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Soldado herido en la batalla de Passchendaele, Primera Guerra Mundial

Soldado herido en la batalla de Passchendaele, Primera Guerra MundialDesperta Ferro

Cómo la caída de cuatro imperios tras la Gran Guerra desató un siglo de conflictos

Sin la contención de las viejas estructuras imperiales, el nacionalismo étnico y las ideologías totalitarias se desbocaron

La desaparición de ciertas dinastías en Europa y el Imperio otomano (Turquía) tras la Primera Guerra Mundial sí creó un vacío de poder y una inestabilidad que contribuyeron a un mundo más peligroso, aunque no fue el único factor. Lo analizaremos desde dos ángulos geográficos en gran medida:

El fin de las dinastías en Europa

La Gran Guerra (1914-1918) acabó con cuatro imperios seculares: el alemán, el austrohúngaro, el ruso y el otomano, provocando una pérdida de estabilidad y orden.

Dinastías como los Habsburgo en Austria-Hungría habían gobernado un mosaico de naciones, lenguas y religiones durante siglos. Su desaparición súbita no destruyó las tensiones nacionalistas, sino que las liberó. En su lugar brotaron Estados nación más pequeños (Austria, Hungría, Checoslovaquia, Yugoslavia) con fronteras en litigio y minorías étnicas insatisfechas, listas para ser explotadas por potencias revisionistas, como fue el caso de la Alemania nacionalsocialista o la Unión Soviética bolchevique.

El desastre vino por el fin del «Concierto de Europa». Este era un sistema informal donde las monarquías, a menudo unidas por lazos familiares, intentaban gestionar las crisis diplomáticamente. Su caída dejó el campo libre a ideologías totalitarias (comunismo, fascismo) que no creían en el equilibrio de poder, sino en la conquista y la revolución mundial.

Un caso especial fueron los Romanov. Su caída en 1917 dio paso no a una democracia liberal, sino a la creación, por V. I. Lenin, del primer Estado comunista, la URSS. Este nuevo actor rechazaba abiertamente el orden internacional previo y promovía la revolución global, introduciendo una nueva y poderosa fuente de conflicto ideológico a través de la III Internacional impulsada por Stalin.

El fin del Imperio otomano y la dinastía osmanlí

La desaparición del Imperio otomano tras la guerra fue crucial para la creación de inestabilidad en Oriente Medio, cuyos efectos perduran hoy.

En primer lugar, colapsó una estructura imperial antigua. El Imperio otomano, aunque en decadencia, había mantenido un cierto orden sobre una región extremadamente diversa. Su desaparición dejó un vacío que las potencias europeas (Gran Bretaña y Francia) intentaron llenar con el sistema de mandatos, trazando fronteras arbitrarias que no correspondían a realidades étnicas o tribales (por ejemplo, Irak, Siria, Líbano y Palestina). De aquellos polvos, estos lodos del presente.

Además, se formaron nacionalismos y reaparecieron conflictos congelados. El surgimiento de la Turquía moderna, nacionalista y secular bajo Mustafa Kemal Atatürk, fue un éxito, pero el desmembramiento del imperio creó focos de conflicto (como la cuestión kurda, dividida entre varios Estados) y sentimientos de injusticia que alimentaron el resentimiento.

Muchas de las tensiones actuales en Oriente Medio tienen su raíz en este colapso imperial y la posterior imposición de un orden colonial artificial en Siria, Irak, Líbano y Palestina, que ignoró identidades históricas e incumplió promesas (como las hechas a los árabes por los ingleses para reclutarlos como carne de cañón en la guerra de Londres contra la Sublime Puerta).

¿Por qué esto hizo el mundo «más peligroso»?

En conjunto, la desaparición de estas dinastías destruyó el orden legítimo: el orden anterior, con sus defectos —que no eran pocos—, era reconocido por todos los actores. Su caída creó un sistema (Versalles) visto como ilegítimo por Alemania, Italia, Japón y la URSS.

También liberó fuerzas nacionalistas e ideológicas extremas. Sin la contención de las viejas estructuras imperiales, el nacionalismo étnico y las ideologías totalitarias se desbocaron.

Creó un vacío de poder. Especialmente en Europa Central y Oriente Medio, que invitó a la agresión y a la competencia entre nuevas potencias. Y generó Estados frágiles: los nuevos Estados a menudo carecían de consenso interno y legitimidad, siendo presa fácil de conflictos internos y agresiones externas.

Es cierto que el mundo se volvió más peligroso. Sin embargo, no fue la desaparición de las dinastías en sí lo peligroso, sino la forma caótica y punitiva en que se gestionó su colapso (tratados de paz vengativos, fronteras mal trazadas, falta de integración de los perdedores en el nuevo orden) y su sustitución por ideologías y estructuras estatales más agresivas e inestables.

El periodo de entreguerras (1919-1939) demostró que el nuevo sistema era incapaz de mantener la paz, allanando el camino para una guerra aún más devastadora: la Segunda Guerra Mundial. Así, el fin de las viejas monarquías marcó el final de un tipo de orden mundial y el inicio de una era de ideologías de masas y conflictos totales.

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