El tiempo
Estamos marcados por el tiempo. Llevamos una vida pegada a un reloj que suele hacernos dependientes y nos provoca desasosiego y angustia. Los males de nuestros días, la ansiedad, el estrés, nos ahogan. Claro está que hablo de esta magnitud en sentido cronológico y no atmosférico o meteorológico, pese a que este último también sería objeto de comentario en estas semanas que han atraído a nuestro ser una alta dosis de monotonía.
No hay tiempo para nada. Nos comen las obligaciones y los propósitos según lo que se nos pida y, paradójicamente, perdemos horas consiguiendo engañar solamente a nuestra propia persona. Somos selectos a la hora de dedicar tiempo a los demás y pretendemos el favor de otros sin ser capaces de pagar con la misma moneda que exigimos.
En la mitología griega, Cronos era el representante del tiempo. Desafiaba el paso de éste devorando a sus hijos, pues no en vano la muerte le causaba horror. La idea de este «cronos» se ha mantenido en nuestro vocabulario; de hecho, muchos términos llevan la misma raíz. Y, así, utilizamos el cronómetro para medir fracciones de tiempo; hacemos un cronograma con el fin de distribuir el trabajo en el tiempo; hablamos de algo crónico cuando es mantenido en el tiempo; nos referimos a una crónica como aquella historia cuya narración sigue un orden consecutivo, es decir, está ordenada en el tiempo; o revisamos la cronología de una materia que viene determinada por una sucesión de hechos ocurridos a lo largo del tiempo.
El inexorable paso del tiempo o la fugacidad de la vida, cantados ambos por los poetas de todas las épocas, hablan de la finitud. Quizá el tiempo siempre es el mismo y seamos nosotros los que pasamos fugazmente. Recordemos los versos de Machado o la versión musical de Serrat: Todo pasa y todo queda, / pero lo nuestro es pasar…
Decía Quevedo: ¡Cómo de entre mis manos te resbalas, / oh, cómo te deslizas, edad mía! / ¡Qué mudos pasos traes, oh muerte fría, / pues con callado pie todo lo igualas! (…) Y Neruda componía bellamente: El reloj / siguió cortando el tiempo / con su pequeña sierra. / Como en un bosque / caen / fragmentos de madera, / mínimas gotas, trozos / de ramajes o nidos, / sin que cambie el silencio, / sin que la fresca oscuridad termine, / así / siguió el reloj / cortando / desde tu mano invisible, / tiempo, tiempo, / y cayeron / minutos como hojas, / fibras de tiempo roto, / pequeñas plumas negras.
Concluyo con una composición de la alemana Eli Michler: No te deseo un regalo cualquiera, / te deseo aquello que la mayoría no tiene, / te deseo tiempo, / para reír y divertirte, / si lo usas adecuadamente podrás obtener de él lo que quieras (…) Acogiendo esta idea, exprimamos cada uno de los minutos de nuestra vida y seamos capaces de hacer una buena gestión de cada momento.