Juanma «Petfriendly» Moreno
Nadie tenía gatos, salvo la loca del tercero
A mediados de los 90, el equivalente a la actualmente denominada 'cultura del entretenimiento' se basaba en intentar que la tía buena de nuestra clase se sentara -solo por esta vez, Dios mío, a cambio prometo ser bueno- a nuestro lado en el autobús de línea, volviendo a casa del colegio. Éramos unos tipos, los de entonces, que nos criamos algo antes viendo La Clave de José Luis Balbín por la tele los viernes por la noche, en cuartos de estar modestos de clase media mientras nuestros viejos fumaban Ducados. Nuestras madres odiaban el puñetero Blandi Blub que se pegaba en los sofás duros como piedras. Por la tele echaban el Equipo A los sábados, y no ligamos -si eso- hasta los diecinueve.
Rasgábamos los Levi´s adrede -aún no venían de fábrica- a la altura de las rodillas, y algunos aún recordamos aquel partido del PSV Eindhoven de 1988 que eliminó al Real Madrid y en el que Hugo Sánchez, Tendillo y Butragueño perdieron el partido de sus vidas en tierras de Flandes para convertirse en un mal sueño. Aquella noche de abril del 88, pegados al televisor, algo se rompió para una generación cuando la Quinta del Buitre se topó con el destino de lo imposible. Aquella derrota en Holanda, en la que Gordillo corrió mil bandas para nada sin espinilleras y las medias recogidas a ras de sus botas negras.
Poco después llegó el disco de Oasis, las inseguridades, las chavalas que huían de tu lado, nos hicimos mayores, de pronto, sin darnos cuenta, dejando de comprar un colajet de la noche a la mañana. Nos aferramos, luego, a tribus urbanas, a novelas baratas de Sven Hassel, a Ray Loriga, al Historias del Kronen del Mañas, al manga japo de Akira. Sentados en el bordillo de una esquina delante de un garito nos enteramos por Canal Plus que Kurt Cobain se había pegado un tiro. Mal que bien, esa era nuestra cultura del entretenimiento.
Por entonces, de higos a brevas, te encontrabas por la calle con alguien tirando de un perro. O al revés. Nadie tenía gatos, salvo la loca del tercero.
Y ahora, por si fuera poco, nuestro Juanma Moreno Bonilla a vuelto a hacer de las suyas. La sonrisa de las madres, el aburrido de todas las fiestas, ha anunciado a bombo y platillo que en adelante tener una mascota o ir al gimnasio de su esquina más cercana, donde perdemos aquello que nos sobra, va a desgravar en nuestros impuestos a partir de ahora. Al loro. Un perro con malas pulgas, un loro guatemalteco, el gato del malo de Inspector Gadget, la salamanquesa de todas las tapias, desgravará en el impuesto de la renta porque mola. A todo esto, ¿Dónde se pondrá el listón? ¿Se aceptarán como animal de compañía los gusanos de morera en las cajas de galletas Fontaneda agujereadas? A la ciudadanía se nos toma por bobos, como decía aquella canción de La Mode.
Tal sindiós no puede ser si no producto de la decadencia de un sistema que degenera día a día, en un bucle imposible subastado al mejor postor posmoderno. ¿Que la natalidad es baja? Tengamos más perros. No políticas de incentivo a las familias, no, que eso es de carcas; no toques el tema del aborto, bro, que eso no vende; trae multiculturalismo que queremos ser como Londres, eh, Juanma «Petfriendly» Moreno. Cambio de sexo para menores de edad. Guau guau.
Netflix te quiere, bobo. El mildfusness te espera, insensato. El sexo no binario te acorrala, guindas.
La Zona Baja de Emisiones os criminaliza a ti y a tu buga de clase media, pagafantas.
Cuando el asombro ya no basta, uno baja al bar de abajo, donde El Tirantes, donde tampoco hay consuelo, pero donde, al menos, los de allí sabemos que en el mundo no cabe un fartusco más. Y que aquí tienen prohibido entrar. Luego no digas que no te avisé. Porque aquí no entras.