
Tamara Falcó e Íñigo Onieva
El nuevo negocio de Íñigo Onieva con Cristiano Ronaldo
El marido de Tamara Falcó acaba de cumplir 36 primaveras estrenando cargo de «socio ejecutivo» en un club privado
Acaba de soplar 36 velas y ya prende otra mecha empresarial. Íñigo Onieva —esta vez de la mano del inversor Manuel Campos Guallar y de Cristiano Ronaldo— pilotará Vega Private Members Club, un refugio de mil metros cuadrados que abrirá en otoño en el número 88 de la calle Lagasca, plena Milla de Oro madrileña, con una consigna grabada a fuego: prohibidos los móviles y las fotos.
Detrás de Vega figura el mismo conglomerado gastronómico que opera Tatel, Totó y Casa Salesas, pero esta vez el marido de Tamara Falcó no es mero embajador social: asume el rol de socio ejecutivo con potestad sobre la estrategia y el día a día. El objetivo es que convierta en un punto de encuentro donde millonarios, celebridades y ejecutivos cierren tratos sin temor a un «clic» indiscreto.
Para ese hermetismo se ha fichado al interiorista fetiche de la jet, Lázaro Rosa-Violán, que transformará los 1.000 m² de la antigua boutique de Elena Benarroch en una sucesión de salones sin ángulos muertos para cámaras. La norma será simple: teléfonos en el bolsillo, historias de Instagram cero. Al exterior se le reservará únicamente un bistró de inspiración francesa; todo lo que importe —negocios, cenas a seis manos, copas de sobremesa— sucederá a puerta cerrada, tal y como ha desvelado Vanitatis.
El itinerario gastronómico, de hecho, se reparte en tres estaciones: el citado bistró abierto a curiosos; un comedor gastronómico «de altos vuelos» con aforo muy limitado; y un italiano fine dining inspirado en Totó, sólo accesible al socio. Cuatro barras —una para destilados de colección, otra para cervezas imposibles y dos dedicadas a coctelería de autor— rematan la experiencia líquida, mientras que un club del vino privado ofrecerá catas verticales y añadas fuera de carta. El espacio incluye además salas de reunión, despachos temporales y un auditorio para conferencias o lanzamientos de producto.
Para atravesar la puerta de Vega no basta con pulir tu Rolex hasta que brille como un flash: primero necesitas que un socio con apellidos de alcurnia firme tu «padrinazgo» y, después, rascarte el bolsillo. Según el citado medio, la cuota aún no está cerrada, pero la estimación ronda los 4.400 euros el primer año: unos 2.000 de entrada —ese «peaje de alfombra roja» que muchos pagarían por un mes de alquiler en la Castellana— y 2.400 de mantenimiento anual, destinados a tener las cubiteras llenas de champán y las mesas de mármol sin una mancha. Si todavía no has soplado 35 velas, la casa podría hacerte un guiño: tarifa «millennial premium» de 1.000 de alta y 1.500 al año. Y no es un simple plástico: ese carné funciona como pasaporte para los futuros búnkeres de la marca en Marbella, Lisboa y Milán, todos ellos regidos por la misma liturgia —silencio absoluto, lujo sin selfies y cocktails de autor a precio de arte moderno—.
Para Onieva, este nuevo club es la oportunidad de demostrar que el brillo VIP puede ir de la mano de una cocina que convenza. No quiere repetir la pifia mediática de Casa Salesas, aquel local estrenado hace un año que terminó chamuscado por el humo de la parrilla, los «platos infames» y la célebre factura de 261 euros que el crítico Alberto de Luna aireó como prueba de que «no basta con dinero, famoseo y ubicación». Sin embargo, conviene matizar: Casa Salesas sigue abierto, acumula ya más de 800 reseñas en Google y roza el notable —una media que ronda el 4,2 sobre 5—, lo que indica que, pese al rapapolvo gastronómico, el público de a pie no lo ha sentenciado.