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La cantante Aitana Ocaña, en un momento de su concierto en el Starlite Marbella de 2024

La cantante Aitana Ocaña, en un momento de su concierto en el Starlite Marbella de 2024GTRES

El caso Aitana: cómo ver pornografía en la niñez lleva a la hiper-sexualización de la vida adulta

Exponer a un niño a contenidos pornográficos, incluso sin escenas violentas, puede distorsionar su percepción de la sexualidad y generar problemas de salud mental y de conducta en la vida adulta

«Yo he consumido porno desde pequeña. Y claro, se me creaba una imagen de lo que era el sexo muy distinta a la que podías ver en una película, donde el tono no suele ser tan explícito y agresivo. Hay dinámicas dentro del porno que, además de ser muy violentas, están orientadas a satisfacer el placer masculino. Es muy peligroso ese mensaje. Yo agradezco mucho que mi madre me hablara con naturalidad del tema cuando tenía 11 o 12 años». Con estas declaraciones sorprendía la cantante Aitana Ocaña a sus fans en una reciente entrevista para la revista Vogue.

La excantante de Operación Triunfo, que se ha convertido en una de las intérpretes más exitosas del mercado en español, ha protagonizado en los últimos años diferentes polémicas, después de dar un giro en su estilo musical para pasar, de un tono naif y emocional –que le llevó a tener en sus inicios legiones de seguidores entre el público adolescente, familiar e infantil–, a otro de una explícita carga sexual, en sus letras y en sus giras.

Viaje hacia la hipersexualización

A la luz de sus declaraciones, este viaje hacia la hipersexualización –que algunos han comparado con el de Miley Cyrus tras dejar atrás su rol de Hanna Montana, y que llevó a muchos fans a criticar sus coreografías en los conciertos del Alpha Tour– no ha sido un ardid de marketing, sino una expresión de su auténtica personalidad.

De hecho, en Vogue, Aitana no sólo se definía como «muy sexual», sino que reconoce cómo, en su día a día, «muchas veces estoy en una comida con gente que apenas conozco y les digo: 'A ver, posiciones favoritas'. Ellos se quedan como: '¿Perdón?'. Pero a mí me parece muy divertido».

Y añadía que su visión de la sexualidad es «un intercambio de energías»: «Que sí, para mí también es íntimo. No lo compartiría con cualquier persona. Porque es un intercambio de energías muy heavy. Tienes a alguien dentro de ti. Literalmente. Pero tiene que dejar de ser un asunto tan tabú, porque eso es lo que lo estigmatiza».

Espectáculos explícitos

No aclara, sin embargo, por qué considera «tabú» la sexualidad, cuando ella misma hace en sus conciertos movimientos inequívocamente sexuales, incluye letras que no dejan lugar a la duda, como en Miamor, sube fotos en lencería a sus redes sociales (tiene 4,2 millones de seguidores sólo en Instagram), o reconoció para GQ que entre sus diez «imprescindibles» en la vida, junto a gafas de sol, un libro o sus cámaras de fotos, incluía los preservativos.

Incluso desde la organización 'Dale una Vuelta', especializada en combatir la adicción a la pornografía, se han referido a las declaraciones de Aitana, y a su imagen pública y artística, para señalar que «no es fácil, o no es siquiera posible muchas veces, distinguir lo hipersexual de lo sensual, lo obsceno de lo pornográfico, lo erótico de lo artístico, y quizá menos aún en la música o en un baile».

Y apuntan hacia su comportamiento sobre los escenarios para destacar que «parece evidente que a parte de la industria musical le interesa subir la temperatura, la carga sexual, para viralizar y vender. Nada nuevo bajo el sol. ¿Hasta qué punto se busca excitar, provocar? Solo ella, en parte, lo sabe».

Práctica cada vez más extendida

Aunque Aitana no hace mención a ello, la razón de su visión y, sobre todo, de su vivencia de la sexualidad puede estar estrechamente relacionada con su exposición temprana a la pornografía. Una práctica hoy cada vez más extendida.

