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Retrato de Hernando Colón

Retrato de Hernando Colón

La obsesión de Hernando Colón, el hijo humanista del descubridor que no pudo emular a su padre

Hernando de Colón nunca se olvidó de su padre ni de su legado y menos aún de aquel viaje a las Indias que compartió con él siendo poco más que un niño

Como a muchos otros personajes de la epopeya americana quien me lo descubrió e hizo leer fue Miguel de la Quadra Salcedo.

Fue en la ruta Quetzal de 1999 por Panamá, siguiendo las ultimas peripecias del Almirante en su cuarto y último viaje cuando intentaba encontrar un paso por mar desde el Atlántico, pues ya se barruntaba que las Indias no eran lo que se empeñaba en creer y al otro lado de aquella tierra había agua salda también.

No lo encontró, porque no lo hay natural, pero desde luego no tiró mal la piedra pues lo buscó por donde ahora viene estar el Canal de Panamá.

En aquella singladura final lo acompañó su hijo pequeño, con tan solo 13 años cuando lo comenzaron, y donde sufrieron todo lo malo que aquellos mares y tierras podía depararles.

Entre otras cosas, huracanes por doquier. A nosotros también nos tocó la cola de uno, menos mal que en tierra en la mismamente llama Isla Colon, en el archipiélago de Bocas del Toro, y supimos lo que era sentir pavor.

Cuando luego leí lo que el joven Hernando escribió en su relato es cuando aprecié el inaudito valor de aquellas gentes y en mínimos aquellos barcos en medio del mar embravecido azotado por un viento infernal y el cielo estallando en luz y trueno sobre sus cabezas.

El autor junto con Miguel de la Quadra en la Isla Colón

El autor junto con Miguel de la Quadra en la Isla Colón

«Con tantos truenos y relámpagos no se atrevía la gente a abrir los ojos, parecía que los navíos se hundían y que el cielo se venía abajo; algunas veces se continuaban tanto los truenos que se tenía por cierto que toda la Armada de Castilla disparaba su artillería y en dos o tres días no dejaba de llover copiosamente, de modo que pareciera un nuevo diluvio», dejó escrito el muchacho

Y que más o menos es lo que después, aunque en tierra y sin tanto susto, pero bastante también nos aconteció a los chicos de la Qetzal y a mí.

Los escritos de Hernando de Colón fueron la guía en aquel viaje y mi manera entonces, y a la que vuelvo a hora, de intentar conocerle y darlo a conocer. Pues no niego que me parece, por su talante, obra y legado y con permiso de su señor padre el mejor de los Colón, desde luego que su hermano mayor Diego, que sus tíos y demás familia.

Hijo menor del Almirante

Hernando fue el hijo menor del Almirante, fruto de un duradero amorío con la cordobesa Beatriz Enríquez de Arana, a la que no desposó ni cuando más tarde ya murió la esposa legítima, doña Felipa, madre de su hijo primogénito, Diego a la que dejó en Lisboa cuando paso a España.

Hernando nació en Córdoba, cinco años antes de su padre llegara a las Indias, fue prontamente reconocido como vástago suyo y cuando su fama y rango con el Descubrimiento lo llevaron a las alturas logró que antes de iniciar su segundo viaje, 1494, acompañara al mayor, Diego, habido en su primer y único matrimonio, a la Corte en calidad de paje de príncipe Juan, primogénito de los Reyes Católicos.

Tras la prematura muerte de este (1497) paso al servicio de la reina Isabel y recibió con provecho una esmerada educación en la que participó de manera determinante el humanista Pedro Mártir de Angleria.

El Almirante no consiguió permiso para retornar a las Indias hasta casi seis años después de haber regresado engrilletado del tercer viaje. Y lo hizo en mucho perores condiciones, tanto personales, ya muy mermado y achacoso físicamente, como de autoridad y gobierno. Los reyes habían roto con el monopolio anteriormente concedido a Colón y permitido a otros súbditos suyos explorar aquellas nuevas tierras.

Para concederle el permiso le habían impuesto además y para evitar más discordias una condición: No podía atracar ni desembarcar en La Española.

