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Blanca Romero ha elegido un rincón verde de Asturias para criar a sus hijos, Lucía y Martín

Blanca Romero ha elegido un rincón verde de Asturias para criar a sus hijos, Lucía y MartínInstagram

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El paraíso rural de 400 habitantes en el que vive Blanca Romero

«Es muy difícil despertar en esta casa y no estar feliz», asegura la actriz

Dicen quienes la conocen que Blanca Romero «no puede ser más asturiana». Y quizá por eso su historia encaja en un círculo perfecto: después de recorrer medio mundo, ser rostro internacional de la moda y actriz de series en horario estelar, ha terminado donde, en realidad, nunca dejó de pertenecer: en Peón, una parroquia de apenas 400 habitantes en el concejo de Villaviciosa, situada a menos de media hora de Gijón, la ciudad donde nació, y todavía envuelta en vida rural auténtica. Allí vive hoy rodeada de bosque, humedad y silencio; un modo de vida que ella misma describe como «volver a respirar».

Su nombre ha vuelto al primer plano por su participación en Bailando con las estrellas y, sobre todo, por la confesión que hizo en directo: podría abandonar el concurso si la salud de su padre no mejora. Él permanece ingresado y atraviesa un momento delicado, y ese lazo pesa más que cualquier contrato televisivo.

Blanca Romero aún no ha tomado la decisión final, pero ha dejado claro que, si es necesario, priorizará su tierra. Su padre, Rafael Romero, conocido como «Romerito», fue figura destacada de la fiesta nacional hasta que una grave cogida lo retiró de los ruedos y lo llevó a trabajar en el sector de la construcción hotelera. Esa raíz explica por qué su regreso no es solo emocional, sino también afectivo e identitario.

En entrevistas previas ya había explicado por qué eligió este rincón verde de Asturias y no una gran capital para criar a sus hijos: «Quería que crecieran como yo lo hice, rodeados de monte y libertad». Allí han crecido Lucía Rivera, hoy modelo internacional, y Martín, el pequeño, que ronda los doce años y continúa disfrutando de una infancia ligada a la naturaleza. Su casa, levantada en mitad del valle, sin vecinos inmediatos, fue diseñada desde cero con ayuda de su padre y construida con lo que ganó tras años de rodajes. Ella lo resume con una frase que revela su filosofía vital: «Es muy difícil despertar en esta casa y no estar feliz».

El pueblo está rodeado de pequeñas caserías típicas asturianas

El pueblo está rodeado de pequeñas caserías típicas asturianas

Además, el lugar que ha elegido no es una aldea cualquiera. En 2023 obtuvo el Premio Pueblo Ejemplar de Asturias, un reconocimiento que distingue a las comunidades que conservan sus tradiciones, el paisaje y la vida vecinal como parte de su identidad. El entorno ayuda a entenderlo todo. El valle está encajado entre cordales cubiertos de árboles, atravesado por manantiales y praderas en las que maduran algunas de las mejores manzanas para sidra de la región. Desde hace décadas, sus laderas acogen antiguas caserías restauradas y hórreos que se mantienen como parte de la memoria material de Asturias. Aquí la tradición no se fotografía: se vive.

Por eso no sorprende que la exmujer de Cayetano Rivera Ordóñez haya querido reconstruir su vida en este paisaje. Tras una carrera que la llevó a París, Milán, Londres, Nueva York y Japón, y después del impacto de Física o Química, su vuelta no es una retirada, sino un anclaje. Lo que este entorno le da –y Madrid ya no– es pertenencia. Aquí el tiempo se mide por la luz y la vida cotidiana no está mediada por prisas. Ella misma lo cuenta con una sonrisa: «A las seis de la tarde lo cierran todo», aunque en esa frase no hay queja, sino alivio.

Blanca Romero, junto a la periodista Isabel Jiménez, en el programa Mis raíces

Blanca Romero, junto a la periodista Isabel Jiménez, en el programa Mis raícesCuatro

Su rutina diaria es sencilla y profundamente terrenal: «Estudio los guiones mientras paseo por estas calles. Son curativas», dice. Lo que más la conmueve es mirar el valle desde lo alto y sentir que ese es el lugar exacto en el mundo. Cada mañana lleva a Martín al colegio y, antes de recogerlo, se detiene en el bar Curbiellu, el de siempre, donde Luisa atiende tras la barra.

Allí toma el café, charla con los vecinos y vuelve a ser simplemente Blanca: sin escaparate, sin cámara y sin apellido mediático. Lo más llamativo es que alguna vez ha confesado que sueña con morir en Nueva York, la ciudad en la que se sintió artista por primera vez; sin embargo, mientras la vida sucede, el suelo que elige pisar y el que la sostiene está aquí, en su origen asturiano.

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