De comienzo en comienzoElena Murillo

La siembra

Actualizada 04:30

La parábola del sembrador, que aparece en los tres evangelios sinópticos, siempre me ha resultado de lo más gráfico para entender nuestra propia vida. Este lunes, 12 de mayo, cuando se conmemoraba el decimotercer aniversario de la coronación de la Virgen del Carmen, tras una homilía tanto emotiva como acertada, que fue pronunciada por mi querido Padre Paco Jaén, volvía a darle vueltas a esta idea. Él hacía referencia a una persona que le insistía en sembrar porque siempre que se siembra, repetía, hay algo que queda. Y no le faltaba razón. El fruto cosechado con la coronación canónica de la imagen titular carmelitana provino de una devoción ampliamente extendida, con calado profundo en nuestra ciudad. Se había hecho una siembra en tierra fértil. Unos sembraron y otros recogimos la cosecha, si bien es verdad que durante cuatro años hubo una ardua labor de seguir esparciendo abundante simiente fructuosa.

En el caso de los tres evangelios sale el sembrador a sembrar y, en los tres, Mateo, Marcos y Lucas coinciden al decir que parte de la semilla cae en idénticas cuatro zonas: junto al camino, sobre piedras, en medio de espinas y en tierra buena. Con esta metáfora se entiende muy bien el Reino de Dios y, no sólo eso, también ayuda a trasladar esta imagen al comportamiento que tenemos en nuestro día a día y con nuestras relaciones en sociedad. Las personas somos diferentes y nos comportamos, en gran medida, como la tierra, que puede ser buena o mala.

Hay veces que somos superficiales, nuestra bandera es la indiferencia, y no es porque no le demos importancia al mensaje evangélico sino porque hacemos lo propio con los que nos rodean. Situados al borde del camino, el entusiasmo o la pasión por aquello que se hace brillan por su ausencia. No se sale de la zona de confort, se pone uno de perfil y así se evita el conflicto. De manera fácil, gana la partida la acción del demonio.

El terreno pedregoso impide echar raíces. A menudo ocurre que las personas nos cerramos para que el mensaje no cale. Somos amables, escuchamos, pero el orgullo o las pruebas que nos toca salvar, nos hacen fallar. Relaciones espontáneas, que brotan de forma rápida pero que están vacías, que se quedan en la superficie y pronto son sustituidas por otras como si de un afán novelero se tratara.

Las zarzas asfixian la semilla. En muchas ocasiones el entorno nos ahoga y acabamos como las malas hierbas, vencidos. Las preocupaciones, el afán de poseer, no hay sitio en nuestra forma de actuar más que para mirar el ombligo particular.

La tierra buena se identifica con el buen corazón. Nosotros somos la tierra y en nuestro interior está aquello que anhelamos ser. Hacer que la semilla germine es tarea personal, aunque muchas veces se encuentre la decepción en aquellos que aprovechan los brotes de los demás y no se preocupan ni siquiera de regarlos de vez en cuando.

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