De hecho, casi 7 de cada 10 niños de entre 9 y 16 años ha visto pornografía, según Save the Children, y varios estudios recientes confirman que esta exposición temprana –incluso aunque no muestre los comportamientos «violentos» a los que se refiere la cantante– se asocia a actitudes sexuales permisivas, inicio sexual precoz y conductas de riesgo, no sólo en la adolescencia, sino también en la vida adulta.

Así, un análisis con 16.200 participantes reveló que la exposición tanto a pornografía no violenta como violenta duplica el riesgo de presentar conductas sexuales problemáticas o adictivas. Algo que implica, además, un aumento de deseos inmediatos y menor capacidad para postergar la gratificación, un impacto negativo en los estudios y mayor dificultad para construir relaciones estables y sanas.

Impacto en la vida adulta

Según el Informe (des)información sexual de Save the Children, en España, el primer contacto con la pornografía se da entre los 7 y los 9 años, y 7 de cada 10 menores la consumen de manera habitual a partir de los 12 años.

Una exposición temprana que la Asociación Española de Pediatría, en su reciente estudio Consentimiento sexual en la adolescencia. Influencia del consumo de la 'nueva pornografía' en la toma de decisiones, contribuye a una vivencia adulta de la sexualidad que «perpetúa relaciones desiguales y degradantes», «aumenta la probabilidad de relaciones sin protección», e incrementa el riesgo de «ser víctima de acoso cibernético» así como de cometer o sufrir «violencia sexual».

Otro estudio de la Universidad de Castilla‑La Mancha retrata que el consumo de pornografía en la infancia se prolonga en la vida adulta, y que ésta se asocia con actitudes sexualmente permisivas, promiscuas y, en ocasiones, agresivas. Incluso desde la prestigiosa organización en el combate de las adicciones Proyecto Hombre alertan de que el consumo de porno en menores «puede provocar un consumo impulsivo y falta de autocontrol; adicción a estos contenidos y/o al sexo; hipersexualización; disfunciones sexuales; recurrir a la prostitución; relaciones sexuales agresivas y violentas; riesgo de embarazo no deseado e infecciones y enfermedades de transmisión sexual».

Efectos en salud mental

Además, el consumo de pornografía en la infancia se relaciona con problemas de salud mental y emocional, no sólo en la niñez sino también en la adolescencia y en la vida adulta, como ansiedad, depresión, aislamiento y conductas socialmente disruptivas. Además, guarda relación con la inseguridad de la imagen corporal, especialmente en adolescentes, y autorreproche sexual que erosionan la autoestima.

Más allá de que muestre comportamientos violentos, los estudios demuestran que la normalización de la pornografía, especialmente en la infancia, deja huellas profundas en la persona, y también en las relaciones adultas.

«En Dale Una Vuelta –explican desde esta entidad, referente en España en su área– comprobamos, día tras día, los efectos de la pornografía: en menores y en adultos; en hombres y, cada vez más, en mujeres; en solteros y casados; en la izquierda, el centro y la derecha». Con un matiz: «El mensaje 'es muy peligroso' cuando hay violencia, por supuesto», pero no sólo, pues «tiene consecuencias en la salud sexual, la salud mental y en la salud emocional, en el corazón y en los afectos de quien consume sexo como quien consume otro producto. Este acceso a contenidos explícitos efectivamente va creando una imagen de lo que significa la sexualidad».

Desde la organización, de la que forman parte médicos y especialistas como el doctor Alejandro Villena, señalan que «el primer paso –bien, Aitana– es eliminar el tabú. Hablar abiertamente de cómo el consumo de pornografía distorsiona la visión que se tiene de la sexualidad y cómo la principal afectada es la mujer». Y concluyen recomendando «hablar con claridad, en el momento adecuado, de manera gradual, sin forzar, llamando a las cosas por su nombre, con una visión sana y responsable de todo lo que rodea al sexo. Incluso con pudor, una palabra casi desterrada, que en ocasiones por error se identifica con la vergüenza o el tabú».

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