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28 de marzo de 2024

Imagen de Boris Johnson en un cartel que pide su renuncia

Imagen de Boris Johnson en un cartel que pide su renunciaEfe

Los días contados de Boris Johnson en el 10 de Downing Street

Boris Johnson es un nombre con escaso futuro en el número 10 de Downing Street. Así opina la prensa británica, la oposición y los compañeros de partido que le pusieron en el rincón del ring de una pelea que ganó por puntos, pero que aún no ha terminado.
Johnson está sonado, venció el último round, pero el combate de boxeo en el partido de los tories no ha terminado, coinciden.
El grupo rebelde conservadores que intentó su destitución con esa moción de censura interna, quiere cambiar las reglas que le blindan ante una operación similar durante los próximos doce meses. La norma se puede modificar con una mayoría simple y ese, advierten, es su objetivo inmediato en cuanto disponga del respaldo requerido.
La eterna operación «Save the big dog» (salvar al gran perro) logró anoche poner a resguardo el pellejo del todavía premier, por los pelos pero estos siguen alborotados, sin rumbo definido dentro de una formación donde demasiados le quieren fuera.
La cabeza del primer ministro es ahora un sonajero relleno de piedras con chinchetas. Ha pasado de ser un «pato cojo», expresión anglosajona para referirse a los presidentes que están de salida, al «Dead man walking» (hombre muerto caminando al cadalso) que va dando tumbos.
El viceprimer ministro británico, Dominic Raab, como el resto del Gobierno y del Parlamento lo sabe. Todos ven más allá de una votación que, en rigor, confirmó el enorme rechazo que genera Johnson en sus propias filas. No es poca cosa que un tercio de los diputados de tu partido se esfuerce, una vez más, en enseñarte la puerta de salida.
«Johnson -insistió en entrevista en la cadena Sky News recogida por Efe- ganó claramente» el voto de confianza interno o moción de censura a la británica. «Ahora -añadió Raab- el Partido Conservador debe centrarse en continuar el trabajo del Gobierno.»
El diputado conservador Tobias Ellwood, presidente del Comité de Defensa de la Cámara de los Comunes, no opina lo mismo. En otro ejercicio de presión sobre el superviviente y ex periodista, ha pedido un cambio de ministros en el Gobierno.
Acto seguido se animó a hacer un pronóstico al anticipar que la fecha de caducidad de la Presidencia de Johnson es «cuestión de meses». Incluso, anticipó que será en torno al congreso anual de los conservadores convocado para el próximo mes de octubre.
William Hague, ex líder laborista y columnista en The Times le propone al premier «una salida digna». Antes de que el avispero del Gobierno salte por los aires, le pide que «ahorre al partido y al país» más «agonías e incertidumbres».
En el artículo publicado en el diario donde despidieron a Johnson por inventar citas, le brinda un resumen magistral de teoría política: «Ningún individuo en política importan más que la salud de nuestra democracia».
La frase viene seguida de este párrafo: «Esa salud, depende de que los votantes tengan fe en la integridad de los líderes, aunque no estén de acuerdo con ellos. Significa, -añade- respeto por la forma en que se conduce el Gobierno y la posibilidad real de ser competitivo en las elecciones futuras».
Todo ello, a estas alturas, Boris Johnson no se lo puede ofrecer a sus compañeros ni a los votantes. Con otros matices, sin una copa de más y bastantes más mentiras de menos, lo sufrieron antes Theresa May y hasta la mismísima Margaret Thatcher.
La «Dama de hierro», ésta sí, vencida por un puñado de votos por la misma razón que ha dejado sonado a Johnson: falta de confianza.
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