Vista de las Cuatro Torres desde el Faro de Moncloa

Vista de las Cuatro Torres desde el Faro de MoncloaEuropa Press

Madrid: ¿qué queda de las ciudades dormitorio?

Estas zonas, popularizadas en los años sesenta, han ido mejorando hasta convertirse en verdaderas ciudades

Como cualquier otra ciudad, podemos leer la historia de Madrid a través de la evolución de su geografía urbana. Entre los albores de aquel asentamiento musulmán, allá por el siglo IX, y el primer gran crecimiento de la ciudad, tras la creación de los ensanches a mediados del s. XIX, tuvo que pasar nada menos que un milenio. Durante este tiempo, algunos episodios habían fomentado un crecimiento progresivo de la urbe, como el traslado de la Corte desde Toledo a Madrid en el s. XVI.
Pero no será hasta mediados del s. XX cuando los cambios en la planificación urbana de Madrid se vean enormemente acelerados, tras el despegue del Área Metropolitana. A medida que la ciudad se expande, muchos núcleos rurales se ven absorbidos por el municipio capitalino. Ese es el caso de barrios como Villaverde, Fuencarral, Vallecas o los dos Carabancheles.
El gran crecimiento de Madrid durante estos años se debe, entre otras cosas, a la industrialización y éxodo rural hacia la ciudad, lo que plantea el reto de alojar a grandes cantidades de población nueva. Entre 1940 y 1980, la ciudad de Madrid pasa de un millón de habitantes a más de tres millones: en tan solo cuarenta años la población se había triplicado.

Las primeras ciudades dormitorio

Fruto de ello, entre los 60 y los 90 se multiplican las «ciudades dormitorio», enormes extensiones de cemento y asfalto alejadas de la ciudad y atiborradas de casas idénticas. Como indica el propio nombre, en aquellas ciudades minimalistas no había nada más que un lugar para dormir: ni plazas, ni parques, ni tiendas ni lugares donde hacer vida en común.
Los ejemplos no faltan. Fuenlabrada pasa de poco más de 7.000 habitantes en 1970 a más de 65.000 tan solo diez años después. Durante ese periodo Móstoles creció desde los 18.000 a los 150.000 habitantes. En Alcorcón vivían algo más de 700 personas en 1950 y en 1980 eran ya unas 140.000. Como estas, muchas otras poblaciones residenciales se multiplicaron en los alrededores de la ciudad de Madrid.
El fenómeno de las ciudades dormitorio tuvo éxito también fuera de nuestras fronteras, aunque en distintas épocas y con ciertas particularidades. Así nacen los «suburbs» o las grandes urbanizaciones de chalets de clase media en la periferia de las grandes ciudades norteamericanas; o los «banlieues» en Francia, que alojaban fundamentalmente a población obrera e inmigrante.
Con sus diferencias, estas poblaciones residenciales tenían entre sí bastantes cosas en común: la pérdida del tejido vecinal, la ausencia de espacios públicos y el aislamiento, un estilo de vida dependiente del coche y la marginación de sus habitantes, que no podían permitirse una vivienda en la gran urbe.
En Madrid, la mutiplicacion de estos 'no lugares' había esbozado una ciudad divida en dos: una almendra central delimitada por la M-30, estructurada, bien dotada de servicios y una periferia fragmentada, deprimente y desatendida.

De dormitorios a «ciudades» autosuficientes

A partir de 1985, la situación empieza a cambiar. Poco a poco, estas ciudades dormitorio empiezan a hacerse más autosuficientes, pasando a convertirse progresivamente en «ciudades satélite», situadas a una distancia razonable de la capital.
Así, en lugares como Móstoles, Alcorcón, Getafe o Leganés se implantan centros comerciales, zonas verdes y mejoran los equipamientos y el desarrollo de la infraestructuras, haciendo que disminuya su dependencia de la ciudad de Madrid.
Durante estos años comienzan a desarrollarse también los Programas de Actuación Urbanística (PAU), un concepto que aparece por primera vez años antes, en 1978. Su implantación se debió en cierto modo al rechazo que había generado el modelo de ciudades dormitorio de estilo soviético. Con el tiempo, nacerán así barrios residenciales como Montecarmelo, Sanchinarro, Las Tablas o Valdebebas.
Igual que las primeras ciudades dormitorio, la creación de estos barrios responde a la escasez de vivienda y lo prohibitivo de los precios en el centro de la capital. Pero, a diferencia de éstos, ahora al concentración de vecinos es menor y en general cuentan con los servicios comunitarios suficientes para ser considerados 'islas' independientes: piscina, guarderías, gimnasios, centros de salud o restaurantes.
Hoy, poco queda de las ciudades dormitorio que proliferaron en las periferias urbanas a partir de los sesenta. Su transición hacia «ciudades satélite» mejor dotadas y la aparición de los Programas de Actuación Urbanística han terminado por enterrar este modelo.
Sin embargo, estos nuevos barrios presentan igualmente grandes retos, como la escasa de vida vecinal, la dependencia del transporte privado o la todavía insuficiente oferta de centros públicos de salud, bibliotecas o iniciativas culturales y de ocio.
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