Un país sin norte
Un país sin norte es un país a la deriva. Sin un horizonte claro, sin unos valores que merezcan tal nombre, sin unos principios en los que inspirarse, sin una normativa que se respete. Un país sin norte es un país sin rumbo. Un país, en fin, en manos de unos desaprensivos que todo lo supeditan a su holganza, a su disfrute de las ventajas del poder como asueto vacacional y recreativo. No hay más norte que aquello que conviene a sus espurios intereses.
Un país en el que su gobierno recurre a la consulta popular sobre la conveniencia o no de tramitar una opa de una entidad bancaria sobre otra, cuyo conocimiento técnico para el común de la población es de total ignorancia, es un país al que su presidente ha tomado por idiota. Un presidente que no recurrió a la opinión popular para que ratificara su cambio de postura, entre lo prometido y lo ejecutado, (tal como, por ejemplo, hizo Felipe González que convocó un referéndum para que el pueblo diera su veredicto sobre su cambio de opinión respecto a la OTAN) es un presidente tramposo, ayuno de principios y bandolero al que el periódico referente de la izquierda española, El País, definió acertadamente como un insensato sin escrúpulos.
Si la sociedad española sigue inerme, conformista con la arbitraria forma de conducirse el temerario irresponsable, tenemos un futuro poco recomendable para quienes aún creen en la libertad, la justicia y la igualdad de oportunidades, porque España se encamina hacia el club de las republicas bananeras. Aceptar sin más esa tomadura de pelo de que, ante graves apagones energéticos o averías en las líneas férreas, se presuma de haberlas resuelto y no de asumir la responsabilidad sobre lo ocurrido, buscando socorridos argumentos, propios de regímenes dictatoriales, sobre presuntos sabotajes o ciberataques, sería la deriva más degradante de una conciencia ciudadana que se precie a sí misma, aceptando ser tratados como tontos de solemnidad.
Sánchez, que no nos pidió opinión sobre los indultos y amnistías a golpistas, que se niega a cumplir el mandato constitucional de presentar presupuestos, que nos encerró ilegalmente durante una pandemia que provocó el mayor número de muertes por el COVID debido a su desidia y empeño en celebrar una masiva manifestación feminista, que culpa a los demás de catástrofes en lugares donde huye despavorido y ni siquiera visita, que ha convertido su mandato en un patio de monipodio para ventajas de sus próximos, que multiplica los gastos superfluos y abandona las inversiones necesarias para el empuje económico del país, nos pide ahora opinión sobre una opa financiera que le suena a chino al común de los mortales. Y todo por no desairar a sus socios catalanistas que podrían desalojarlo del poder.
Quizá vaya siendo hora de que esas burguesías vasca y catalana dejen de jugar al funambulismo con Pedro Sánchez, experto en la materia que, cuando le convenga, los dejará tirados. Quizá pronto a los vascos, cuando Bildu sobrepase claramente al PNV. Y en su momento también a los catalanes, cuyos intereses económicos los pondrá en riesgo, antes o después, un dirigente populista que no tiene límites.
Hace un cuarto de siglo, el 7 de mayo de 2000, ETA asesinó al periodista López de la Calle porque a la organización terrorista «no le gustaba el papel de determinados medios de comunicación» según dijo el terrorista Arnaldo Otegui. Veinte años antes, el 11 de noviembre de 1979, ETA secuestraba al secretario de Relaciones Exteriores de UCD, el diplomático Javier Rupérez. López de Lacalle era un socialista intelectual de 62 años cuando fue asesinado. Rupérez, un joven centrista y reformista de 38 años de edad. Uno y otro simbolizaban las dos almas del proceso que inspiró la Transicion española, un empeño en construir una España de libertades en la que cupiéramos todos.
Hoy, casi medio siglo después, un presidente ayuno de principios y sobrado de ambición, camina desnortado sin otro afán que mantener muros y trincheras que enfrenten a unos españoles con otros, porque piensa que así se mantendrá en el poder. Detrás de aquel secuestro de Ruperez y de aquel asesinato de la Calle estaba Arnaldo Otegui, líder de Bildu, actual socio prioritario de Pedro Sánchez, con el que prometió hasta veinte veces que no pactaría. Ni nos preguntó a los españoles sobre tal cuestión, ni sondeó nuestro criterio sobre sus continuos cambios de postura. Si no queremos perder el norte, España necesita urgentemente descabalgar del mando a este insensato que nos gobierna. La ambición insolidaria de las burguesías vasca y catalana tienen mucha responsabilidad en ello. Ojalá no tuvieran que arrepentirse cuando ya el deterioro sea irreversible.