De comienzo en comienzoElena Murillo

Valladolid rebosa arte

Actualizada 04:30

Una escapada a Valladolid el pasado fin de semana me permitió, una vez más, hacer una inmersión artística en esta bella ciudad castellana. Sin llegar a padecer el síndrome de Stendhal, ese trastorno que sufren algunos cuando visitan la localidad italiana de Florencia, sí se puede decir que disfruté o, más bien, que tuve el sentimiento de recibir una borrachera de arte.

El título de la columna de este miércoles podría continuar con un «hoy y siempre». Me explico. El Museo Nacional de Escultura se sitúa en esta localidad donde no sólo se dice que se habla el mejor castellano sino que en su día fue sede de la Corte de España, bajo el reinado de Felipe III. Ubicado en edificios que son una joya de la arquitectura vallisoletana, contiene una colección importante de escultura, fundamentalmente religiosa. Es evidente que siempre se puede tener la excusa para visitarlo. Pero, además, dos exposiciones maravillosas, dignas también de ser contempladas, afrontan las últimas semanas en esta ciudad. La magnífica puesta en escena y el buen hacer que la Fundación Las Edades del Hombre viene realizando desde hace años está justificada en la catedral, sede de la que lleva por título «El arte nuevo de hacer imágenes» y que recoge la obra de Gregorio Fernández y Martínez Montañés. De otro lado, la producción de Luisa Roldán «la Roldana» se ofrece al espectador en el ya citado Museo con el nombre de «Luisa Roldán. Escultora real». Ambas recogen una colección de piezas de una calidad incuestionable.

El gallego Gregorio Fernández desarrolló su fantástica carrera en la villa pucelana; el jienense Martínez Montañés, en Sevilla. Se exponen retratos, documentación, ángeles, santos o pasos de Semana Santa; arte, en definitiva, con un guiño al Concilio de Trento que subyace de manera especial en las imágenes de la Virgen. Pero si tuviera que destacar un momento de la exposición, sería el encuentro con dos figuras enfrentadas en el espacio catedralicio: Santo Domingo y San Bruno. El emplazamiento de este último sobrecoge. En blanco y negro, en ambiente acotado, el contraste del hábito con el fondo envuelve al visitante en una atmósfera de paz y estremecimiento.

Una de las piezas de la exposición

Una de las piezas de la exposición

En la segunda muestra sobresale la minuciosidad representada en la pequeña imaginería de la Roldana, algo asombroso. La primera mujer que fue escultora de cámara concentra el arte de la hermosura en cada una de sus piezas.

Sin riesgo de ser una equivocación, se puede afirmar que la belleza encuentra un buen sinónimo en estas dos exposiciones. Puro arte, puro derroche de sensibilidad.

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