Ilustración
¿Los alimentos aportan beneficios para el espíritu?
Sabemos que comer no es solamente ingerir un alimento para calmar el hambre
Los alimentos. Esos productos tan reales, tan concretos, tan abundantes, que conforman nuestros menús cotidianos ¿es posible que aporten beneficios para el espíritu? Es decir, ya sabemos que la comida mejora o deteriora la salud, que las combinaciones de alimentos son buenas o no, que la hora de comer también importa -la cronobiología- y que no todos los alimentos son buenos para todas las personas. Lo que nos lleva a concluir que sería de enorme utilidad disponer de un manual de uso para saber qué comer, cuando hacerlo, en qué cantidades y combinaciones y con qué ritmos. Y además de esta parte, estrictamente física ¿de verdad es posible que la alimentación tenga un significado superior?
Desde luego, sabemos que comer no es solamente ingerir un alimento para calmar el hambre. Esta es únicamente una parte de su significado, porque comer es un asunto complejo que nos lleva a considerar cómo se interrelacionan el placer con la salud, con la producción, con la calidad de los productos y con el entorno donde se desarrollan y realizan las comidas. Un acto dotado de innumerables y sutiles elecciones, todas ellas importantes.
Hace la friolera de casi mil años, en 1098, nació en el seno de una familia aristocrática alemana Hildegarda de Bingen. Una mujer que ingresó como religiosa a los ocho años en un convento de Maguncia y que tuvo visiones místicas durante toda su vida. Dejó una extensísima obra, compuesta de himnos litúrgicos, revelaciones y profecías, además de unas extraordinarias visiones, alguna obra teatral y hasta obras teológicas y científicas, en las que integraba consejos prácticos, remedios curativos y recomendaciones sobre el consumo de alimentos, explicando sus efectos en la salud del cuerpo y del espíritu. Su sabiduría es de tal calado que fue proclamada Doctora de la Iglesia y finalmente santa por el papa Benedicto XVI.
La «sibila del Rhin» no solo tuvo visiones místicas, también describió algo que afecta a los seres humanos, sobre cómo lo material mantiene un delicado vínculo con lo espiritual, y que la salud del cuerpo, del alma y del espíritu están intrínsecamente relacionadas, explicando en sus obras los caminos que vinculan el equilibrio entre ellas. Para Hildegarda, ese camino de armonía comienza con la conexión con la naturaleza, de la que formamos parte, aunque la tengamos marginada de nuestros sistemas de vida. Y continua con la importancia de la alimentación, del ejercicio y la oración, y con los cuidados farmacológicos basados también en alimentos; y todo ello, sabiamente combinado, según la santa, conduce a alcanzar la alegría vital.
El cuerpo es el taller del alma
El cuerpo es el taller del alma, decía Hildegarda, cosa que la medicina moderna sabe perfectamente. El gran mérito es que ella lo supo hace mil años y que percibió que todo era más complejo de lo estrictamente visible, que el ser humano vivía en una delicada armonía, en una serie de planos que se comunicaban, y a los que pertenecía. Y sin duda somos seres complejos, aunque hemos trastocado el ritmo original.
En cuanto a los planos en la alimentación, los hemos hecho desaparecer en aras de la comodidad, de la rapidez y la eficacia; en la actualidad el acto de comer se ha convertido en una actividad plana, roma, porque sólo la cuidamos a través del enorme plano, horizontal y físico, que desde luego, conduce a que obtengamos una parte del objetivo del alimento: el disfrute, la satisfacción inmediata, el sabor, la sazón, la vista, y a un último factor singular, ya que gracias a las redes sociales se obtiene una complacencia más, que es satisfacer la vanidad.
Hildegarda, dotada de un pensamiento enriquecido por una perspectiva holística consideró que todos los planos están comunicados, y descubrió que hay otros horizontes, que también afectan a la comida. Desde luego, el alimento físico, que brinda placer, que proporciona salud y que además es curativo o preventivo, en primer lugar, pero también habla de otros planos que tienen relación con la producción de los alimentos y su elaboración. Y no crean que es solamente una cuestión mística, disculpen la obviedad, por ejemplo una naranja no siempre es una naranja, es decir, la que tomamos en plena temporada invernal que proviene de nuestro país tiene unas características diferentes a las que tomamos en agosto, fuera de temporada, que provienen de lugares muy distantes e incluso con carga nutricional diferente, imaginen cual es peor. El contenido nutricional de una simple naranja varía en función de esa distancia, recolección y distribución. Hildegarda acertaba, y hoy lo vemos reflejado en lo más cotidiano.
Si trasladamos ese pensamiento a la actualidad, esos planos han desaparecido prácticamente o son una minoría, porque estamos permeados por la producción y la cocina industrial en todos los niveles, desde lo que adquirimos para comer en casa hasta lo que consumimos en la calle. Lo que significa una ruptura total del equilibrio que Hildegarda recomendaba para esa alegría vital, para restaurar la salud y para la justa proporción entre esas tres partes que configuran al ser humano.
No deja de ser provocador que una mujer sin formación hace mil años, alcanzara unas conclusiones y un conocimiento tan profundo de lo que significa una alimentación bien entendida para el cuerpo, el espíritu y el alma. Probablemente nos recomendaría para hoy comer en compañía para fomentar las relaciones humanas, consumir comidas de verdad, elaboradas en cocinas por personas que aman lo que hacen, seleccionar productos frescos, de temporada, de calidad. Y en medida equilibrada y justa, porque todo ello no solo aporta placer y salud, mejora el espíritu y construye ese taller para el alma. Cocinen siempre que puedan, rebélense ante un presente que no facilita que el ser humano viva una vida plena vinculada con la naturaleza, con lo auténtico, un presente que nos conduce a una alimentación horizontal que ha olvidado su grandeza.