Recaredo, el rey visigodo que unificó Hispania con su conversión al catolicismo
Se celebró en Toledo en el año 589, y Recaredo, acompañado de muchos de sus nobles y de toda la cúpula eclesiástica, proclamó solemnemente su abjuración de la fe arriana y la aceptación de la católica romana
Conversión de Recaredo, por Antonio Muñoz Degrain
Escribo a escasos kilómetros, campo a través, de la ciudad que lleva su nombre: Recópolis, en el término municipal de Zorita de los Canes, en Guadalajara. Es la única ciudad de nueva planta debida a los visigodos que se conserva en todo el mundo. Tajo arriba, fue su capital de verano, unida a Toledo por la red de calzadas romanas, por un camino que seguía la margen del río y —cada vez hay más indicios— por un cierto tráfico fluvial. Abarcaba 30 hectáreas de terreno, de las que solo se llevan excavadas poco más de dos. Contaba con basílica, palacio, galería de comerciantes, tiendas de artesanos y una muralla que la circunvalaba.
Desde hace bastantes años, arqueólogos españoles, a las órdenes de Lauro Olmo y apoyados por la Universidad de Harvard y algunas universidades alemanas —que, como germánicos, tienen gran interés—, van poco a poco progresando.
La tristeza es el parque arqueológico, bajo dominio del Gobierno regional, que muestra un abandono y una dejadez tan notables como inauditas. Vivió tiempos mejores, pero ha sufrido un deterioro terrible en los últimos años. No lo merece ni el lugar ni lo que significa en la historia, tanto hispana como europea.
Arco del interior de la iglesia de Recópolis
La ciudad de Recaredo fue tomada por la tribu de los Di-il-Num, bereberes, y, tras un declive muy rápido, acabó por sufrir un incendio. Los musulmanes, aprovechando sus piedras de sillería, construyeron su fortaleza sobre el Tajo, a poco más de medio kilómetro y en un lugar mucho más defendible, al que llamaron Madinat al-Zurita, luego Zorita, con el añadido de «los Canes». Las guarniciones cristianas los utilizaban para la vigilancia desde las almenas.
Pero ¿quién fue ese rey godo, Recaredo, en cuyo honor hizo levantarla su padre, el gran Leovigildo, que había logrado poner bajo su corona gran parte de la península, arrinconando a los últimos bizantinos del Imperio romano de Oriente y sometiendo a los suevos —que dominaban Galicia— y a los siempre rebeldes vascones?
Su sucesor haría algo más y daría un paso definitivo. Recaredo había sufrido, incluso en su propia familia, la división religiosa que existía entre los hispanorromanos —unos tres millones— y los dominantes godos —300.000—, y que llevó a su hermanastro Hermenegildo, convertido al catolicismo, a la rebelión contra su padre, que acabó siendo ejecutado por este y, por ello, llevado luego a los altares. Fue Recaredo quien dio el paso hacia adelante, con una solemne conversión en el Concilio de Toledo y la unificación, además, de las leyes, para que abarcaran al conjunto de la población. El reconocidísimo parque histórico temático Puy du Fou comienza su premiadísimo espectáculo El Sueño de Toledo con ello.
Recaredo fue el hijo mayor de Leovigildo. Nació en Toledo el 21 de diciembre del año 559 y fue rey de los visigodos desde el año 586 hasta el 601, en el que falleció, también en la sede regia del reino.
Desde muy joven estuvo al lado de su padre, puesto que este lo asoció al trono, convirtiendo la dinastía en hereditaria, conculcando así la tradición goda de la elección entre los notables del reino, lo que provocó descontento entre estos y rebeliones que Leovigildo sofocó con mano de hierro. Recaredo lo acompañó en estas luchas, al igual que en las que sostuvo contra los francos, los bizantinos del litoral andaluz y los vascones.
Vivió el trauma de la muerte de su sublevado hermano Hermenegildo, tras ser vencido y capturado, a manos de un noble llamado Sisberto, aunque sin duda contó con la aquiescencia de su padre.
Mucho debió pesar ello en su ánimo, pues tan solo tres años después de subir al trono se convocó el III Concilio de Toledo, donde hizo pública abjuración del arrianismo junto con muchos nobles godos y en presencia del obispo san Leandro, gran artífice de la operación.
Pero antes de ello, Recaredo, y nada más ser coronado, cumplió con lo que consideró un deber de hermano y un aviso a navegantes de que no toleraría intentos de magnicidio ni asesinatos de miembros de la casa real: hizo ejecutar al asesino de Hermenegildo, Sisberto.
Tenía después prevista una boda con la hija de un rey franco, Rigunda, para establecer una alianza con ellos, pero la muerte del padre —asesinado, cuando la novia estaba ya de viaje y cerca de Toulouse— hizo que el matrimonio perdiera todo el sentido. Recaredo siguió intentando buscar esa alianza, pero sus intentos fracasaron también. La muerte de su padre y su subida al trono lo habían sorprendido, de hecho, en la Septimania, peleando contra los francos que querían arrebatarle los territorios al otro lado de los Pirineos, como Carcasona, que pertenecía a los visigodos.
Retrato imaginario de Recaredo, una obra del siglo XIX de Dióscoro Puebla conservada en el Museo del Prado
De carácter mucho más apacible que su belicoso progenitor, no tardó en tomar la decisión trascendental de su conversión y arrastrar con ella a la élite y al pueblo visigodos, algo que a la postre consiguió, aunque tuvo que vencer al principio cierta y potente oposición. El concilio fue preparado con gran esmero y boato. Se celebró en Toledo en el año 589, y Recaredo, acompañado de muchos de sus nobles y de toda la cúpula eclesiástica, proclamó solemnemente su abjuración de la fe arriana y la aceptación de la católica romana. Recaredo hizo profesión de fe católica y lanzó un anatema contra Arrio y sus doctrinas.
