La Feria de Córdoba y la normalidad serbocroata
Cuando se escriben estas líneas, han tenido lugar en la Feria de Córdoba dos robos con violencia e intimidación, dos detenciones por lesiones, un atentado contra la salud pública, una intervención por drogas, una pelea, tres reyertas, 36 comas etílicos, tres accidentes en las atracciones, uno en las casetas, 16 accidentes en el recinto, cuatro incidentes con porteros y 17 denuncias por parte del público por motivos sin especificar.
A pesar de ello, las autoridades, con el alcalde y la subdelegada del Gobierno a la cabeza, ofrecieron una rueda de prensa para destacar la absoluta normalidad de estos sucesos. «Ojalá sigamos con esta normalidad», clamaban esperanzados. Un alto mando policial explicaba que justo la noche anterior detuvieron a una persona por una agresión menor, un sencillo puñetazo en la boca, tras el que «al final hemos conseguido quitarle una navaja al agresor, pero por suerte no ha empleado el arma blanca». Otro incidente lo describía así: «un primo que a una prima la ha cogido del cuello, nos avisó uno de protección civil, lo normal, no ha sido nada». No sabemos si con el término primo y prima se refería al grado de parentesco de ambos o a su pertenencia a la RAI (Raza tan Ancestral como Innombrable).
Esta feria, como mandan los cánones, y haciendo honor a la tradición, se estrenó con su reyerta, definida por los medios como «entre familias», seguramente por la abundancia de primos y primas, y también ha contado con su niño que sale despedido de una atracción, esta vez llamada ‘Pink Panther’, guiño a los tiempos del ‘Destroyer’, cuando uno entraba al recinto de El Arenal con todos los suyos pero no sabía cuántos de ellos iban a volver a casa.
A un lado, en la zona de las casetas, se cometen todo tipo de delitos y son necesarios casi 1.200 agentes entre policías y guardias civiles. Al otro lado, cuadrillas de miembros de la RAI portugueses, españoles y rumanos, personas racializadas de procedencia indeterminada y hermanos magrebíes, el 75% de ellos delincuentes en su tierra, posiblemente la mitad con atroces delitos de sangre, montan las atracciones de la Calle del Infierno de Córdoba en pocas horas, en un lugar donde jamás entró un responsable de prevención de riesgos laborales. En efecto, el Látigo Macareno lo pudo atornillar un señor de la guerra de incógnito o un yihadista de paso. Luego los padres montan a sus hijos en los cacharritos, en el mayor acto de fe del moderno Occidente. El alcalde se refirió a los revisores del ‘Pink Panther’ como «los servicios técnicos de la ingeniería de la atracción». Bendita ingenuidad.
Cuando ante esta tesitura se habla de normalidad... pues sí, recuerdo normalidades parecidas. Sin ir más lejos la de la guerra serbocroata. ¡Aquello si que era normal! Como primos contra primas pero a lo bestia. Esta normalidad serbocroata ha arraigado en El Arenal, dividiendo la ciudad cada año a finales de mayo en dos: capital y recinto ferial. En la primera se dan todas la anomalías de la vida corriente, con sus vicisitudes, alegrías y sinsabores; rutinas, miserias y esperanza. En el segundo, la plena normalidad de una zona de guerra en la que sólo falta un asesino en serie, el estrangulador o destripador de El Arenal, para alcanzar el summun de todas las normalidades que es la Normalidad Absoluta con mayúsculas o la Supernormalidad.
Entre tanto, encomendémonos a la Virgen de la Salud, para que entre gente común y servicios de ingeniería nos quedemos en esta ordinaria normalidad serbocroata a la que nos vamos acostumbrando entre insolaciones, rebujitos y pilicrín. Si es que al final las autoridades van a tener razón.