Alfonso Marín, pintor: «Soy un instrumento, hay algo o alguien que hace que yo pinte»
Nacido en Madrid y residente en Alcalá de Henares, en esta entrevista defiende que «hay que crear espacios para que las ciudades y los pueblos no pierdan a sus artistas»
Alfonso Marín (Madrid, 1964) todavía recuerda cuando, con poco más de un año, se le ocurrió pintar en las paredes de casa. Era una anécdota que contaba su madre. Cogió las pinturas y dibujó un elefante y otros animales. Los mayores no creían que había sido él. Se extrañaron y pensaron que eran dibujos de su padre. Pero la bronca, cómo no, le cayó al niño. Lo cierto era que su padre no había pintado nada, pero sospecharon de él porque era artista y muy buen dibujante. Se dedicaba a la orfebrería.
Cuando Marín creció un poco, las broncas llegaban en el colegio. Combatía el aburrimiento con un lápiz, se pegaba todo el día dibujando. Un profesor, eso sí, le dejaba hacer. Decía que lo suyo era el dibujo y no interrumpía sus momentos creativos y de mayor imaginación. «Me comprendía más, era un tipo encantador», explica.
—¿Qué significa para usted pintar?
—Es mi vida, una pasión que hay que vivirla como tal y no como un sufrimiento. Se sufre en muchos aspectos en la vida, así que yo la pintura no la sufro. Para mí es una pasión. Hay días que sale y hay días que no sale. Como decía Picasso, la inspiración te pilla trabajando.
—No la sufre, pero puede expresar sufrimiento.
—La pintura puede mostrar sufrimiento. Puedes expresar unos trazos más duros, menos duros, depende del estado de ánimo en que te encuentres en un momento dado.
—¿Y alguna vez le ha dado miedo pintar?
—No, nunca.
Amante del cine, no puede olvidar cuando, en cuarto o quinto de EGB, paseaba con su madre junto a un taller madrileño en el que hacían carteles de películas pintados. A él le apasionaba, hasta que un día decidió entrar. Sin cuadricular las telas, Marín se puso manos a la obra y sorprendió a Manuel de Íñigo, propietario del taller y referente en la pintura de carteles cinematográficos, que terminó ofreciéndole un puesto de ayudante por las tardes. Los estudios pesaron más en la conciencia de su madre, y tuvo que rechazarlo. Ahora recuerda con cariño Lawrence de Arabia y la saga Aeropuerto.
Velázquez tiene un retrato de Inocencio X que no retrata a la persona sino su alma
Alfonso Marín vivió su pequeña bohemia cuando, hace unos años, exponía y vendía su trabajo en la Plaza de los Pintores, como se conoce la zona de Conde de Barajas, en el Madrid de los Austrias. Se vendía en la calle y, cuando terminaban la faena, los pintores se iban a tomar unas cervezas y unos vinos a las tascas de la zona. La obra de Marín, en la que ahora predomina lo abstracto y figurativo, no ha olvidado esos ecos de Madrid. De hecho, un bonito cuadro del Rastro, con una paleta de tonos cálidos, amarillos y apastelados, le permitió ganar un concurso de pintura gracias al que terminó viajando a París con su mujer Blanca.
Ahí visitaron el Museo Marmottan, el d’Orsay y el Louvre, pero defiende que Madrid es una muy buena ciudad para apreciar buena pintura. «El Prado es una de las mejores pinacotecas, un gran museo. Pero también el Thyssen y el Reina Sofía. El Museo Sorolla es una maravilla. Y en la Fundación Juan March y la Fundación Mapfre, con sus exposiciones temáticas, he disfrutado mucho de la pintura», relata. Del extranjero, además de los franceses, destaca la National Gallery de Londres y el Rijksmuseum de Amsterdam.
Amante de Modigliani, Marín también pone sobre la mesa los nombres de Vermeer, Pollock, Schiele, Marc y Klimt. Y, «por supuesto», destaca a los pintores españoles. «La 'Venus del espejo’ es de lo mejorcito que he visto, es una joya», cuenta. «Velázquez también tiene un retrato de Inocencio X que no retrata a la persona sino el alma del personaje. Y las pinturas negras de Goya son una maravilla», añade.
A pesar de que es autodidacta, en su formación tuvo influencia el pintor José María Alonso Jalón, «un tipo encantador» que le enseñó muchísimo «del oficio, del color, de la forma y de las técnicas pictóricas». Los planes en el campo con sus amigos los pintores son los momentos en los que más ha disfrutado. «Más que a pintar, íbamos a comer», explica entre risas. Porque en el estudio se vive diferente. «Son otros momentos que también son buenos, estás contigo y encontrándote a ti y enfrentándote a un reto con un lienzo en blanco o manchado», admite.
Importancia de los autores locales
Alfonso Marín defiende que cada localidad debería cuidar más a sus creadores autóctonos. «En todas las ciudades hay grandes artistas. Hay gente muy buena que trabaja en la sombra, que no es conocida. Y habría que darle la oportunidad de exponer su trabajo y no tenerse que desplazar a otros sitios».
—¿Los núcleos urbanos pequeños pierden entonces a sus artistas?
—Es una pena que las ciudades y los pueblos pierdan estos valores. Hay que ayudarles, potenciarles, crear espacios para ellos y no poner dificultades burocráticas. Hay que hacer que surjan y descubrirles porque es gente que está desaprovechada. Es una pena que alguien que es de un pueblo sea conocido en Japón y no en su pueblo o en su ciudad. Hay que darles más visibilidad en su entorno.
—Ahora resides en Alcalá de Henares, una ciudad rica en historia y cultura que tiene potencial para hacer un circuito de exposiciones potente gracias a la Universidad y la fuerza del patrimonio.
—Es muy potente, aunque pasa como en todos los sitios. Es difícil acceder a locales y sitios donde exponer.
—¿Quizá Madrid debería crear un Museo Regional de Pintura?
—Claro que sí. Y fomentar la cultura y la pintura.
—Sería un buen titular que Alcalá de Henares fuera sede del Museo Regional de pintura madrileña.
—Me apunto.
La conversación con Marín termina revisando una galería de imágenes con los cuadros de su colección sobre Espiritualidad y charlando sobre los artistas y la apariencia de que la gente, cuando está muy inmersa en una actividad artística, pierde un poco conciencia de sí. «Uno hace lo que hace porque hay una conciencia superior que te guía y es la que te da ese don, por llamarlo de alguna manera, y a la que yo estoy agradecido. Llámalo Dios, llámalo conciencia superior, pero es él, es lo que me guía. Yo en realidad soy un instrumento. En mí no veo ningún mérito, hay algo o alguien que hace que yo haga esto. Y doy gracias muchas veces de poder hacer lo que hago», concluye.