La culpa fue de Walt DisneyBlas Jesús Muñoz

Aquella magna con San Rafael

Actualizada 05:00

Fue meses antes de la pandemia y el preludio de un tiempo oscuro, tras el que vendría de nuevo la luz. La imagen de San Rafael, la imponente talla de Gómez de Sandoval salía en procesión por las calles de Córdoba, formando parte del cortejo en el que, en su tramo común, compartiría calles y devoción con las imágenes de Nuestra Señora de los Dolores y del Sagrado Corazón de San Hipólito.

En aquel comienzo del verano de 2019, con motivo del Año Jubilar del Sagrado Corazón, la ciudad revivía la procesión que tuvo lugar en 1929 con motivo de la consagración de la ciudad. De manera excepcional, San Rafael salió de la iglesia de San Andrés, donde centenares de devotos se agolparon para rezar a su custodio, al arcángel que protege a la ciudad de sus males, que lo son menos cuando recorre sus calles o cuando, en plena pandemia, desde los canales del Cabildo Catedral se podía ver -perenne- a quien es medicina de Dios.

Antes de los días más difíciles, aquella tarde del último domingo de junio los cordobeses se agolparon en las calles para verlo por San Pablo, Diario de Córdoba, San Fernando, Cardenal González, Magistral González Francés, Cardenal Herrero y contemplar su entrada a la Santa Iglesia Catedral por la Puerta del Perdón.

San Rafael

San RafaelLuis A. Navarro

Con la perspectiva puesta en la procesión anual (en mayo), que retrasaría la pandemia, pero sería solo eso, un contratiempo; disfrutar del custodio en procesión por las calles de había sido algo excepcional, aquello que se recordaba para siempre en la memoria de quienes fueron testigos privilegiados del acontecimiento.

Con la perspectiva de unos pocos, pero intensos años, de auquella tarde de verano de 2019 a hoy, todos sus devotos se felicitan por disfrutar de la imagen por las calles de la ciudad, porque San Rafael no solo protege a Córdoba, sino que la representa, la abandera como el estandarte de la fe sostenida en el tiempo, en los siglos de devoción ininterrumpida, desde aquella aparición al Padre Roelas. San Rafael encarna la esencia católica de la ciudad que lo venera, lo disfruta en mayo y tiene el privilegio de ensalzarlo cada 24 de octubre, cuando el alcalde de turno le entrega el bastón de mando, con el simbolismo perfecto -milimetrado- de los corazones, de las almas que se entregan y se encomiendan a él ante la adversidad y lo honran en la bonanza.

San Rafael custodia a la ciudad, no la vigila, la cuida y ella se lo devuelve en cada triunfo, en cada veleta, en cada nombre (ya sea el de uno de sus puentes o en el de su estadio), en cada lienzo o escultura en las instituciones públicas, en el azulejo perpetuo en tantos hogares, en una medalla, en una plegaria en mitad de la noche. Y todo late más fuerte en el Juramento, en la iglesia que marca el pulso de la devoción infinita a los pies de la portentosa imagen de Gómez de Sandoval. Allí, en su epicentro, su hermandad se hace garante del tesoro más grande, la protección del arcángel a una ciudad que lo lleva impreso en lo más profundo de su ser.

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