Al tenazónRafael del Campo

El monosabio

En estos días que a muchos políticos les falta dignidad , yo quiero dejar navegar mi mente y crear una historia que les sirva ( ¿? ) de ejemplo.

No había estado bien: quiso abrir la faena con estatuarios pero el novillo tenía la embestida un punto descompuesta y hubiere sido mejor doblarse por bajo para ahormarlo. Tampoco acertó con las distancias y, esto no fue por ignorancia, sino por miedo, que es peor: porque él intuía que el novillo tenía su sitio , cinco metrillos, poco más o menos, pero tenía pavor a verlo venir de largo y aguantar su tranco hasta meterlo, si era capaz, en la muleta y llevarlo luego prendido hasta vaciar la suerte …Así que optó por ahogarlo y aparentar un arrimón…Pero el novillo se rajó y ahí acabó la faena. Ya entrebarreras, después de arrastrado el animal y después del silencio indiferente del público, oyó murmurar a su banderillero:

- No vale «pa» esto…es que lo que no puede ser no puede ser…y además es imposible.

Por eso, antes de que la cosa pasara a mayores y algún «esaborío» se lo dijese con crueldad, decidió quitarse del toro: esa misma tarde, muy digno, en el centro del ruedo, se cortó la coleta. Pero no se puso paños calientes: no quería culpar a los empresarios, ni a la mala suerte, ni a los ganaderos, ni a los apoderados que había tenido a lo largo de varios años y que con honradez o pillería, aciertos o marronazos, habían dirigido su carrera. Si el éxito es de uno, se decía, también lo es el fracaso y, si se quitaba del toro, era por una sola verdad:

- No vales «pa» esto.

Por eso, tan pronto volvió a Córdoba, quiso deshacerse de los avíos de torear.

El traje de luces lo vendió a un sastre de toreros y fue como si hubiese vendido el alma.

El capotillo de paseo, que había envuelto tantas ilusiones, lo regaló a un torerillo que empezaba y, al entregárselo, fue como si el corazón se le hubiera quedado sin sentimientos.

Pero la montera, esa montera ajada de tantas tardes de miedos e ilusiones, la conservó…porque un hombre no puede vivir sin cabeza donde guardar los recuerdos y la conciencia de su propia dignidad.

Fueron pasando los meses y él, a pesar de todo, seguía sintiéndose torero. Torero sin traje de luces y sin capote de paseo, torero, por tanto, sin alma y sin corazón, pero torero con montera donde albergar la cabeza y decirse, a sí mismo, la verdad. Sin tapujos, sin engaños:

- No vales «pa» esto.

Pero toda la verdad:

- Sin embargo eres un hombre digno.

Le dio por la lectura porque los libros, cuando están bien escritos, te hacen vivir otras vidas. O entender otras vidas. Especialmente la propia. Leía poemas de Manuel Machado:

«…y antes que poeta, mi deseo primero

hubiera sido ser, un buen banderillero…»

O de Miguel Hernández:

«Como el toro,

he nacido para el luto y el dolor »

O de Alberti :

« Llora Giraldilla mora

lágrimas en tu pañuelo

mira como sube al cielo

la gracia toreadora »

Y así iba pasando sus días, él, que era torero pero que no servía para torero y que, además, tampoco sabía ligar las palabras y las ideas para crear otras vidas, donde poder vivir aunque sólo fuera de sueños. Hasta que un día se topó con un libro de Corrochano , titulado “ ¿ Qué es torear ? “ que pretendía ahondar en eso del toreo. Entresacó una frase del libro : “ torea todo el que anda entre toros “ Y aquello fue como una riada de luz porque, si lo decía Corrochano, debería ser verdad. Así que movió las relaciones que aún le quedaban y pudo sentar plaza de monosabio, para andar entre toros y seguir siendo torero. Sus amigos no lo entendían:

- ¿ Pero tú, que has sido novillero puntero, cómo te vas a rebajar a ser simple monosabio ?

Y él se daba cuenta de que sus amigos ni sabían de toros ni sabían de la vida. Ni sabían de nada. Pero explicarles las cosas era imposible, era machacar en “ jierro “ frío. Más valía callar. Y, como consuelo de una pena que no sabía bien de dónde arrancaba, recitaba muy bajito, sólo para sí mismo, a Manuel Machado:

« ..que las olas me traigan y la olas me lleven

y que jamás me obliguen el camino a elegir

que la vida se tome la pena de matarme

ya que yo no me tomo la pena de vivir »

Así que, cada tarde de toros, se vestía la blusilla colorá y asistía al picador que le tocara. Y no sólo en la capital: también en los pueblos de la provincia o aún más lejos: donde lo llamaran, allí iba. Nunca rehuyó el riesgo, ni un quite a cuerpo limpio, ni un coleo…pero jamás quiso lucirse, ni destacar. Casi prefería desaparecer, que su blusilla colorá se camuflara entre los trajes de luces y nadie reparara en su presencia porque, en cierta manera, sabía su verdad :

- No vales «pa »esto.

Pero toda la verdad :

- Sin embargo eres un hombre digno.

Muy de tarde en tarde, algún picador, sin mirarle y entredientes, musitaba desde las alturas de su jamelgazo:

- Bien muchacho…bien.

Y él, entonces, se empavonaba por dentro, porque, como decía El Guerra : «a tos nos gusta que nos rasquen» . Luego, al llegar a su casa, veía a su hijo durmiendo en la cuna y la bandeja con la cena y la nota de su mujer : «Despiértame cuando llegues…quiero que me cuentes cómo te ha ido »

Y entonces desnudaba el alma y cargado de sinceridad relataba a su mujer los sucedidos de la tarde, su propia torería, su valentía, hasta su arte, y ella miraba con bellísimos ojos negros recién despertados y sus labios cálidos le decían:

- Eres el mejor en lo tuyo.

Y el monosabio, aquel que fue novillero puntero y fracasó, entendía las cosas de la vida y del toreo, que vienen a ser las mismas cosas, esas cosas que sus amigos ni siquiera llegaban a columbrar…ni muchos poetas, aunque sepan ligar palabras e ideas en verso, tampoco. Y se sentía feliz, sencillamente feliz.

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