
Una madre ayuda a su hijo adolescente
Cuatro preguntas para ayudar a tus hijos a elegir qué carrera estudiar
Ahora que muchos jóvenes encaran la selectividad y, con ello, la decisión sobre su futuro profesional, padres y profesores pueden ayudarles a despejar sus dudas con estas cuatro reflexiones
No es nueva ni distintiva de la generación Z, aunque puede que a estas generaciones les resulte aún más lacerante, por el miedo ante el porvenir. Nos referimos a la sensación de duda y ansiedad frente al futuro que surge al tener que elegir una carrera universitaria o una Formación Profesional, al finalizar la etapa escolar.
Los psicólogos y orientadores escolares señalan que, en muchas ocasiones, los jóvenes, a penas recién salidos de la adolescencia, no son todavía maduros para tener que enfrentarse a una decisión que puede determinar, o al menos marcar de forma muy significativa, el futuro de su vida adulta. Y no sólo en lo profesional, sino también en ámbitos tan importantes como la vida familiar, los niveles de ingresos, la capacidad de dedicación a los hijos venideros, el servicio a los demás y la propia realización personal.
Más allá de los consejos pragmáticos sobre estudiar una formación «con salidas», o de los idealismos que proponen sólo «estudiar algo que te guste» sin miras a largo plazo, los padres tienen en su mano la posibilidad de ayudar a sus hijos a plantearse, no sólo la inmediata decisión en torno a los estudios superiores, sino su propio proyecto vital. Y todo, con cuatro preguntas que muchos orientadores –al menos, aquellos que entienden la vida como vocación– suelen recomendar.
1. ¿Qué se me da bien?
Cada persona tiene unos talentos que puede descubrir, pulir y perfeccionar. La teoría de las inteligencias múltiples, de Howard Gardner, ya apuntaba, con mimbres neurocientíficos, el dicho de que «todo el mundo tiene talentos, hay talentos para todos, pero nadie tiene todos los talentos». O lo que es lo mismo, que cada persona tiene una propensión especial para un tipo de habilidad concreta, o un conjunto de ellas: comunicar, estudiar los detalles, tratar con animales, memorizar textos complejos, resolver problemas algebraicos, bailar, escuchar a los demás, cocinar, escribir...
Recapacitar sobre cuáles son tus habilidades permite no partir de cero: tal vez un indeciso amante del deporte se decante por jugar al tenis, pero si ha caído en la cuenta de que es el más rápido nadando cada verano, quizás opte, con mayor provecho, por la natación. Aplíquese a cada caso.
2. ¿Qué es lo que me gusta?
Lo más frecuente es que cada persona, como el propio Gardner preconizaba, destaque en varias áreas diferentes. También la llamada psicología de los eneatipos ha encontrado que, aunque una persona pueda tener un comportamiento dominante en su modo de ser, cada personalidad encierra múltiples aristas y riquezas.
Por ese motivo, no basta con saber qué habilidades domina la persona, sino con cuáles de ellas disfruta más. Incluso, aunque no las haya trabajado demasiado. Por ejemplo, un joven al que se le den bien las ciencias puede llegar a ser un gran economista y, sin embargo, mientras los números le aburren, disfruta ayudando a las personas vulnerables. En este caso, una rama de las ciencias sanitarias puede ser mucho más enriquecedora a largo plazo.
3. ¿Cómo puedo servir a los demás con mis talentos?
A pesar de que cada vez son más los gurús e influencers que proponen a jóvenes y adolescentes un estilo de vida basado en el reconocimiento social, el éxito económico o la libertad financiera, hasta el punto de buscar sólo las salidas profesionales mejor remuneradas, el componente humano del trabajo hace imprescindible una dimensión de entrega y de servicio a los demás. Preguntas tales como, ¿Qué necesidades de los demás puedo satisfacer? ¿Qué injusticias puedo colaborar a reparar? ¿Cómo puedo ayudar a los demás con mi actividad cotidiana? ¿A quién voy a beneficiar con mi trabajo, más allá de mí mismo? pueden decantar la balanza en caso de duda en la vocación profesional... y personal.
Además, en un escenario laboral tan complejo e incierto como el que vivimos, en los albores de una nueva revolución industrial a lomos de la Inteligencia Artificial, resulta muy poco predecible cómo puede comportarse el mercado profesional en los próximos años. Y de ahí que el factor humano vaya a ser determinante. Buscar el beneficio propio, a la hora de elegir carrera, puede ser lícito. Pero buscar que ese beneficio personal revierta en el bien común y el servicio a los demás, sublima cualquier motivación y enriquece a la persona.
4. ¿Cómo puedo ganarme la vida con esto que ya sé?
Dibujado el mapa de los talentos, los gustos y la proyección social, es imprescindible huir de los idealismos desmovilizadores y buscar un modo concreto de ganarse la vida. Algo así como un: ¿A qué me gustaría dedicarme, si me diese igual el dinero? Y, dado que no puede darme igual, ¿Qué trabajo es lo más parecido a ese sueño profesional, y cuál es la mejor formación para llegar a alcanzarlo?
Porque, por ejemplo, no es lo mismo dedicarse a la cirugía estética que al maquillaje, ni es lo mismo optar por la logopedia infantil que por la pediatría oncológica. Y si no hay un puesto de trabajo soñado, o a la medida, al menos sí puede darse una respuesta muy aproximada del lugar en el que un joven quiere verse dentro de 20 o 30 años.
La vida como vocación (profesional)
Con todo, una de las mayores responsabilidades de los adultos que ayuden a orientar a los adolescentes, sobre todo en el caso de los padres, es hacerles entender que la vida no se agota tras los exámenes, y que en caso de error en la decisión, es mejor, llegado el caso, cambiar de carrera en segundo o tercero, que abocarse a un futuro aciago. Reconocer la vida como vocación, también como vocación profesional, no es un juego de niños, sino una mirada que requiere madurez (incluso al final de la adolescencia).