Que fue, sin embargo. donde ve vieron obligados a pedir hacerlo, pues el Almirante barruntó al llegar cerca de sus aguas señas en los vientos y en el mar que nadie más detectaba pero que le hizo dirigirse hacia el puerto de Santo Domingo y pedir resguardo para sus cuatro barcos. Pero el entonces gobernador, Ovando, se lo negó. Sabedor de las órdenes reales, estaba dispuesto a hacérselas cumplir a Colón, por mucho que el Almirante se creyera.

Entendió que el pretexto de que se acercaba un huracán era solo una mala excusa y se tomó con burlas las suplicas del Almirante diciendo que se acercaba uno muy poderoso y que, de quedarse fuera, en mar abierto, destruiría todos sus barcos y morirían ahogados todos, y su hijo pequeño que con él venía.

Las burlas de Bobadilla

Quien se burló más que ninguno, fue el tal Francisco de Bobadilla, quien le había engrilletado y que ahora formando parte de una gran flota de 30 naos se disponía a regresar a España. De hecho y a pesar de las advertencias lo hizo, era el 30 de junio, sin querer esperar. El mar estaba en calma y el sol lucía en un cielo limpio de nubes. Pero Colón estaba en lo cierto.

Aquella misma noche se desataron las furias del infierno en los cielos, en el mar y en la tierra. Un violentísimo huracán azoto sin piedad el mar y corrió. Toda la escuadra naufragó y perecieron ahogados todos.

Entre ellos Francisco de Bobadilla. Sólo se salvó una nave, llamada La Aguja, que era la más chica y ligera y cogió ventaja sobre el resto, yendo por delante de la tempestad y logrando escapar del ciclón. Resultó, encima, que era la que llevaba los dineros que habían dado las haciendas y encomiendas de los Colón.

El Almirante logró salvar sus cuatro barcos pues al observar que el huracán se dirigía hacia el norte de La Española viró hacia el sur buscando una bahía lo más desventada posible. El mismo lo narró así: «la tormenta me desmembró los navíos, a cada uno llevó por su cabo sin esperanzas, salvo de muerte; cada uno de ellos tenía por cierto que los otros eran perdidos. El dolor del hijo que yo tenía allí me arrancaba el ánimo y más por verle de tan nueva edad, de 13 años, en tanta fatiga y durar en ella tanto». Pero al fin su precaución y saber marinero los salvó a todos y las naos no salieron demasiado mal paradas.

El cabo Buena Esperanza

Prosiguió entonces con el encargo real que no era otro que buscar un paso desde el Atlántico hacia la especiería.

Porque lo que preocupaba a la Corona era que el portugués Vasco de Gama había doblado el cabo de Buena Esperanza y establecido ya una ruta hacia las islas de las especies, mientras que los españoles seguían sin encontrar especias por ningún lado en las tierras descubiertas. Encontrar aquel paso era la misión encomendada a Colón, el objetivo prioritario y esencial del viaje. No lo halló, pero bien pudo haber llegado al Pacífico. Así lo relato su hijo Hernando:

«Algunos indios nos hablaron de un gran canal de agua marina que se metía por las selvas. Se encontró en un lugar llamado Chiriquí y nos metimos por él. Pero la alegría duró poco. Al cabo de navegar un buen trecho el canal daba en tierra y no tenía salida. Entonces los indios nos señalaron un camino que ellos tenía para andar a partir de allí por los bosques y que en nueve días de atravesarlos a través de las montañas que se divisaban se llegaba a otro mar grande».

El Almirante inicio incluso aquella ruta, pero era tal la dificultad de la marcha para quienes no venían preparados para ella, eran marinos, que decidió no seguir adelante. De haber continuado hubiera alcanzado, Balboa tardaría diez años en hacerlo, el Mar del Sur, o sea el Pacifico. Por allí, más o menos, fue por donde siglos más tarde se trazó el canal de Panamá.

Él siguió buscando infructuosamente el inexistente paso por mar pasando por el actual Portobelo bautizado así por él mismo y por esa Isla Colón donde comenzaba este relato perseguidos por las tormentas, que se sucedían una tras otra aquel maléfico año. Al fin con solo dos barcos, los otros se habían hundido consiguieron llegar a Jamaica. Pero no acabaron allá sus desdichas. Las dos últimas naos también sucumbieron al llegar allí y quedaron atrapados.

