Aventuras en un SancheskiÁlvaro García de Luján Sánchez de Puerta

Cuando fuimos franquistas demodés camino de la playa

«Éramos razonablemente felices, sin excesos, diría yo, aunque todo fue por barrios»

Antes de ser un boomer, hace años, los viajes de verano en un Seat Ritmo 65L recorriendo media España por la N-IV camino del pueblo o la playa a mediados de los 80 era de fascistas. Ahora lo sé. Por el radiocassette de aquel coche Seat donde pasé media infancia sonaban grupos ultraderechistas y homófobos como Los Chichos o Bambino e, ingenuos, y sin saberlo, éramos franquistas. Tal vez ya un poco nazis.

En aquellos interminables viajes ochenteros en carretera parábamos a comprar melones algo sospechosos de no ser demócratas en los arcenes, bocata en mano, en puestos de agricultores manchegos ultraderechistas que así conseguían un suplemento para su delito de odio y no para subsistir y mantener a su familia. Siempre hubo algo facha en ellos, eh bro, en sus pintas castizas y en su actitud nada europea. Confiésenlo. No eran guays ni vivían en Malasaña. La cosa, maldita sea, es que nos recordaban a las raíces, a la identidad. Cosas fachas y como de otro tiempo. Nos sentíamos algo culpables por comprar un melón a esa gentuza. Cuando lo recuerdo, aún me hierve la sangre.

Gente de lo peor, nosotros cumplíamos los requisitos para ello. Para ser fascistas. De largo. Familia numerosa de clase media, un piso en propiedad de noventa metros cuadrados, católicos, colegio de curas by-the-face y vida razonablemente feliz. A mí me expulsaron de un par de ellos por ser algo canalla y repetidor y fui a un instituto público. Donde conocí a mi primera novia, ultraderechista, por supuesto. Bandida. Ahora se dice pareja. Sin dramas, al menos no más de los necesarios, claro está. Éramos razonablemente felices, sin excesos, diría yo, aunque todo fue por barrios. Cosas de la clase media nazi de entonces y ahora en extinción. Hasta hoy.

Antes incluso de que llegara Viva Suecia toda la música que escuchábamos era franquista. Escuchando cassettes TDK grabadas de Transvision Vamp en unos walkman fijo inventados por alguien de la Werhmacht, ventanillas bajadas a cien quilómetros por hora cruzando el Despeñaperros en un coche facha sin airbag ni aire acondicionado. Incluso, hasta los 90, hubo heavies perdonavidas que alumbraron al mundo. Poco después, todo desapareció tal carne procesada. Dirán los de ahora que hasta la nostalgia es delito de odio, cuando solo es memoria e identidad. Patria. Y seguimos vivos, a pesar del estrés climático que sube de un mismísimo infierno con un Belcebú nacionalsocialista al mando, según la tele. Porque éramos, al parecer, franquistas sin saberlo a mediados de los 80. Y aquí seguimos.

Éramos miles, cientos de miles, millones de franquistas de clase media los que aguardábamos pacientemente las caravanas de coches hacia Cádiz, Córdoba o Pontevedra camino de unas vacaciones injustamente falangistas en aquellas viejas carreteras nazis en los años 70 y 80 antes del AÑO 0. Según la neo-lengua que últimamente nos alecciona, por las venas de más de la mitad de la población española actual corre sangre franquista. Míratelo, tío. Como un virus zombi contagioso a lo peli Guerra Mundial Z. Es jodido pero debemos extirparnos el virus fascista. Faltaría más. Haz un esfuerzo, bro.

Veíamos películas de ese par de fascistas llamados Bud Spencer y Terence Hill y pasábamos las tardes en la fachosfera reinante de los salones de máquinas recreativas de Arcade. Así salimos.

Rodeado de cagadas woke por doquier -¿Habrán llegado ya a Fuengirola?- no creo que este año me vaya de veraneo, tal franquista cool en meyba. Tengo que entregar un libro sobre la Guerra de Vietnam a Cuesta en agosto antes de que me mande a freír espárragos. Además, los parroquianos del bar de abajo El Tirantes jamás me perdonarían que los dejara solos. Siempre hubo prioridades. Mientras tanto, uno no puede dejar de acordarse de aquello que dijo Bogart: «El mundo siempre lleva dos copas de retraso». O, ya puestos, mil franquismos. Por ver qué dices, maldito facha. Que es lo que somos, según las últimas encuestas, usted y yo.

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