De comienzo en comienzoElena Murillo

La aventura de comer en la feria

Actualizada 04:30

Llegamos al ecuador de la celebración que cierra el mayo festivo cordobés. La feria no deja de ser un espacio social que cuenta con sus rituales como cualquier otra fecha relevante del calendario. Es ocasión propicia para provocar reuniones que se convierten en tradición con el paso de los años. Quien más, quien menos, tiene una cita en la ciudad efímera que sigue acogiendo el Arenal treinta años después de un traslado que aún para algunos sigue generando nostalgia; una nostalgia que para tantos otros no existe puesto que solamente han conocido su actual ubicación.

Reproduciendo la canción de Presuntos Implicados, que señala la melancolía por la variación de las amistades, la realidad pasa por asumir y repetir en la misma línea «ah, cómo hemos cambiado», si echamos un vistazo a nuestra feria de la Salud. Lejos de aquella uniformidad en colores verdes y blancos que, perceptibles desde la altura de alguna atracción, conformaba la zona de las casetas, todo ha sido sometido a un proceso de transformación. Parecía que el emplazamiento se quedaba pequeño cuando apenas se estaba estrenando. Colectivos muy diversos levantaban el que sería su punto de encuentro a lo largo de una semana. Tres décadas después, la realidad es bien distinta. Un amplio número de estas zonas temporales se fue retirando, emergían huecos libres que nadie se interesaba en conquistar, y aquel número de casetas que rondaba las ciento ochenta en el momento del estreno, allá por el año noventa y cuatro, baja del centenar en esta edición.

Pero los cambios no sólo han afectado a la cuestión de infraestructuras. Se ha evolucionado en muchos aspectos como en el mimo y cuidado en la decoración y confortabilidad, si bien otros responden, en cierto sentido, a una involución. El modelo de feria abierta está perdiendo su esencia y resulta un trabajo arduo intentar hacer algo tan obvio como comer en la feria. Es evidente que la demanda supera a la oferta en los días clave. Cuando lo normal es que apetezca comenzar la jornada con una tertulia en torno a una mesa, lo propio para degustar la gastronomía tradicional que marca la efeméride, la tarea se torna en dificultad cuando se trata de acomodar a un grupo que sea medianamente numeroso ya desde las semanas previas. Con el acceso restringido a quienes no son socios que cada vez es mayor en bastantes recintos, las opciones se reducen. Se perdió la frescura de la improvisación. Todo debe ser planeado con antelación, razón por la que el simple hecho de comer se convierte en una aventura.

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