Campamentos con duchas compartidas: ¿por qué debemos educar a los menores en el pudor (más que nunca)?
El escándalo de unas colonias de verano en el País Vasco en las que niños y niñas eran obligados a ducharse juntos desnudos invita a reflexionar sobre la necesidad de recuperar la educación en el pudor, que no es ni vergüenza ni ideología.
Un joven en la ducha
Pudor. Dice la Real Academia de la Lengua en su diccionario que es «honestidad, modestia, recato». Los sinónimos son «decoro, decencia», pero también «vergüenza», que es como lo entiende una parte de la sociedad, y por lo que el término genera indudable controversia.
Lo que ha ocurrido en los campamentos de verano de la discordia, denunciados cada vez por más familias, es que no han entendido el verdadero sentido del pudor, que no es vergüenza, sino respeto. Y alegan que «las duchas mixtas son un espacio para deconstruir la sexualización». Pero la realidad es que cuando no se educa a los menores en el pudor, entendido como respeto al cuerpo, es cuando se corre el riesgo de hipersexualizar a los menores, porque se resta importancia el verdadero valor natural del sexo.
No hay que educar a los menores en el pudor por vergüenza, sino porque al señalar qué ámbitos de su vida deben ser privados, les estamos trasladando que hay cuestiones que pertenecen a su intimidad, ámbitos de su vida que deben reservar sólo a las personas adecuadas y sólo en los momentos adecuados.
El pudor no es sólo desnudez y cuerpo
Educar en el pudor a los hijos no consiste únicamente hablar del cuerpo y de la desnudez, sino enseñarles por qué no deben compartir con todo el mundo sentimientos más íntimos o algunos matices de su vida privada. Se comparten con quien se tienen que compartir cuando tienen que ser compartidos.
Cuando descendemos a la cuestión del pudor físico, al educar a los hijos para que no muestren sus genitales abiertamente, estamos enseñándoles a distinguir que no todas las partes de su cuerpo tienen un valor idéntico. Aquellas zonas que reflejan su sexualidad biológica tienen un valor diferente porque físicamente generan reacciones diferentes. No tiene el mismo valor físico ni emocional si alguien da la mano a otra persona que si toca sus órganos genitales.
Al educar desde pequeños a los menores para que sean pudorosos, estamos recalcando que hay partes del cuerpo con un valor especial. Si no lo hacemos, corremos el riesgo de que no sepan darse cuenta de que están siendo víctimas de algún tipo de abuso sexual o que no comprendan qué comportamientos suyos resultan irrespetuosos para los demás. Es decir, les damos las pautas para que respeten su cuerpo, se hagan respetar y respeten también el de los demás.
Si no enseñamos a los niños que hay partes de su cuerpo que deben proteger de forma especial, puede que no se den cuenta si alguien abusa de ellos y no den la voz de alarma a un adulto
Así que educar en el pudor es una garantía para que entiendan cuáles son esos ámbitos de la intimidad y de la privacidad que no deben dejar que transgreda nadie. Si no enseñamos a los niños que hay determinadas partes de su cuerpo que deben proteger de forma especial, puede que no se den cuenta si alguien abusa de ellos y no den la voz de alarma a un adulto.
En la complicada etapa de la adolescencia, una incorrecta educación en el pudor puede llevar una banalización del sexo con todas las consecuencias físicas y emocionales que eso produce, además de abrir la puerta a situaciones más complicadas como los abusos sexuales, incluso dentro de la propia pareja.
Los campamentos de verano objeto de la polémica no estaban educando a los niños y adolescentes en una sana comprensión de su cuerpo, porque les estaban haciendo creer que todas las partes de su cuerpo son iguales. Y no es una cuestión de ideologías, de la más woke a la más conservadora, sino de pura lógica: es aprender a respetarse para respetar y exigir respeto. Nuestros niños lo merecen.