La culpa fue de Walt DisneyBlas Jesús Muñoz

El pregonero que le hacía falta a Córdoba

«Hay que tener habilidad para soltar cuatro tópicos, cinco frases rancias y hacer un presunto uso culto del lenguaje y que te aplaudan»

Actualizada 05:00

Los plenos del Ayuntamiento de Córdoba, si algo tienen, es que son -más que densos- extensos y la gran animación de que pueden tener público, e incluso, intervenciones ciudadanas. Si a uno lo invitan, a usted o a mí, o tiene interés por hablar de alguna cuestión, le pueden dar hasta seis minutos de gloria, un atril y las cámaras de la televisión municipal, que no son Netflix, pero tienen su aquel.
El salón de plenos no es el Gran Teatro, ni el respetable hermanos mayores, aunque -como ellos en una asamblea- a esas sesiones municipales va gente a protestar y a aplaudir lo que quieren escuchar. Y esa es la mayor y mejor virtud de un pregonero que se precie, conseguir la ovación del respetable y sentirse henchido de una felicidad efímera, pero duradera porque a uno ya no se le olvida que lo aplaudieron en el edificio de Capitulares.
Eso le pasó hace unas horas a un cordobés de a pie que, en representación del Consejo Movimiento Ciudadano, tuvo un momento estelar o berlanguiano, es cuestión de gustos. Un Consejo ese que de ciudadano tiene el nombre porque uno no se los va encontrando por la calle y el desconocimiento del mismo por parte de la población cordobesa es asimilable con el que el baremo de la UCO dictaba sobre el ‘caso Infraestructuras’. Esto es, bastante.
Pero el Movimiento Ciudadano tiene un líder amado por sus parroquianos y que ejerce -según parece- como el verdadero alcalde en la sombra y que, como si de un monarca se tratase, resiste el paso de primeros ediles y el tiempo siempre es su aliado.
Eso lejos de una crítica es lo que Herrera le decía a González, habilidad. Y hay que tenerla para colocar en el atril a un pregonero con una pegatina pegada en el jersey y que suelte un pregón al hilo de una moción sobre la musealización de la Casa de Julio Romero. Eso no es arte, pero sí habilidad. Como también hay que tenerla para soltar cuatro tópicos, cinco frases rancias y hacer un presunto uso culto del lenguaje y que te aplaudan y te sigan, cuando terminas con un «¡viva Córdoba, vivan los Romero de Torres!» con el dedo señalando al cielo, como si hubieras marcado el gol del ascenso en el Arcángel. Así se remata un pregón.
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