a las que sectores ortodoxos de opinión, de esa misma España «progresista», pregonaban a los cuatro vientos respecto al candidato Ronald Reagan: llega un loco peligroso, un indocumentado, un actor de cuarta, alguien que con su escudo antimisiles se propone destruir al mundo en la definitiva guerra atómica. Ojo, nos referimos al que comúnmente es considerado el mejor presidente americano del siglo XX. ¿Ser progresista implica fabricar y repetir como loros una visión fraudulenta, enrabietada, irrisoria e infantil de las cosas? Lo hacen hoy, lo hicieron ayer, lo harán siempre, maquinalmente.
Ah, y encima Reagan -como Thatcher, como Lech Walesa, como Wojtyla-- era anticomunista, otra transgresión escandalosa, a ojos de cualquier atildado progresista. ¿No había dictaminado Sartre, que con De Beauvoir y otros degenerados abogaba por el sexo con niños y la excarcelación de pedófilos (¿algún paralelismo con la actualidad?), que ser anticomunista era mucho peor que ser comunista? «Todo anticomunista es un perro», afirmó el filósofo estrábico, matizando que él mismo no era comunista, sino compañero de viaje. De nuevo el presente español se parece sospechosamente a ese abracadabrante estofado ideológico que remueve y engulle a grandes cucharadas. Un votante suyo podrá, por analogía, sostener que mucho peor que la corrupción socialista es criticar la corrupción socialista. Que mucho peor que cometer secuestros, extorsiones y asesinatos separatistas es ofender la sensibilidad del separatismo terrorista. Que mucho peor que odiar y ennegrecer a España es amar y reivindicar a España. Lo primero seria, a lo sumo, un defectillo por una buena causa. Lo segundo, la obstaculización intolerable de un delirio salvífico.
Frente a esa lógica del progresismo, las manos blancas de Benedicto son testimonio de bondad, de inteligencia, de esperanza. Que no nos ciegue el crudo aquelarre del veneno circundante. En la naturaleza humana, aparte de un sano sentimiento religioso en el que se funden Platón y Plotino, Orígenes y Agustín, De Lubac y Ratzinger, con otras luminarias, hay también racionalidad moral, capacidad de discernir, memoria y proyección futura de la edificante.
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