
Campo de concentración Dachau
Prisioneros de sangre azul o los príncipes europeos a los que Hitler envió a los campos de concentración
Por los cientos de campos de concentración que los nazis construyeron pasaron millones de personas, principalmente judíos y eslavos, pero también no pocos príncipes de las dinastías que reinaron en los territorios controlados por el Tercer Reich
Los actos de conmemoración del 80 aniversario de la liberación de Auschwitz han servido para recordar una vez más los horrores provocados por el nazismo a lo largo de Europa y los millones de muertos que dejó tras de sí. Por los cientos de campos de concentración que los nazis construyeron pasaron millones de personas, principalmente judíos y eslavos, pero también no pocos príncipes de las dinastías que reinaron en los territorios controlados por el Tercer Reich.
Los otrora poderosos Habsburgo fueron una de las antiguas familias soberanas más castigadas por los nazis. En 1938, tras la anexión de Austria por parte de Alemania, el duque Maximiliano de Hohenberg y su hermano el príncipe Ernesto de Hohenberg –hijos del archiduque Francisco Fernando y de la condesa Sofía Chotek, cuyo asesinato en Sarajevo en el año 1914 encendió la mecha de la Primera Guerra Mundial– fueron internados en el campo de Dachau, siendo los primeros prisioneros austríacos en ser enviados allí. Mientras que Maximiliano fue liberado en septiembre de 1938 tras seis meses de internamiento, a Ernesto las autoridades alemanas no le pusieron en libertad hasta marzo de 1943.
También el archiduque José Fernando –hijo del último gran duque de Toscana– fue enviado a Dachau en 1938 por atacar públicamente a Hitler. Después de tres meses pudo salir gracias a la mediación de Albert Göring, hermano del jerarca nazi Hermann Göring. Sin embargo, esto no significó para José Fernando recobrar la libertad, pues estuvo bajo vigilancia de la Gestapo hasta su muerte en 1942.
La rama polaca de los Habsburgo fue golpeada con especial saña por las fuerzas de ocupación alemanas. Uno de sus miembros, el archiduque Carlos Alberto de Austria-Teschen –primo hermano del rey Alfonso XIII–, en tanto que destacado defensor de la idea de una Polonia independiente se negó a colaborar con el invasor alemán, motivo por el que le detuvieron en noviembre de 1939.
Durante su internamiento fue sometido a continuas torturas por la Gestapo, lo que le provocó importantes secuelas. Mientras, su esposa –una aristócrata de origen sueco llamada Alicia Ankarcrona, quien tomó el apellido Habsburgo al casarse en 1920 con el archiduque– desarrolló una intensa labor en favor de la resistencia polaca contra los nazis. En 1942, tanto el archiduque Carlos Alberto como su mujer fueron trasladados al campo de concentración de Strausberg, donde permanecieron hasta ser liberados por las tropas estadounidenses en abril de 1945.

Carlos Alberto de Austria-Teschen
Terminada la contienda, las nuevas autoridades de la recién creada República Popular de Polonia no restituyeron al archiduque Carlos Alberto ninguna de sus propiedades confiscadas por los nazis, si bien es cierto que otorgaron a Alicia la Cruz del Valor por su contribución al movimiento de resistencia al invasor alemán.
Otro de los príncipes enviados a Dachau fue Javier de Borbón-Parma, estrechamente ligado a los Habsburgo puesto que su hermana Zita fue la última emperatriz de Austria-Hungría. El príncipe Javier –quien con los años se arrogaría los derechos dinásticos de la rama carlista al trono de España– comenzó alistándose en el Ejército belga después de la invasión alemana. Posteriormente, se trasladó a Francia, donde participó en la Resistencia hasta ser detenido y condenado a muerte en el verano de 1944 –sentencia de la que se libró gracias a la intervención del mismísimo mariscal Pétain, ante quien intercedió la esposa de Javier–.
De Francia pasó al campo de Struthof-Natzweiler, pero ante el avance de los Aliados fue llevado a Dachau. Aún sufrió un nuevo traslado, esta vez al Tirol, donde en mayo de 1945 el Ejército estadounidense le liberó.

