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08 de mayo de 2024

Escena de tortura en un relieve asirio

Escena de tortura en un relieve asirio

Picotazos de historia

El escafismo o la forma de ejecución más salvaje

Los verdugos tenían cuidado de hidratar y alimentar al reo ya que, al menos, debía de sobrevivir diez días de agonía

Si son personas sensibles les aconsejo que no sigan leyendo, ya que el tema del que voy a hablar pondría los pelos de punta a más de uno y les puede fastidiar el desayuno. Y es que voy hablar de una de las formas de infligir tortura más salvajes que pueda ser concebida por una mente (in)humana.
Se denomina «escafismo» a un medio de ejecución, especialmente doloroso, que se cree que practicaban en la Persia de los soberanos Aqueménidas (dinastía que gobernó Persia desde el año 500 hasta el 331 a.C.). La primera mención que tenemos sobre ella nos la da Plutarco (circa 45–125 d.C.) y se considera que sacó la información de textos perdidos de Jenofonte y Ctesias. Plutarco, en la biografía de Artajerjes II, nos relata el fin que se dio a un soldado, de nombre Mitrídates, que mató al hermano de Artajerjes durante la batalla de Cunaxa, la misma en la que participó Jenofonte con sus famosos «Diez Mil» y que nos relató en su Anábasis.
Para llevar a cabo el procedimiento los verdugos alimentaban al reo con leche y miel, a ser posible la primera en mal estado para provocar diarrea. Hecho esto se ponía a la víctima sobre una artesa o una barca, a la que se habían practicado agujeros para que pudieran salir las extremidades y la cabeza, y se cerraba con otra artesa o barca encima. De esta manera quedaba la víctima encerrada en una especie de cajón.
Después se le untaban la cabeza, brazos y piernas con miel y se le dejaba expuesto a los elementos. Los insectos, atraídos por la miel, acudían hacía las partes expuestas y, aquí el refinamiento, también hacía el interior del cajón –atraídos por las heces que la diarrea provocaba– que atrapaba el cuerpo de la víctima, introduciéndose por los agujeros naturales. Los verdugos tenían cuidado de hidratar y alimentar al reo ya que, al menos, debía de sobrevivir diez días de agonía. Si se negaba a ingerir más leche con miel, se le punzaban los ojos con instrumentos afilados y se le alimentaba con embudo. Durante eternos días la víctima sentiría cómo en su interior se formarían gusanos y larvas que empezarían a devorarle lentamente. Sus brazos, piernas y cara, expuestos al sol, también serían devorados por los insectos, quienes se introducirían por sus oídos, fosas nasales, boca y cuencas de los ojos sin que pudiera hacer nada para evitarlo. De esta manera el tormento se multiplicaba, pues el reo sentiría cómo era devorado por dentro y por fuera, al tiempo que se pudría su interior, sin poder hacer nada.
Espeluznante como pueda parecerles, el escafismo podía tener una variante aún más repugnante: en vez de encerrar el cuerpo de la víctima en el cajón formado por las artesas o barcas, se le introducía dentro del cuerpo de un animal grande –una vaca, camello o caballo– y se cosía dejándole solo la cabeza fuera. De esta manera se creaba un entorno de doble putrefacción, la del animal y el de la víctima.
Pues bien, de todas estas monstruosidades que le he contado no hay prueba alguna. Plutarco lo relató en base a unos textos de los que no tenemos noticia y, después, lo repitieron diferentes autores: el bizantino Juan Zonaras (siglo XII), Antonio Gallonio en su Tratado sobre los instrumentos de tortura ( siglo XVI) o Johann Heinrich Zedler en su Gran Enciclopedia Universal. Las referencias a las fuentes griegas hay que tomarlas con precaución ya que en ese tiempo –las guerras médicas estaban a la vuelta de la esquina– para los griegos los persas eran lo peor: dignos de cualquier barbaridad y salvajismo y, por lo tanto, algo completamente en contraposición con la cultura y humanismo de la civilización griega. Hoy existen dos posturas antagónicas entre los especialistas en relación al escafismo: los que afirman que es una patraña de los griegos que se ha perpetuado y los que postulan que las fuentes griegas eran contemporáneas y sabían de lo que hablaban.
Independientemente de las posturas, hay que ser retorcido y asqueroso para imaginar el hacerle a otro ser humano una cosa así. ¿No les parece a ustedes?
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