Aventuras en un sancheskiÁlvaro García de Luján Sánchez de Puerta

Pepito Piscinas

«Gasto panza cervecera, bigote mejicano y pintas nada envidiables»

Actualizada 04:30

Es llegar el verano, la solana bandarra, la calufa cruel, el estío cabrón, el Lorenzo zumbón, las chavalas en top-less, el encerar mi tabla de surf para nada en un trastero del barrio de Santa Rosa de una ciudad como la nuestra a más de ciento y cincuenta quilómetros de la costa, y es acordarme de José Luis López Vázquez ligando con unas suecas en la playa en una película allá en los 70. Era un nene y la película no era esa pero vale. Memoria colectiva. Esta sí.

Mi colección de bañadores es limitada pero consistente. Tengo casi de todo. Speedos marcapaquetes, bañatas pijos floreados y tapasueños estampados con palmeras como si alguna vez hubiese estado en una playa tal El Notas lebowskiano escuchando a los Beach Boys o a Los Planetas, junto a una fogata en la playa al atardecer, y una guitarra que toca un moñas junto a chicas enseñando las domingas en mitad de las dunas. Eso que, nunca, diablos, jamás me pasará. Además, por si fuera poco, gasto panza cervecera, bigote mejicano y pintas nada envidiables. Últimamente mi madre suele evitarme ante sus amigas del Brillante, y la entiendo. Vaya que si la entiendo. Y todo porque intento ser un tipo como los de antes. Un tipo de secano. Lo cual, conlleva, no crean, sacrificios. En mi mochila siempre desfasada llevo -¿Será delito ante la nueva policía woke políticamente correcta?- media docena de ex novias modernas que todas me dejaron, cincuenta afterhours y un par de festivales a los que quizás nunca debí asistir. Pero a los que fui. Y todo ello ocurrió algún verano.

Al calor de la neolengua sistémica impuesta, estos días sufrimos de todo. Estrés térmico, cúpula de calor. Lo llaman. Oiga, ¿Su abuela fuma? Mientras, aquí, la política de piscinas -qué raro suena eso- del Ayuntamiento de centro derecha de nuestra ciudad deja mucho que desear. La maravillosa piscina municipal junto al abandonado, por quién sabe qué intereses espurios, Cámping Municipal -imperdonable la dejadez- que sigue criando malvas. ¿Qué diablos pasa? Porque una vez tuvimos una piscina municipal donde los niños chapoteaban, los insectos helicópteros campaban a sus anchas y los mayores queríamos ser como José Luis López Vázquez durante toda la eternidad. Aunque ni en mil vidas, ya por entonces lo sabíamos, pudiéramos acercarnos al mito. Otra. La piscina de El Fontanar. Cerrada desde hace un par de décadas sin que nadie sepa por qué. Ahí sigue, vacía. Un Ayuntamiento liberal de derechas como el que sufrimos y que asume -sin que nadie le obligue, eh- la cultura diversa posmoderna de pin arcoiris, y gasta pasta gansa de contribuyente para subvencionar operaciones de cambio de sexo a menores de edad. Y luego vas. Flipas. Normalizas. Asumes. Rebuznas. Y los votas.

Pero resulta que no hay pasta para abrir piscinas públicas. En Córdoba. Al loro.

No soy Burt Lancaster pero, oiga joven, he hecho mis pinitos. Me han convidado a albercas legendarias, a piscinas imposibles y he estado en charcas en los Baños de Popea junto a alemanas en pompas. Un respeto. No hablan con cualquiera. Porque, como en esa gran película El Nadador, en Córdoba, debieran existir mil piscinas públicas seguidas en las que las clases medias pudiéramos parecernos -si nos da la gana- a un Pepito Piscinas fardando en meyba queriendo surcar mil barrios. Higiene y bienestar públicos, se llama, queridos neoliberales. Porque se os ha olvidado. No os falta, a los neoliberales, sin embargo, presupuesto para la cartelada hortera queer que asola nuestras calles y vuestras agendas varias color arco iris de todos los años en junio, incluida vuestra insignia veinte-treinta, pero sí falta pasta para abrir piscinas públicas. Vosotros, a los que se os llena la boca con la palabra bienestar. Porque de patria ni hablamos. Sí, vosotros, los de vuestros Parlamentos autonómicos, consejerías de igualdad, asesores varios a miles de duros la hora, que te dicen lo qué pensar, lo qué educar, con quién acostarte, lo qué pensar. Vuestras Fiscalías contra delitos de odio, vuestras asociaciones memorialistas, vuestras oenegés pro-acogida, liberales, vuestro Día del Orgullo organizado por la Ayuso, vuestros delitos de pensamiento, vuestras carrozas arcoiris repletos de fartuscos, vuestras censuras, vuestros bombardeos otanistas sobre Belgrado en los 90, -ahí donde empezó casi todo-, vuestra manía al bar español y la imposición del plato cuadrado, vuestras universidades que crean alineados, vuestros Netflix, vuestros Tinder, vuestros take away, vuestros Blas-Infante-padre-de-la-patria-andaluza, vuestras autonomías, vuestras cárceles para aquellos que no piensen como vosotros, vuestras agendas ideológicas cuando toca neocon o cuando toca progre. Así sois. Pero no para abrir piscinas públicas. Para eso no, Bellido.

Orgulloso de todo, paquete de Fortuna en el elástico del meyba, mi bigote crecido y masticando bocata de tortilla de patatas en papel albal, a veces voy a alguna piscina. Me invitan poco pero soy agradecido. Faltaría más, cipote. Es entonces cuando me vengo arriba: me acerco al ambigú de la pisci. Un «vargas», por favor. Pido, algo tímido, al camarero de la única piscina del Mundo ¿Con limón o con blanca? Me responde el notas. Lo que me faltaba. ¿Cómo explicárselo?

Y así paso el veraneo, ahora que soy popular. Escuchando, a falta de piscinas, a Alcalá Norte. Y leyendo las «Crónicas Castizas» de Gustavo Morales en El Debate. ¿Qué no?

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