Lluís Companys, en el centro, entre rejas tras la intentona golpista de octubre de 1934
Por qué fusilaron a Lluís Companys: la verdad tras el mito independentista
El verdadero motivo por el que condenaron a Companys no fue por su cargo, sino por lo que hizo mientras lo ocupaba
Se cumplen 85 años del fusilamiento de Lluís Companys, ejecutado en el castillo de Montjuïc la madrugada del 15 de octubre de 1940. Este año, en el aniversario de estos hechos, el presidente de la Generalitat, Salvador Illa, ha reivindicado su la figura, destacado que Companys afrontó los últimos momentos de su vida «con serenidad, dignidad y generosidad», valores que ha reivindicando para la Cataluña actual.
En 2024 el Gobierno anuló las sentencias y las resoluciones judiciales contra Companys, tanto las de la Guerra Civil como las de la dictadura. Con ello, el Gobierno reconoció que la condena fue injusta porque se tomó la decisión de fusilarlo por haber sido abogado de los sindicatos únicos y de la CNT, por haber organizado la Unión de Rabassaires, por haber fundado ERC, por haber proclamado la República el 14 de abril de 1931 y por ser presidente de la Generalitat.
«El recuerdo de Companys también manda un mensaje al conjunto de España, convivencia es reconocer y garantizar su diversidad, la de sus territorios y sus lenguas, he aquí su identidad compartida, su fortaleza y su garantía de futuro», ha indicado Illa en el acto homenaje a Companys.
Quién fue Lluís Companys
Pero ¿fusilaron a Lluís Companys por ser presidente de la Generalitat? Si no, ¿por qué fue juzgado, sentenciado y fusilado? Lo que sí es cierto es que fue abogado sindicalista y que fue uno de los fundadores de la Unió de Rabassaires.
En 1925, Companys fue al despacho de Francisco Cambó. Parece ser que estaba cansado y fatigado, tenía miedo de volver a la cárcel. También se sentía engañado por la gente que le rodeaba y quería apartarse de todo aquello. Le pidió que le consiguiera un trabajo en Buenos Aires: se quería marchar a Argentina y dejarlo todo atrás. Ahí quería empezar de nuevo. No pudo ser, y la política le sacó el cansancio.
Companys no fue un santo. Muchos lo consideran un mártir y creen que dio la vida por Cataluña. Lo cierto es que Companys fue un ser mediocre que vio en la política una oportunidad para ganar dinero. En una época en la cual la mayoría de los políticos rozaban la mediocridad, salvo honrosas excepciones, Companys no desentonó.
También ha pasado a la historia como el gran estandarte del independentismo catalán y el salvador de unos ideales patrióticos. La verdad es que se aprovechó de la realidad catalana del momento. Su ideología era simple y jacobina. Sentía indiferencia e incluso antipatía por el catalanismo y el independentismo.
Era amigo de los anarquistas y se le podía considerar más españolista que catalanista. A finales de los años veinte del siglo XX, su pensamiento evolucionó hacia el independentismo extremo. Sus cambios ideológicos le permitieron adaptarse a las circunstancias de una época cambiante políticamente hablando.
Tampoco fue un revolucionario: era miembro de una familia burguesa, se adaptó y, al hacerse amigo de los anarquistas, los defendió en la multitud de juicios que se realizaron como consecuencia del pistolerismo que sacudió Barcelona durante esos años. Es posible que llegara a sentirse catalanista los últimos años de su vida; antes, no. Y lo cierto es que defendió a los anarquistas más por dinero que por amistad.
El golpe de Estado de 1934
Lo curioso es que no se habla del tema clave de toda la historia vinculada con Companys: el golpe de Estado que dio el 6 de octubre de 1934. Como escribió Francisco Cambó:
«Él y los que le aconsejaban esta actitud creían beatamente que todo pasaría como el 14 de abril del año 1931, y se quedaron sorprendidos y desorientados al ver que toda la fuerza pública, salvo los mossos de escuadra y guardias de asalto, se ponían en contra de la Generalidad, iniciando la lucha armada para la que la Generalidad no tenía la menor preparación en aquellos momentos, en la que solo la cobardía de los hombres de la Generalidad evitó una hecatombe».
Fue juzgado y, en vez de fusilarlo, se le condenó a pena de cárcel. Las elecciones de febrero de 1936 lo sacaron de ella. De no haber ganado el Frente Popular en 1936, de no haber sido liberado, de no haber recuperado la presidencia de la Generalidad, de no haber estallado la Guerra Civil, hoy en día nadie hablaría de Lluís Companys, por su incompetencia y mediocridad.
Cuando el 19 de julio de 1936 estalló la Guerra Civil y fracasó en Cataluña, Companys permitió que fusilaran a los militares que «dieron el golpe de Estado». Sin mover un solo dedo se fusiló a Francisco Lacasa, Vicente Vázquez, Antonio Rebolledo, Pedro Ponce de León, Claudio Durango, Enrique Rodríguez, Enrique Quintana, Luis Navarro, Antonio Moreda, José Hurtado, José Montagud, José Montesinos, Diego Serras, Pedro Mercader, José Culubí, Ildefonso Hernández, Ramón Mola Vidal, Nicolás Callada, Juan Laguna, José María Valenzuela, Alberto González, Guillermo Cabestany, Alejo Sanz y Luis Botella.
Todos estos, el 19 de julio de 1936. El 12 de agosto de 1936, en el castillo de Montjuic, permitió que se fusilara a los generales Manuel Goded y Álvaro Fernández Burriel. Volvamos a Cambó. En sus memorias escribe:
«El fusilamiento fue un inmenso error de Franco. ¿Injusto? Él, el 6 de octubre de 1934, había cometido igual delito que los militares… y fue indultado. En 1936 él hizo fusilar a todos los militares sublevados». Y esa es la clave.
Lluís Companys, realizando un mensaje por radio, en 1936
Cambó lo deja muy claro: Companys fue juzgado, procesado y fusilado por sus actos como presidente de la Generalidad, no por serlo. Dicho de otra manera: no se acordó que los militares, en su momento, decidieron no fusilarlo y condenarlo a pena de cárcel. Dos años después, se olvidó de todo aquello y no movió un dedo para tratarlos igual que ellos habían hecho con él. Su actitud era imperdonable y, por eso, lo juzgaron.
En aquella segunda ocasión no tuvieron ningún tipo de contemplación y lo condenaron a la pena máxima. De no haber actuado como lo hizo en 1936, Companys hubiera muerto en el exilio. Podemos hacernos una pregunta que se responde sola: ¿por qué no se persiguió al lehendakari José Antonio Aguirre? Este murió en París, en 1960, exiliado. La respuesta es fácil: no actuó como Companys. Ahora bien, de cara a su reconocimiento para las generaciones futuras, que hoy no hablarían de él, lo mejor que le pudo pasar es que lo fusilaran aquella madrugada del 15 de octubre de 1940.