
Entrevista a Pepe Rodríguez, cocinero y propietario de «El Bohío»
Pepe Rodríguez: «Para mí no hay un plan mejor que poder cenar cada noche con mi mujer y mis tres hijos»
El popular jurado de Masterchef abre para El Debate las puertas de su restaurante El Bohío para hablar
Pocos rostros hay que se nos hayan vuelto tan familiares como el del chef Pepe Rodríguez. Desde hace más de doce años, este cocinero poseedor de una estrella Michelín se adentra en los salones de millones de hogares como jurado de Masterchef. Y con su naturalidad, bonhomía y un sentido del humor no exento de exigencia ha sabido ganarse el cariño de un público intergeneracional.
Pero, a pesar de esa familiaridad que desprende en el trato a los concursantes–lo mismo niños que abuelos, famosos que perfectos desconocidos–, lo que no mucha gente sabe es cómo hace él para pasar tiempo sentado en el sofá, o más bien, a la mesa, junto a su familia. O cómo viven sus hijos María, Jesús y Manuela lo de tener un padre famoso. O cuál es su receta para cuidar su matrimonio con Mariví, con quien lleva 25 años casado, «más casi ocho de novios». O qué pinta Dios en todo eso.
Para destapar, entre otros, esos ingredientes de su vida doméstica, nos abre para El Debate las puertas de su laureado restaurante El Bohío –el mismo que, en su Illescas natal, abrió en 1934 su abuela como casa de comidas, y en el que un joven Pepe sirvió como camarero cuando lo regentaban sus padres–. Y no deja pregunta sin respuesta. Un entrevistado para chuparse los dedos.
La atención como preludio a su matrimonio
–Empezamos con el plato fuerte: está a punto de celebrar sus Bodas de Plata con su esposa, Mariví, y siempre que puede, levanta la bandera de que su familia es lo primero. ¿Cuál es es la receta para cuidar de un matrimonio feliz y armónico durante 25 años?
–La verdad es que no lo sé, porque lo hago desde la inconsciencia y desde la ignorancia. Lo que intento es cuidar y respetar a mi mujer y a mi familia, a las personas a las que amo, para intentar que estén bien. Es verdad que a veces parece que somos muy raros, porque invitamos a muchos amigos a casa y la gran mayoría ya van por su segundo o tercer matrimonio. Hace poco he organizado en el restaurante la boda de un amigo, un tipo maravilloso pero que en muchas cosas no tiene nada que ver conmigo, y ya es la tercera boda que le monto.
–Pero algún ingrediente concreto tendrá para cuidar a su mujer y a sus hijos...
–¿Qué cómo cuido a mi mujer y a mis hijos? Pues de una forma natural, como creo que lo hacen muchos matrimonios del siglo XXI: con respeto, con amor, con cariño, con naturalidad. También es verdad que como trabajo mucho afuera, tenemos menos tiempo para regañar (ríe). Lo que más intento es vivir una vida normal y hacerlo todo desde la sencillez, desde la humildad más absoluta, desde el cariño más elemental, sin grandes alaracas y sin grandes cosas. Yo prefiero estar en mi casa cenando con mi mujer, y me divierte más hacerlo, que hacer un viaje para intentar compensarla por no estar con ella. Si surge, surge, pero no sé si tengo mayor regalo que estar en casa y poder cenar con mi mujer y mis hijos.
–En una época en la que se destruyen la mitad de los matrimonios, la suya es casi una familia exótica...
–Es una suerte, porque nos entendemos, nos comprendemos, somos felices, sufrimos los problemas de nuestros hijos, nos alegramos de las virtudes de nuestros hijos... Y en ese caminar diario es donde uno se encuentra, con naturalidad y con normalidad. Y te digo que me da mucha pena que haya matrimonios que se puedan destruir. Hay algo en esos casos en los que falla algún componente. Pero no quiero dar rollos moralistas, que no sé si sirven para algo. Yo no sé cuál es nuestro secreto para vivir en este mundo. Sólo actúo desde la sencillez, el cariño y el respeto. Como hace mi mujer, y con mucha más generosidad que yo.
El primer cruce
–Conoció a su mujer cuando estaba de camarero en un bar, y ella llegó a Illescas después de jugar un partido de tenis. En alguna ocasión, ella ha dicho que lo que le enamoró es que era «un señor», además de ser muy divertido. ¿A usted, qué le enamoró de ella?
–Yo estaba poniendo copas en ese bar que habíamos montado mi hermano y yo, y cuando entró, ya me llamó la atención. Como ella no era del pueblo, ya me pareció extraño, exótico. Y aunque no quiero sexualizar la cosa, la verdad es que era, y es, una mujer guapísima: una rubia de esas que llamaba la atención. ¡Y la sigue llamando todavía, por supuesto! A simple vista vi algo en ella. Y luego ya te vas conociendo y vas viendo que hay algo ahí diferente...
–¿ Y qué es le sigue enamorando de Mariví?
–Cómo hace que todo sea normal, desde la humildad y la sencillez. No hemos buscado hacer nada extraordinario, pero compartimos las cosas importantes; yo era un tío, y sigo siéndolo, muy elemental, precario, del centro de Illescas... muy básico. Y no sé qué vio ella en mí, porque era un chico que podría parecer no estar dentro de sus cánones.
