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08 de mayo de 2024

El asedio de Candia

El asedio de Candia

Picotazos de historia

La exitosa intervención francesa en la defensa de Candia

Después de tantos años resistiendo el embate de los turcos el sitio de Candia había adquirido un aura romántica muy del gusto de los elegantes salones franceses, por lo que al conceder el rey autorización todos los mozalbetes de la buena sociedad, llenos de sueños de gloria, se apuntaron a la «excursión»

En un picotazo anterior les conté a ustedes cómo la República de Venecia adquirió la isla de Chipre, ahora les contaré un suceso en relación con la pérdida de Creta.
En el siglo XVII el Imperio Otomano puso sitio a la capital de la isla –que entonces se llamaba Candia y hoy Heraclión– iniciando uno de los más largos de la historia, ya que duraría desde el año 1648 hasta el 1669. Veintiún años de lucha durante los cuales la República de Venecia no recibió demasiado apoyo por parte de las naciones y reinos de la Cristiandad y este, cuando llegaba, era escaso y poco útil. Por ejemplo, en 1660 el príncipe Alberigo d´Este partió de Francia al frente de una fuerza de cuatro mil soldados que arribaron a la isla a finales de agosto. En la primera acción en la que participaron la falta de coordinación dio lugar al desconcierto de las tropas y a la desbandada general. Después, en dos meses, la disentería acabó con las tropas enviadas. En 1668 sucedió algo parecido.
Luis XIV, siempre temeroso de enemistarse con el turco, autorizó que aquellos que quisieran ir como voluntarios a combatir pudieran hacerlo libremente. Después de tantos años resistiendo el embate de los turcos el sitio de Candia había adquirido un aura romántica muy del gusto de los elegantes salones franceses, por lo que al conceder el rey autorización todos los mozalbetes de la buena sociedad, llenos de sueños de gloria, se apuntaron a la «excursión» (pues así lo veían en su bisoñez).
Ciudad de Candia - Francesco Basilicata - 1618

Ciudad de Candia - Francesco Basilicata - 1618

Se encargó al anciano Teniente General de los Ejércitos Reales, marqués de Saint André Montbrun, el mando nominal de la expedición pero el mando efectivo lo usurpó el joven duque de Feuillade por el hecho de asumir buena parte de los gastos. Al final quinientos voluntarios se apuntaron, todos miembros de la nobleza. En el grupo brillaban títulos resonantes como el mencionado duque de Feuillade, el de Chateau-Therry, o el de Caderousse; el marqués de Aubusson, los condes de Tavane y de Villemor o el príncipe de Neuchatel. El entusiasta y joven grupo acertó a arribar en el mes de diciembre a la ciudad de Candia encontrando una población destrozada por los cañonazos y deterioros que la guerra suele generar. Un lugar nada romántico. El Capitán General de los venecianos, Francesco Mororsini, era un veterano a quien se le debe buena parte del mérito de la larga resistencia. Recibió a los franceses con toda muestra de respeto y les asignó la defensa de un baluarte exterior, en la zona de la ciudad que daba tierra.

El joven Feuillade lamentó, en voz alta, la timidez de los venecianos y anunció que al día siguiente atacarían las posiciones turcas

«Perdone usted, buen hombre. No hemos hecho un largo e incomodo viaje hasta aquí para arrastrarnos por el barro y recluirnos en un infecto reducto, teniendo luego que esperar que los turcos se dignen atacarnos. En vez de eso le exigimos una salida general que obligue al enemigo a levantar el sitio a la ciudad». Las palabras no fueron así, pero la intención de lo que pretendían no dejó duda alguna de que tal cosa pretendían. Morosini, que no se creía lo que estaba oyendo, prohibió cualquier ataque –anda que no había participado él en docenas de ellos– y explicó al joven duque, con contenidas palabras, que teniendo menos de cinco mil soldados para defender los desmoronados muros de la ciudad, no podía permitirse el lujo de tener bajas innecesarias. El joven Feuillade lamentó, en voz alta, la timidez de los venecianos y anunció que al día siguiente –16 de diciembre– atacarían las posiciones turcas.
En la mañana del día 16, el duque de Feuillade, armado sólo con una fusta, cargó al frente del contingente francés contra el ejército sitiador. Que casi doscientos de los voluntarios se lo hubieran pensado mejor y, a última hora declinaran participar o se encontraran indispuestos, no mermaría un ápice el brillo de la espectacular carga y la fiereza del combate fue admirada y aplaudida por ambos bandos. Cuarenta caballeros murieron en el combate, entre ellos el marqués de Aubusson y los condes de Tavanes y Villemor; otros tantos fallecieron a los pocos días a consecuencias de las heridas. El propio Feuillade volvió glorioso mientras sangraba profusamente por tres heridas. Pero todos estaban exultantes: habían participado en un desesperado combate contra el turco por la defensa de Candia. Ya podían volverse a casa.
En una semana el grupo de supervivientes había desaparecido de Creta. Todos tenían prisa por volver y poder relatar sus hazañas en la defensa de la cristiandad. Muy pocos pudieron hacerlo, la disentería haría estragos entre ellos en el viaje de vuelta.
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