Comida por baratijas

Al principio los indios les traían comida a cambio de baratijas, pero al final se cansaron de ellas y cada vez pedían más por menos y el hambre comenzó a ser la mayor preocupación. Encima el capitán de una nave, un tal Porras hizo partida contra Colón, dividiendo las gentes entre ambos.

El almirante entendió que debía pedir ayuda y envió a su hombre más fiable y fiel, Diego Méndez con algunos nativos en una débil canoa a pedir ayuda a la Española. Una hazaña que se antojaba imposible, pero era la única esperanza de salvación.

Pasaron semanas y meses. Los caciques ya decidieron cortar totalmente el suministro de comida. Parecía que el fin de todos, el del padre y el del hijo también estaban cerca, pero entonces el Almirante obró un milagro.

Hizo decirles a los indios que por su maldad la luna iba a ser comida por la oscuridad en los cielos y que no regresaría nunca. Y que eso sería aquella noche. Cuando en verdad comenzó a ser oscurecida y acabó por taparse del todo el miedo se apoderó de ellos y le suplicaron al Almirante que hiciera lo que pudiera para que retornara.

Él les hizo prometer que volvieran a traer víveres y entonces tras hacer don Cristóbal algunas exhortaciones hacia el cielo y rezar un padrenuestro la luna reapareció en los cielos. El almirante sabía por sus conocimientos astronómicos que iba a producirse un eclipse.

Poco después supieron que Méndez había logrado llegar porque apareció un pequeño bergantín por Ovando desde la Española para ver que en efecto estaban allí, pero sin orden alguna de socorrer al Almirante. El capitán se limitó a dejarles un cerdo asado como toda comida y algo de vino y se marcharon por donde habían venido.

La revuelta estalló y los Porras con su facción se lanzaron al ataque, pero Bartolomé Colón en un combate singular derrotó al hermano mayor, el cabecilla, y este con la espada al cuello, se rindió. Tuvieron que esperar meses aun hasta que, cuando ya se iba a cumplir un año desde su arriba allí, el fiel Méndez logró llegar con un barco en su socorro.

Ovando solo le había dejado partir tras recibir una carta de la Reina Isabel donde preguntaba por el Almirante. Este ya casi ciego y muy quebrantado hubo de reponerse algo en Santo Domingo antes de emprender el regreso a España donde llegaron el 7 de noviembre de 1504.

Ansiaba ver a la reina, pero antes de poder hacerlo su gran protectora murió el 27 de aquel mismo mes. Con su viudo Fernando nunca se había llevado especialmente bien y aunque lo recibió le prestó muy escasa atención.

Muerte de Colón

El Almirante murió no mucho después, en mayo de 1506, pero no lo hizo a pesar de sus quejas, en absoluto pobre sino con una cuantiosa fortuna y unas rentas anuales más que sustanciosas. Y el propio Hernando tampoco las tuvo escasas.

Su hermano mayor, Diego se había disgustó incluso con él porque consideró excesiva generosidad del padre, pero al necesitar su sapiencia para los pleitos, los famosos Colombinos con la Corona que durarían décadas al no ver reconocidos sus derechos en las Indias, que el Almirante le había legado.

Tumba de Hernando Colón en Sevilla

Tumba de Hernando Colón en Sevilla

Su ayuda fue tan determinante que acabaron por hermanar de veras. A don Diego se le concederían los títulos de Gobernador general y también de La Española y finalmente el de Virrey también de las Indias. Todo un triunfo, pero en realidad limitado pues la jurisdicción se limitó a los territorios descubiertos oficialmente por el Almirante.

Hernando de Colón quiso regresar a las indias, deseaba emular a su padre y encontrar aquellos pasos que en no consiguió hallar, pero el rey Fernando no se lo autorizo. Tan solo en una ocasión le fue otorgado permiso y fue tan solo para acompañar a su hermano a tomar posesión del Gobierno de La Española y tan solo por unos meses…

Vuelto a Sevilla, donde se estableció, y dedicado por entero, amén de a los pleitos en defensa de la memoria y derechos de su padre y de su hermano Diego, al estudio y los saberes que tanto le atraían y en los que empleo desde entonces su vida, aprovechando también que la Corona uso de sus dotes diplomáticas para enviarlo a destinos tanto en Roma como por toda Europa donde conoció a las gentes más relevantes de su época

Fue un gran cosmógrafo, pero también un gran erudito inquieto siempre por saber del pensamiento y los conocimientos de los hombres. Pero algo en él era aún más sorprendente. No atesoraba los libros solo para su propiedad y gozo, sino que deseaba que tales sabidurías en ellos contenidas estuvieran a disposición de quienes los estimaran como él y ayudaran en el futuro a la humanidad entera y pudieran ser consultados por investigadores y estudiosos.

