¿Eran tan sucios en la Edad Media?
Qué tipo de olores notamos está determinado por aquellos a los que estamos acostumbrados. Por tanto, ¿olía mal la Edad Media? Para nosotros, si fuéramos súbitamente trasportados a ella, sí. Para un medieval, no
Si nos guiamos por lo que vemos en las pantallas, la Edad Media debió de ser un periodo triste y gris, lleno de tonos parduzcos y con gente vistiendo pieles y túnicas sin teñir. Esta es la estética oscura y sucia que caracteriza a la gran mayoría de películas y series históricas desde principios de este siglo. La Edad Media es la época que con más frecuencia sufre este tipo de representaciones. Es difícil determinar con exactitud cuándo se imponen: en los años 80, por ejemplo, tenemos tanto la película Excálibur (1981) que nos muestra un medievo pulcro e idealizado, en el que ellos lucen brillantes armaduras y ellas peinados permanentes; y en la misma década tenemos la adaptación al cine de El nombre de la rosa (1986), que suele despertar en el espectador la reflexión «¡Qué mal debía de oler esta gente!». Y bien, ¿realmente olían tan mal?
En 1978 la BBC emitió un programa llamado Living in the past, mitad documental, mitad reality show, en el que un grupo de voluntarios vivieron durante un año en un asentamiento de la Edad del Hierro. Cuando, acabado el programa, los voluntarios pudieron volver a sus vidas normales, el equipo de la BBC les advirtió de su fuerte olor corporal. Los voluntarios, acostumbrados a ello, no lo notaban, pero sí consideraban que los periodistas de la BCC «apestaban a colonia y químicos» hasta un punto prácticamente intolerable.
Las personas de la Edad Media estaban tan preocupadas por no oler mal como las de cualquier otro momento histórico
Qué tipo de olores notamos está determinado por aquellos a los que estamos acostumbrados. Por tanto, ¿olía mal la Edad Media? Para nosotros, si fuéramos súbitamente trasportados a ella, sí. Para un medieval, no. Realmente, las personas de la Edad Media estaban tan preocupadas por no oler mal como las de cualquier otro momento histórico, y estaban igualmente interesados en evitar la suciedad y las enfermedades que acarrea.
La mayoría de los asentamientos se desarrollaban cerca de fuentes de agua de calidad, aunque no estrictamente potable en el sentido moderno del término: de hecho, lo común era beber vino o cerveza diluidos, ya que el agua sin tratar comúnmente producía (como ahora) problemas estomacales. Hay ejemplos de castillos, ciudades y monasterios con sistemas de cañerías, de cerámica, madera o plomo, que en contra de lo que se cree no se perdieron con el fin del Imperio romano ni eran exclusivos de los árabes. Y un acceso al agua limpia significa un acceso a la higiene.
Por supuesto, a mayor poder adquisitivo, mayor facilidad de dicho acceso. El baño completo sí era un lujo, sobre todo con agua caliente. Solía hacerse situándose en una tina de madera y vertiéndose el agua con un jarro, en vez de por inmersión, como acostumbramos ahora. De los baños parciales, de sólo algunas partes del cuerpo, sabemos menos, aunque podemos suponer que no serían raros tras una jornada de trabajo físico. Sí sabemos que lavarse las manos antes y después de las comidas era común.
Los campesinos son, en el imaginario común, los más sucios y desaliñados de todos. Curiosamente, este estereotipo puede trazarse hasta el mismo Medievo: los monjes a menudo los describían como poco más que animales, una manga de burros y zopencos.
Un campesino medieval seguramente se aseaba todas las mañanas, debido a que las camas medievales, de paja, eran un paraíso para parásitos como los piojos y pulgas (para intentar combatirlos, las camas se llenaban de hierbas como el hinojo o la lavanda, que tienen propiedades antisépticas y, además, harían que las camas medievales olieran placenteramente bien). El pelo, para librarse de estos bichos, se podía tratar de diversas formas: posiblemente la más común fuera con alguna pasta de ceniza, que tiene propiedades desinfectantes, similares a la lejía.
La higiene bucal tampoco se descuidaba, y podemos estar seguros de que un campesino medieval tenía tan pocas ganas de desarrollar una caries como un trabajador moderno. Los dientes se limpiaban con pequeñas ramas, favoreciendo maderas flexibles pero resistentes, como la del avellano, y con pequeños trozos de hilo.
El afeitarse es una cuestión que depende del momento y región del que hablemos: no fue uniforme en toda la Edad Media. Los espejos medievales se fabricaban con metal pulido, y no eran ni grandes ni especialmente claros. Por tanto, afeitarse uno mismo era más bien complicado, y requeriría la ayuda de otra persona. Los más pudientes acudirían a un barbero, pero ¿y los demás? Cuando observamos las miniaturas de los códices medievales no es raro ver a todos los campesinos bien rasurados, por lo que podemos inferir que, al igual que no era raro hace unas décadas que te cortara el pelo un familiar en casa, lo mismo sucedería con las barbas medievales.
La imagen del campesino maloliente y tosco puede ser por tanto desterrada. Lo mismo con las vestimentas de tonos apagados que tanto gustan ahora en Hollywood: la Edad Media estaba llena de color. Si vemos las ilustraciones de los manuscritos, los medievales, especialmente desde el siglo XIII en adelante, gustaban de vestir colores brillantes y accesorios llamativos, que hoy consideraríamos muchas veces horteras. Tampoco sus formas serían tan bruscas o descuidadas como se suele creer, y la etiqueta era con frecuencia bastante rígida. Tenemos la idea típica de un banquete medieval lleno de ruidos y malos modales. El cuadro que nos pinta el poema francés del siglo XV Les Contenances de la table (Las maneras en la mesa) es bien distinto:
«Procura que tus dedos estén limpios, y tus uñas cuidadas. / Una vez se ha tocado un pedazo, que no se devuelva al plato. / No toques tus orejas o nariz con tus manos. / No te limpies los dientes con un metal punzante mientras comes. / Las normas ordenan que no te lleves un plato directamente a la boca. / Aquel que desea beber ha primero de terminar lo que está en su boca / y ha de limpiar antes sus labios».