Registro de Javier de Borbón-Parma como prisionero en el campo de concentración nazi de Dachau
Junto con Javier de Borbón-Parma también fueron trasladados desde Dachau al Tirol los príncipes Federico Leopoldo de Prusia y Felipe de Hesse Kassel. El primero y su pareja, el barón Cerrini de Montevarchi, fueron internados en Dachau en septiembre de 1944 acusados de cometer actos homosexuales. Posteriormente, una vez terminada la guerra, el testimonio del príncipe Federico Leopoldo se demostró fundamental para enjuiciar a los responsables del campo de Dachau.
En cuanto a Felipe de Hesse-Kassel, su fulgurante ascenso dentro del Partido Nazi se vio truncado cuando su suegro, el rey Víctor Manuel III de Italia, firmó la destitución y arresto de Mussolini. Acusado de haber colaborado en la caída del dictador italiano, el príncipe Felipe fue enviado al campo de Flossenbürg, desde donde fue trasladado a Dachau y de ahí al Tirol, donde, al contrario que sus compañeros, fue retenido por las tropas estadounidenses para juzgarle por su implicación en el régimen nazi.
Sin embargo, peor suerte corrió su esposa, la princesa Mafalda de Saboya, a quien la Gestapo detuvo en Roma en septiembre de 1943 mediante un engaño: recibió una llamada desde la embajada alemana con la excusa de entregarle un mensaje de su marido y, una vez allí, fue arrestada y trasladada a Alemania. Fue internada en el campo de Buchenwald, donde falleció en agosto de 1944 tras un bombardeo de los Aliados.

El príncipe Ruperto de Baviera
El caso del príncipe Ruperto de Baviera –heredero de Luis III, último rey de Baviera– y su familia, es especialmente ilustrativo del ensañamiento que Hitler ejerció contra algunas de las antiguas dinastías reinantes en Alemania. El príncipe Ruperto, de fuertes convicciones católicas, siempre anheló para Baviera una monarquía constitucional, lo que le llevó a oponerse a Hitler desde un momento tan temprano como el Putsch de Múnich de 1923.
Dada la situación política, el príncipe Ruperto se estableció en Italia junto con su segunda esposa, la princesa Antonia de Luxemburgo, y seis de sus hijos. Mientras, su primogénito, el príncipe Alberto, hizo lo propio en Hungría, donde su mujer –una condesa de origen croata llamada María Draskovich de Trakostjan– tenía numerosos parientes. Sabedor de que la Gestapo estaba detrás de él, el príncipe Ruperto decidió esconderse en un apartamento de Florencia hasta la entrada del Ejército británico en la ciudad. Lo mismo hizo su hijo pequeño, el príncipe Enrique, que logró ocultarse en Roma hasta la entrada de los Aliados.
El resto de la familia no corrió la misma suerte: a finales de julio de 1944, tras el fallido atentado contra Hitler, la princesa Antonia y sus cinco hijas fueron enviadas al campo de Sachsenhausen, cerca de Berlín. Con apenas unos días de diferencia, el príncipe Alberto y su familia fueron detenidos en Hungría y llevados también a Sachsenhausen.
En febrero de 1945 fueron enviados al campo de Flossenbürg y luego a Dachau para acabar finalmente cerca del lago Plansee, en el Tirol, donde el Ejército estadounidense les liberó. La princesa Antonia fue encontrada por las tropas estadounidenses en un hospital cercano al campo de Buchenwald –el mismo en el que murió Mafalda de Saboya– en un pésimo estado. Su salud nunca se repuso de los padecimientos y torturas sufridas durante su cautiverio, falleciendo en Suiza en el año 1954 tras haber jurado no pisar de nuevo Alemania.
Ahora, ochenta años después de la liberación de Auschwitz, estas historias protagonizadas por los Habsburgo, los Borbón o los Wittelsbach, a pesar de representar un ínfimo número, son un testimonio de cómo la barbarie nazi no hizo distinciones de estatus o abolengo a la hora de elegir a sus víctimas.