Descripción de España

Había iniciado incluso una obra gigantesca por su cuenta intentando compendiar en ella a España entera, la había titulado Itinerario, descripción y Cosmografía de España y para ello había enviado por los pueblos de España a personas que informasen de cada uno de ellos, de los vecinos que había, de los hechos memorables que allí habían acaecido y de sus edificios y templos. Cuando llevaba ya años con el empeño el Consejo de Castilla le prohibió seguir con ello.

Su fortuna, bien administrada, además, le permitió proseguir otras apasionantes tareas. Siguió empleándola en adquirir cuanto libro considerara apreciable y ello lo hacía por toda Europa por la que viajaba de continuo y donde era recibido cada vez con mayor respeto. Sus viajes por Europa comenzaron en 1509 y se sucedieron hasta el mismo año de su muerte en 1539:

«Tuvo también don Hernando, mi señor, muy grande deseo de allegar muchos libros y aún todos los que pudiese hallar como lo puso por obra, y allegó y puso en su librería todos los más que hasta su tiempo se imprimieron, y dejó renta para que siempre se comprasen los que demás se hallasen. Este deseo que tuvo tan intenso fue y es digno de grande admiración, y de él resulta y siempre se seguirá provecho incomparable, aunque muchos inconsideradamente se han engañado, no advirtiéndolo, pareciéndoles que sería mejor que estos dineros y tiempo, que en esta tan santa obra empleó, los empleara en cetrerías o en otros ejercicios de caballeros...».

No limitaba a ello su trabajo, sino en otra prueba de adelantado a su tiempo, y como fue luego preceptivo, amén de leerlos los catalogaba y hasta llegaba a resumirlos. Anotaba también su precio, donde lo había adquirido o en su caso quien se lo había regalado. Todo ello figura en su Libro de los Epitomes, que se creyó perdido durante largo tiempo pero que ha aparecido muy recientemente en el año 2019 en Cophenage, la capital de Dinamarca.

De ella y de é escribió Nicolás Antonio (1783) en su Bibliotheca Hispana Nova: «Allí (junto a la Puerta Real, llamada anteriormente de Goles) reunió y organizó, con grandes gastos y mayor interés, una biblioteca riquísima de casi todos los libros que entonces estaban impresos, además de muchos códices manuscritos; en vida, con el uso se familiarizó con ellos y al morir la dejó a la Iglesia Hispalense, a la que también entregó su cuerpo para que le dispensasen los ritos cristianos y sepultura en un lugar honorabilísimo».

Coronación de Carlos V

Asistió a la coronación de Carlos como emperador en Aquisgrán y tuvo trato con el gran Erasmo de Rotterdam cuyas ideas humanísticas defendió y extendió a su vuelta a la Península.

Sus conocimientos cosmográficos le supusieron ser designado por el rey para formar parte de la Junta de Badajoz (1524) del grupo de sabios españoles y portugueses encargados de trazar la línea divisoria y el ámbito de expansión entre ambos reinos, donde Hernando defendió de manera muy contundente los intereses de España…

Pero nunca se olvidó de su padre ni de su legado y menos aún de aquel viaje a las Indias que compartió con él siendo poco más que un niño. Depositario de muchos de sus documentos y cartas escribió su obra más renombrada Historia del Almirante para dar a conocer su vida, poner en valor sus descubrimientos y desagraviar su memoria

Hernando de Colón murió en su casa de Sevilla, en el año 1539, y se le hizo gran entierro en la catedral en cuya nave principal siguen sus restos. Sus huesos siguen siendo manoseados por la obsesión de no sé cuántos «expertos» en hacer nacer al Gran Descubridor en los más peregrinos lugares, siempre que no sean Génova. Que es lugar donde el propio Cristóbal y su hijo Hernando atestiguan que nació.

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