Al tenazónRafael del Campo

Toros y evocación

Ahora que el toreo no está precisamente de moda es cuando más me pide el cuerpo confesar que soy y, aun más, que me siento, aficionado a la Fiesta de los Toros. Y reconocer además que parte de los momentos más emotivos de mi vida han tenido lugar en cosos taurinos. Aquí tienen mucho que ver las vivencias familiares. Lo reconozco. Aun evoco con cierto temblor en el corazón aquellas primeras tardes en el Coso de los Califas con mi abuelo Rafael asistiendo a novilladas sin picadores y recuerdo cómo mi padre y él se intercambiaban, discretamente, miradas compasivas ante la pobre actuación de un torerillo bisoño, torpe y sin futuro. Retengo todavía el nombre de aquel novillero ( que omitiré por discreción ) porque , aunque han pasado más de cincuenta años, mi memoria tiene una potencialidad extraordinaria para recordar datos, sucedidos y aconteceres perfectamente inútiles.

Pero para mí el toreo es mucho más que la siempre dulce y trémula melancolía del tiempo ido y de los familiares que nos dejaron. Hay sentimientos o temblores o fibrosos «arreones» de emoción que sólo he vivido en plazas de toros. No precisamente en las más renombradas; no siempre provocadas porque quienes llegaran a ser para la historia figuras del toreo; no en eventos memorables. Muchas veces han sido anécdotas modestas, inapreciables para quienes pasan la vida convirtiendo en prosaico lo extraordinario que subyace en cada detalle…Pero inolvidables para los que miramos la vida con la grandeza que merece.

Las emociones del pasado son un paraíso del que no podemos ser expulsados y la memoria, al cabo, bien pudiera calificarse como la verdadera luz que ilumina la felicidad. Así que voy a desliar recuerdos y a contaros algo, anecdótico, tal vez intrascendente, pero hermosamente evocador, de un tiempo ya ido. Vamos allá:

Con la ilusión de ver nuestra primera corrida en la Maestranza madrugamos mucho y salimos con exagerada antelación. Prudentes que éramos :

- « No sea que pinchemos, no sea que se averíe este cascajo, no sea que pase lo que sea….»

Pero como no hubo incidencias llegamos a Sevilla con mucho tiempo y, por ello, nos pasamos por la Venta de Antequera, donde se exhibían algunos de los toros que se iban a lidiar en la Feria de Sevilla. Estábamos contemplando la corrida de Miura, con esos ejemplares únicos que gasta este encaste : huesudos, casi destartalados, como galgos gigantes y cornalones, cuando alguien dijo:

– Oye, si ese no es Antoñete, se le parece mucho….

Y era Antoñete. Así que le echamos un poquito de desparpajo y fuimos a saludarlo como si lo conociéramos de toda la vida.

– ¿ Qué tal, maestro ?

Y empezamos a charlar con él, con toda naturalidad :

– Pues que hemos llegado con adelanto y nos ha dado deseo de venir a la Venta a ver las corridas…

El maestro nos había confundido con quien fuera, por eso el hombre nos hablaba con toda naturalidad y confianza, evocando sucedidos que él daba por supuesto que conocíamos y citando a personas que, según sus pareceres, nos eran también familiares. Cuando se metía en terrenos comprometidos y nos maliciábamos que podía descubrir la suplantación, cambiábamos de tema:

– Maestro, ¿ Y la faena a «Cantinero» ?

– Maestro, ¿ Y la faena al toro de Gavira en Toledo ?

– Maestro, ¿ Y la faena al toro de Osborne, «Lampisterno» se llamaba, en nuestra tierra ?

Que nosotros, la verdad, quitando en Córdoba, nunca lo habíamos visto en directo, pero nos habíamos “ jartado “de verle faenas en video una y otra vez , así que podíamos hablar con conocimiento de causa.

Llegó la hora de irse. Nos dimos la mano:

– Ea, a seguir bien….

Y se dirigió a mí:

– Le das muchos recuerdos a tu padre, que él sabe que lo aprecio de verdad.

Y yo:

– De su parte, maestro, de su parte….

Luego nos fuimos para la Maestranza y aunque el día estaba turbio y llovedor, quiso Dios que el sol saliera de pronto de entre las nubes y que la primera visión que yo tuviera del coso fuera de una blancura iluminada, inenarrable, bellísima, ribeteada de un color albero muy torero, muy de aquí: aún la recuerdo. La sensación no puedo describirla.

Luego el ganado, como tantas tardes, no sirvió: Curro estaría esforzado ( para lo que era Curro ) Manzanares cortaría una oreja por un toreo pulcro, a veces hondo y a veces sólo bello, y Pepe Luis sorteó el peor lote y no pudo hacer nada, el hombre.

A la vuelta paramos en la Aldea Quintana y nos pusimos bien de chorizo, lomo, morcilla, huevos y demás viandas que nos recomienda el médico a los que tenemos el colesterol bajo y hemos de subirlo, si no nos queremos morir.

Era el diez y seis de abril de 1.986 y acababa de ver mi primera corrida en la Maestranza.

Ahora, cuando lo recuerdo casi cuarenta años después, la emoción me sacude : la conversación con Antoñete, la belleza poética de la Maestranza iluminada por el sol de primavera, los años idos…. Y pienso que, tal vez, como dijera Jorge Manrique : «Cualquier tiempo pasado fue mejor ». Pero a la vez pienso en el arte de Morante, la sutil melancolía del toreo de Pablo Aguado, el poder de Escribano y en otras tantas excursiones para ver toros en esas lazas de España y llego a la convicción, no sé si sincera o voluntarista, de que hay que encarar la vida con optimismo brutal y que lo mejor, lo mejor, está aún por llegar.

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