Junto a él abjuraron un buen número de obispos arrianos, godos la mayoría, pero también algunos suevos, como Beccila de Lucus (el actual Lugo), Gardinos de Tuy, Argiovituss de Portus Cale (Oporto) y Sunnila de Viseo; y entre los godos, el de Barcino Nova (Barcelona), Ungus; Fruisclus de Tortosa; Maurilia de Palencia; Ubiligiscus de Valencia, y algunos otros, entre ellos Loliolo de Pamplona. En total, entre arrianos y católicos, asistieron al III Concilio de Toledo 72 obispos, encabezados, claro, por san Leandro.
Según leyendas alentadas por la jerarquía católica —pero que parecen no estar exentas de veracidad—, Recaredo ya se había bautizado dos años antes en secreto y había ido preparando el terreno, procurando cónclaves y reuniones entre obispos arrianos y católicos. Finalmente, él mismo fue determinante a la hora de convencer a los arrianos, haciéndoles entender que era lo mejor para todo el reino.
Aquello, lo cierto, es que les salió bien a él y a Leandro. Pero el rey seguía fracasando en su propósito de casarse con una princesa franca y, tras otro intento fallido, terminó por casarse con una plebeya goda, que era además su concubina desde hacía años: Baddo.
La reina Baddo junto a su esposo Recaredo, en el momento de la conversión
Aquello ayudó a que algunos nobles arrianos, que se habían resistido a la aceptación general, comenzaran a conspirar. El obispo arriano de Mérida, Sunna, fue el cabecilla de la primera conjura, que tenía como primer objetivo el asesinato del dux lusitano Claudio, fiel a Recaredo y católico. El aviso de otros nobles conversos —entre ellos uno que años más tarde llegaría a ceñir la corona, Witerico— hizo fracasar el intento. El duque Claudio los aplastó, y a quien tenían previsto nombrar rey en sustitución de Recaredo, Segga, le cortó ambas manos y lo desterró a Galicia. Al obispo arriano Sunna le ofrecieron continuar en Mérida si se hacía católico, pero se negó y fue enviado al destierro, marchando a Mauritania, donde siguió conspirando hasta que, poco antes de que llegara el año 600, murió de manera violenta a manos de alguien enviado con tal misión desde la península.
Tras la rebelión de Mérida, Recaredo se mostró muy duro con los arrianos recalcitrantes y ordenó quemar sus libros, suprimir la organización de su iglesia y excluirlos de cualquier cargo público. El arrianismo, con tales medidas, no tardó en desaparecer al cabo de pocos años, aunque no sin antes protagonizar alguna otra intentona, como la del obispo Uldila, residente en Toledo, quien, aunque había abjurado, conspiró con la reina viuda —primero de Atanagildo y luego última esposa de Leovigildo—. Fracasó también. Uldila hubo de tomar el camino del exilio y la reina viuda murió poco después.
Más grave fue la revuelta orquestada en la Septimania, con los condes Granista y Wildigerno a la cabeza, y con el apoyo del obispo arriano de Narbona, Athaloc. Se aliaron con un viejo enemigo —al que Recaredo ya había vencido una vez—, el borgoñón Gontrán, aunque este fuera católico. Envió sus tropas, que llegaron a ocupar Carcasona, pero fueron después derrotadas a orillas del río Aude por los visigodos enviados al mando del duque de la Lusitania, el ya conocido Claudio —de origen hispanorromano, como su nombre indica— y fiel aliado de Recaredo. Los francos dejaron nada menos que cinco mil muertos, entre ellos los dos condes cabecillas, en el campo de batalla, y dos mil prisioneros, además. La Septimania quedó asegurada con el rotundo triunfo.
La última conspiración contra Recaredo (590) ya no tuvo que ver con los arrianos, sino que simplemente pretendía asesinar al rey y sustituirlo —una costumbre muy frecuente y perdurable en el reino visigodo, y que a la postre sería la causa de su dramático final— por un tal Argimundo, que tenía a su mando alguna provincia del reino y algunos notables palaciegos. Descubierto, Argimundo fue azotado, decalvado y amputado de su mano derecha en público y para mayor escarnio.
Poco antes de morir, Recaredo hubo de combatir un nuevo intento bizantino, que consiguió progresar algo, pero su avance no fue muy significativo, aunque perdurarían un cierto tiempo asentados en el litoral, en las cercanías de Málaga. El rey Recaredo, fallecido inusualmente de muerte natural y conservando el trono, dejó este mundo el 21 de diciembre del 601.
La reina Baddo, la única mujer que firmó las actas del concilio, le había dado un hijo varón, Liuva, que llegó al trono cuando contaba con 20 años de edad. La condición plebeya de su madre produjo aún más resistencia de la habitual a su entronización, pero a la postre esta se consumó.
Pero no duró mucho en el trono. Su origen plebeyo por parte de madre le restó muchos apoyos entre la nobleza, y el ya mentado Witerico, el delator de la conjura de Mérida contra Recaredo, lo aprovechó. Consiguió el mando de las tropas para, teóricamente, luchar contra los bizantinos, y lo que hizo fue dirigirse al propio palacio, donde capturó a Liuva tan solo un año y pico después de haber sido coronado. Primero ordenó que le amputaran la mano derecha, lo que, según la ley goda, le impedía —como la decalvación— reinar, pero luego, no contento con ello y por si las moscas, lo hizo decapitar en el año 603. Al pobre Liuva ni le debió de dar tiempo de pasar un verano como rey en el palacio de Recópolis.