De comienzo en comienzoElena Murillo

La aventura de viajar

Dice una canción que la vida es un viaje con principio y fin. Estando de acuerdo con ello, añado que lo mismo que ocurre en un viaje, a lo largo del trayecto que recorre la existencia de cada ser humano se acumulan venturas y desventuras. Las primeras vienen marcadas por la felicidad y aportan bienestar; las otras no son sinónimo de buena fortuna, más bien son hechos desgraciados o dignos del olvido. Es fácil de entender que las experiencias deseadas sean las dichosas, pero unas y otras nos van conformando como personas.

El viaje de nuestra vida incluye desplazamientos que pueden recibir el nombre de odiseas si contienen peripecias que no suelen ser muy agradables. De este tema pueden hablar largo y tendido los miles de viajeros que con una frecuencia cada vez menor quedan atrapados a bordo de un tren. Una jornada de trabajo, una visita a un amigo o un viaje de placer, se convierten en una pesadilla capaz de oprimir el corazón. Claro que no todo se reduce al transporte por ferrocarril. Sirva de ejemplo la imagen que mostraba el aeropuerto Adolfo Suárez Madrid-Barajas al inicio de las vacaciones: un túnel humano más propio de la plaza del Ayuntamiento de Pamplona esperando el chupinazo o de su homóloga en Valencia en una mascletá. Un caos capaz de frustrar en un instante los planes felices de la población.

Aventuras y no odiseas eran las de otros tiempos. Por ejemplo, viajar de Córdoba a Valencia con su correspondiente parada, bien larga, en Alcázar de San Juan; todo cubierto por un romanticismo que incluía la posibilidad de bajar para comprar las típicas tortas de Alcázar y vivir escenas costumbristas a bordo del convoy con aquellos que pregonaban las famosas navajas de Albacete.

Se convirtió también en una aventura para mí viajar hasta Taizé por primera vez, con apenas dieciocho años, en la década de los noventa, y teniendo que realizar numerosos trayectos que incluían medio camino en territorio francés. Sin internet a nuestro alcance como hoy y justo cuando había llegado la alta velocidad a nuestro país, aunque reducida a una sola línea. Otros tiempos, no tan lejanos, que permitían hechos extraordinarios, vivencias inciertas pero llenas de encanto.

Cuando parece que la tecnología domina el mundo, no está de más encomendar nuestros proyectos a la providencia divina. Quizá, en medio del caos del transporte, sea lo más efectivo para evitar caer en las manos de la incertidumbre.

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