–Tiene tres hijos. Y sé que, al menos a la mayor, le ha costado un poco más lo de tener un padre famoso. ¿Cómo ha trabajado este tema con sus hijos?
–Primero, tratando de pasar la mayor parte del tiempo con ellos, a pesar de la agenda. Porque cada uno es diferente. Y en eso veo la gran genialidad que es el ser humano: puedes tener veinte hijos y no se parecen en nada. Cada uno es único, diferente, personal y «puesto ahí» por algo. Se han criado en la misma casa, les has contado lo mismo, han visto lo mismo, han comido lo mismo, han viajado en lo mismo... Pero son personas totalmente diferentes. Es verdad que mi hija María, la mayor, es maravillosa, pero le ha costado más, en cierta época de su adolescencia, entender por qué su padre estaba en la tele. Pero como cada uno tiene una manera de entender la vida, de relacionarse, de estar en este mundo y participar en él, he intentado tener ese tacto que creía que cada uno necesitaba.
Un cuidado sin receta preexistente
–Así que lo de criar a los hijos es un menú difícil de cocinar...
–Claro, porque cuando nacen los niños, no te dan un manual para decirte cómo funcionan. Sabes que no te pertenece, pero que lo tienes que cuidar hasta... no sé ni cuándo. No hay nada comparable a ser padre. Es lo más bonito del mundo entero, pero también lo más complejo.
–Igual que lo hace con su mujer, ¿cuida también los momentos de estar con sus hijos?
–Sí, claro, cómo no lo voy a cuidar, si es lo más bonito que tengo. Mira, ahora nos vamos de vacaciones, y mi hija con 22 años, y mi hijo con 20, están locos por venirse. La de 16, ni te cuento. Y lo preparamos juntos: ¿Dónde podíamos ir? ¿Qué os gusta? ¿Aquí? ¿Allí? ¿Al norte? ¿Isla? ¿No? ¿Sí? ¿Mar? ¿Montaña? ¿Qué queréis? Y se vienen felices. Muchos me dicen: «¿Con la edad que tienen, se van todavía con vosotros?». Porque ellos están encantados, y nosotros más que felices. Yo no veo un plan mejor que estar mi mujer y yo con mis hijos. Llevado a la comida, para mí no hay cosa más bonita que poder cenar con mi mujer y mis tres hijos.
–Hay algo que mucha gente no conoce de su juventud, y es cómo un encuentro de fe intenso le llevó a implicarse activamente para ayudar a toxicómanos....
–Yo acababa de hacer un Cursillo de Cristiandad, y veía que había mucha gente que hacía cosas: unos, ayudando a los pobres en Toledo, otros con no sé qué... Y yo pensé: «Yo creo que debería hacer algo también, pero no sé dónde». Aquí en Illescas había un señor, don José Soriano, que era profesor del pueblo. Y cuando yo estaba con mis amigos tomando copas en los bares, él aparecía... pero acompañado de los mismos toxicómanos que a lo mejor tres días antes a nosotros nos habían robado el radiocasete del coche. Había gente que lo criticaba, pero a mí me parecía admirable. Y me decía: «¿Y este hombre qué hace dando su tiempo a estos tíos? Qué mérito...».
–¿Y qué pasó?
–Un día me lo encontré por el pueblo, me presenté y le dije: «A lo mejor yo le podía echar una mano en esto que hace... ¿usted necesita que le eche una mano?». Y me dijo: «Pues mira, mañana a las nueve ce la mañana te espero en mi casa». Y así empezamos nuestra amistad, y llegamos a fundar una asociación para ayudar a toxicómanos. Te hablo de hace 35 años, cuando había muchísimos problemas de drogadicción en toda España, sobre todo en la zona de la Sagra. Porque en esos casos, no es sólo que un chaval se meta en la droga, sino lo que supone a su alrededor: familias desestructuradas, hijos abandonados... Así estuvimos un montón de años ayudando a muchísimas personas. Luego lo dejé por falta de tiempo. Porque ya sabes que el fundador de Cáritas, que era un sacerdote cuyo nombre no recuerdo, tenía un reloj para marcar las horas en las que tú necesitabas ayudar a la gente... y no tenía manillas. Porque lo de ayudar a los demás no va con horario de oficina.
–Lo que no ha dejado nunca ha sido la fe en Dios, ni la cercanía a la Iglesia...
–Sí, para mí ha sido muy normal, no puedo dar lecciones a nadie. Dios es quien mueve mi vida, aunque me despiste como cualquier ser humano. Ahora que hemos cambiado de Papa ha ocurrido una cosa que me ha hecho mucha gracia. Yo, que sigo mucho la actualidad, sobre todo la política, me hacía gracia ver cómo unos y otros intentaban decir si este Papa era más o menos progresista que el otro porque le interesaban más los pobres, y esas cosas. Y me reía de la ignorancia de esos señores, porque no he conocido a ningún Papa al que no le interesen los pobres. Otra cosa es si lo ha contado de una forma o de otra, porque cada uno tiene su estilo. Pero parece que cuando hace cosas con los pobres, así la Iglesia nos interesa... Pues vente a mi pueblo si quieres, que te vas a enterar, porque hay un comedor social donde, efectivamente, mucha gente participa... y muchos lo hacen porque van a la Iglesia.